Vox, más que en un partido, se ha convertido en un fenómeno, en materia de estudio y análisis. Son ya muy numerosos los sociólogos, politólogos y periodistas que han tratado y siguen tratando, muchas veces con un aire algo entomológico, de explicar varias cosas. La primera, cómo es posible que esta gente haya logrado más de tres millones y medio de votos y se haya plantado en el Congreso son 52 diputados, cuando España, hace nada, era la excepción en el auge planetario de la intolerancia. La segunda, cómo habrá que hacer para devolver las cosas a la normalidad, porque en algo sí está de acuerdo todo el mundo: esto que ha pasado con la extrema derecha española es algo inconcebible y ha de tener alguna explicación. Las mareas suben, pero luego bajan.
El análisis de todo esto nos llevaría muy lejos porque es un asunto complicado, pero hay algo claro: las mareas suben desmesuradamente cuando se producen determinadas condiciones en la proximidad de la luna, algo poco frecuente. Luego vuelven a la normalidad. En este caso, muy poca gente discute ya que el poderoso influjo de la luna se llama Cataluña. Somos una de las democracias más avanzadas del mundo, según todos los organismos internacionales de prestigio (salvo TV3). Hemos batido todos los récords de velocidad en el camino hacia la igualdad, en los derechos de las minorías, en la convivencia armónica entre gentes muy distintas, en garantismos legales, en progreso social y económico. La extrema derecha neofranquista ha sido, hasta hace ¡tres años!, algo social y estadísticamente irrelevante. Como dijo una vez Joaquín Garrigues Walker de su propio partido, cabían todos en un taxi. De ahí a los 3,6 millones de votos hay un abismo que no se habría salvado sin la irritación de una gran cantidad de ciudadanos ante el secesionismo catalán, por una parte, y desde luego ante la inacción o la falta de determinación de los sucesivos gobiernos con ese secesionismo.
Esa es, por supuesto, la parte del león de los votos de Vox. Abascal y su gente deberían enviar cada día un ramo de rosas rojas (símbolo del amor verdadero) al señor Puigdemont y al señor Torra, porque les deben muchos más de la mitad de esos votos 'lunares' que ahora tienen. Votos que bajarán, como la marea, cuando la luna se aleje.
Los bien adiestrados y organizados tuiteros de Vox están magníficamente entrenados en la injuria y en la amenaza hacia todo aquel que se aleje mínimamente de sus consignas
Pero hay algo en lo que también coincide una gran cantidad de ciudadanos que no vota a Vox: en insultarlos. Denigrarlos. Llamarles fascistas, nazis, todas esas cosas. Es un error. Eso no sirve para nada. Entre otras cosas, porque ellos son los mejores del mundo insultando a los demás: están acostumbrados al lenguaje brutal, se encuentran como pez en el agua en ese medio. Debemos hacernos todos a la idea de que los tiempos de la célebre “cortesía parlamentaria”, la época en que estaba muy feo (y todo el mundo sabía que estaba muy feo, y casi nadie lo hacía) aquello de la “descalificación personal”, se han ido, esperemos que no para siempre. Y además, los de Vox también son los mejores en el manejo de la comunicación, sobre todo en redes sociales. Los bien adiestrados y organizados tuiteros de Vox están magníficamente entrenados en la injuria y en la amenaza hacia todo aquel que se aleje mínimamente de sus consignas, y no les importa en absoluto que les injurien a ellos. Son auténticos haters. Disfrutan con la pelea. Buscan el cuerpo a cuerpo y el salivazo, la navaja verbal. Llamarles fascistas no sirve de nada. Ya saben que lo son. O se lo creen. Y les encanta. Para muchos de ellos, ese término no es negativo.
Lo que hay que hacer es comprender quiénes son y de dónde salen. Se va sabiendo. Salen de todas partes, es un fenómeno completamente transversal. Pero hay unas cuantas ideas, o por mejor decir eslóganes de asombrosa simplicidad, en los que coinciden todos. Están muy cabreados por la crisis que no termina, por la aniquilación del empleo fijo y por la destrucción, cada vez más imparable, de la clase media. Ese estado de cabreo les hace denostar a “los políticos”, así, en general, porque todos “chupan del bote” y todos “buscan solo el poder”: es el descrédito del sistema democrático, su desprecio y su negación, y no es en absoluto un fenómeno español.
El problema de la inmigración
Los inmigrantes, más los ilegales que los otros pero tampoco se paran mucho a distinguir, les producen verdadera ira, que procede del miedo, y reclaman su desaparición. Les subleva el feminismo radical, que es el que más ruido hace pero que de ninguna manera es el único ni el mayoritario. No se fían de lo que les cuentan los medios de comunicación: piensan que todos mienten (lo tradicional en las teorías de la conspiración) y se informan a través de las redes sociales o de sus redes, las “juventudes tuiterianas”, como las llama Vicente Fernández de Bobadilla. Hay más ideas-fuerza, todas sencillísimas de digerir por cualquiera y no pocas de ellas clamorosamente falsas (“hay que elegir entre las pensiones y las autonomías”: eso es una mentira como una catedral, pero mucha gente se lo cree porque es muy fácil de entender), y luego, claro, lo de la unidad de España. El poderoso influjo de la luna, que ha otorgado a Vox, en tres años, los resultados que en otros países europeos han costado dos décadas.
¿Se puede combatir esa marea? Desde luego que sí, y ya hay quien lo ha hecho con todo éxito, como ha ocurrido en Alemania en los últimos años. Las fuerzas democráticas, singularmente los Verdes pero también los demás, han frenado el ascenso de la extrema derecha (la AfD) usando el arma fundamental del siglo XXI, que es la comunicación y que parece haber quedado, en casi todo el mundo, en manos de los ultras. Han renovado el lenguaje y han encontrado mensajes directos, claros, inteligibles. Por ejemplo: "Con tanta bandera y tanta chulería, lo que queréis es poner en riesgo los avances sociales", una verdad como un templo que va también contenida en el mensaje de Vox. "Si vosotros sois víctimas del miedo y difundís el miedo, nosotros tenemos y ofrecemos valor y solidaridad", dicen. Ante eso, a los ultras les pasa lo mismo que a tanta gente ante sus consignas precalentadas y predigeridas: que no saben qué contestar. Nadie sabe qué sucederá en el futuro pero, a fecha de hoy, funciona.
Lo que pretendéis es cargaros la democracia. Lo que pretendéis es destruir nuestra libertad de elegir y de participar en la vida pública
A la demagogia se la combate con ideas, con hechos, con el ejemplo. Mientras nuestra derecha democrática siga pensando, cuando le tiemblan las choquezuelas por la negritud de los sondeos, que lo que están haciendo mal es no aproximarse lo suficiente a Vox, seguiremos, y ustedes perdonen la expresión, jodidos y bien jodidos. Nuestra derecha tiene que crear un lenguaje claro y eficaz para difundir sus ideas, y una de ellas, la piedra angular del argumentario de los alemanes, debería ser esta: lo que pretendéis es cargaros la democracia. Lo que pretendéis es destruir nuestra libertad de elegir, de votar y de participar en la vida pública. Lo que pretendéis es acabar con nuestra deliciosa libertad de equivocarnos, como decía Chaplin. Lo que pretendéis es devolvernos a la represión, al odio y al miedo. Queréis controlarlo todo para controlarnos a todos, como si fuésemos niños, como si fuésemos sospechosos, como si todos fuésemos presuntos culpables. Si llegáis a tener la oportunidad de hacerlo, lo haréis.
Se discute ahora mucho sobre si procede o no convertir en delito la exaltación del franquismo. Hay algunos argumentos a favor y muchos en contra. De estos, hay uno que a mí me parece irrebatible: eso es precisamente lo que harían ellos si pudieran, prohibir la libertad de pensar y de expresar las propias ideas. ¿Que cómo se sabe eso? Caramba, pues porque ya lo hicieron aquellos que les inspiran. Ya hemos visto eso en este país. Y la democracia jamás puede ponerse a la altura de sus enemigos.
Eso es lo que, a mi juicio, hay que decir. Eso y solucionar de una santa vez el avispero que hay armado en Cataluña. Así remitirá el poderoso influjo de la luna y la marea de la extrema derecha se quedará en el tamaño que le corresponde. Que jamás volverá a ser el de ahora, de eso sí estoy convencido.
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