A quienes vivimos la Transición siempre nos quedó la certeza de que, en aquel camino de generosidad que dos generaciones de españoles recorrimos entre el miedo, los asesinatos, las amenazas golpistas y el legítimo orgullo por lo conseguido, arrastrábamos a un sector de compatriotas que siguió pensando para sí que la democracia era un artefacto extraño e incómodo. Eran quienes, por más que se resignasen, nunca creyeron que aquello debiera ser más que algo provisional y revisable en cuando se pudiese. Para ese segmento de españoles, la democracia era un peaje que, lamentablemente, había que pagar para acceder al concierto de los países prósperos y, solo por eso, estaban dispuestos a hacer tamaño sacrificio.
No obstante, la gran mayoría de quienes se mostraron al principio reticentes aceptaron finalmente que aquello había sido una buena idea, aun cuando no fuese suya, y la tranquilidad y el civismo con los que la inmensa mayoría de españoles hemos ejercido la democracia desde entonces contribuyó a consolidarla. Parecía incluso que irreversiblemente.
Pero en los tiempos de hoy en los que la radicalidad ha vuelto a ponerse tan de moda y, como ha dicho Miguel Ángel Aguilar, las nuevas generaciones parecen sentirse más orgullosas de sus abuelos, que dirimieron sus diferencias en una guerra, que de sus padres que lo hicieron en paz, era inevitable que ese segmento que transigió pero que nunca creyó que España debiera ser una democracia liberal haya levantado la voz para protestar porque se les obligue a aceptar cosas que nunca les gustaron ni un pelo; como que haya elecciones en las que la gente pueda votar libremente a cualquiera o que tengan que aceptar leyes salidas de un parlamento habitualmente lleno de gentes sospechosas, empezando por una Constitución cuajada de derechos y que sancionó una estructura política descentralizada que nunca fue de su gusto.
Así que han tardado, pero al fin se han hartado. Lo ha dicho con gran sinceridad y enorme claridad su portavoz, Espinosa de los Monteros, que no está dispuesto a permitir que haya partidos nacionalistas no españoles, aunque sean estos a los que votan, a veces mayoritariamente, los españoles que viven en Euskadi, en Cataluña y en otros lugares de España. Y que “si pudiera” los ilegalizaría. Así se lo ha dicho al PNV y a cuantos “no crean en la unidad de España”. Una suerte que no pueda, porque se lo impiden barreras tan incómodas como las leyes, las libertades, la siempre exasperante separación de poderes, o el voto libre de los ciudadanos. Justamente las cosas que trajo la Transición.
Nos queda pendiente saber qué harían los de Vox, si pudieran, con los partidos españoles nacionales que a derecha e izquierda se muestran partidarios de un patriotismo cívico y constitucional
Ya sabíamos que para Vox en España no debería aceptarse a los inmigrantes pobres, ni se debería poder ser feminista, ni las otras mujeres deberían quejarse tanto cuando matan a alguna. Y que no debería ser fiesta el día de la Constitución sino el de la conquista de Granada a los nazaríes españoles. También sabemos, porque así lo han dejado bien claro, que si Sánchez gana las elecciones porque le votan más españoles que a los demás candidatos, lo patriótico será hacer cuanto se pueda para impedir que gobierne.
Sabiendo, pues, que el nacionalismo identitario español es para Vox lo normal y que los otros nacionalismos identitarios han de ser prohibidos por Ley, nos queda pendiente saber qué harían los de Vox, si pudieran, con los partidos españoles nacionales que a derecha e izquierda se muestran partidarios de un patriotismo cívico y constitucional, son defensores de la democracia, respetuosos con la diversidad idiomática, religiosa, ideológica y amigos de la convivencia entre españoles diferentes. No hay que ser un lince para imaginarlo.
Igual que le pasa al nacionalista Xavi Hernández, a Espinosa de los Monteros esto de la democracia y los derechos políticos de los demás le deben parecer cosas muy accesorias, siempre que España (“Mi España”, ha dicho, como si fuese de su propiedad) funcione mejor, como dice el millonario futbolista catalán que pasa en Qatar.
Es una suerte para todos que a Espinosa de los Monteros le impidan hacer su voluntad exactamente las mismas leyes que le impiden a Torra hacer la suya.
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