Si Rajoy se hubiera rendido a la presión -que le llegaba a diario desde los poderes económicos- pidiendo el rescate total de las finanzas del Estado, verano de 2012, en las siguientes elecciones, es decir en 2015, Podemos habría sido el partido más votado. ¿Qué hubiera pasado si la Troika y sus hombres de negro se instalan en el ministerio de Hacienda, con la tijera de podar setos para cortar el gasto público en España, empezando por donde más duele? Pensiones, subsidios de desempleo y salarios públicos rebajados de golpe, en cantidades de poner los pelos de punta.
La crisis ya tenía entonces una respuesta callejera encabezada por la extrema izquierda en el movimiento del 15-M. Si los podadores de la Unión Europea hubieran tomado las decisiones de la política económica, las revueltas en Grecia se hubieran quedado en una anécdota. La inflamación contra el sistema se extendió a través de Podemos, que esperaba que llegara ese rescate para prenderlo todo. Rajoy pidió ayuda externa, pero sin que se notara. Los hombres de negro no pasaron del Banco de España. El rescate financiero fue inocuo en cuanto a su repercusión en la calle. El Estado se endeudó un poco más y ya se sabe en España, el que venga detrás que arree, en este caso la deuda con sus intereses.
Podemos quería darle una patada al tablero, como entonces afirmaba el Errejón más entusiasta de Iglesias. Dicho meneo no solo incluía recuperar la soberanía perdida con la creación del euro –tan sencillo como el que cambia de carril- sino llevarse por delante el régimen del 78, tal y como despectivamente se le llama a la democracia del 78 para conectarla con el franquismo.
La 'dictadura progre'
Podemos planteaba un órdago al sistema. Al PP le venía bien, porque impedía que el PSOE fuera alternativa, pero era un juego peligroso. Si España hubiera llegado a las elecciones de noviembre de 2015 con la Troika usando el mando a distancia en La Moncloa, bajando las pensiones y el gasto del Estado, Podemos no solo hubiera ganado al PSOE, sino también al PP. La inflamación social por la crisis económica fue un arma de destrucción masiva del sistema en manos de Podemos hace cuatro años.
Ahora, la inflamación catalana, fruto de un movimiento supremacista etno-lingüístico, es el motor de crecimiento del Vox, una partido de derecha dura, nacionalista español, que en inmigración es como la ultraderecha italiana de Salvini. Al PSOE, como entonces al PP con Podemos, se le ha ido la mano con Vox. En el debate nulo del pasado lunes, fue Sánchez quien se refirió al PP como derechita cobarde, haciéndole el trabajo a Abascal. En realidad, a la desesperada, Sánchez busca evitar que el PP sea alternativa porque si lo es Vox, o se queda cerca del PP, tendrá los votos gratis de todos los demás grupos de la izquierda y los separatistas.
Empezó Podemos desde la extrema izquierda, continuó el supremacismo catalán que fusiona a ultras de ambos lados, y ahora se une a la fiesta una reacción por la derecha nacionalista española
En 2015, a Podemos le votaron los indignados como ahora lo hacen a Vox otros cabreados o frustrados con determinadas decisiones o inacciones del PP. A los antiguos votantes del PP, entusiastas encendidos de Vox, Ciudadanos se les ha quedado viejo e inútil, como ocurrió con UPyD. No hay que olvidar que cuatro de los cinco escaños que obtuvo Rosa Díez en 2011 fueron en Madrid, un anticipo del antimarianismo de la derecha. Como cualquier partido populista, Vox abre los brazos a todas las causas y los enfados. Desde romper el silencio ante la “dictadura progre”- no se puede hablar de nada- hasta una monopolística defensa patriótica de la unidad nacional, pasando por los muros contra la inmigración en Ceuta, Melilla y la T4 de Barajas. Como Trump o las derechas húngara y polaca, primero los de aquí.
Con cuatro años de diferencia, y con puntos de partida equidistantes, el populismo prende entre los votantes gracias a sus soluciones fáciles para problemas complejos. El voto sentimental hincha la vena y se dirige al colegio electoral a ajustar cuentas con la democracia liberal del 78. Empezó Podemos desde la extrema izquierda, continuó el supremacismo catalán que fusiona a ultras de ambos lados, y ahora se une a la fiesta una reacción por la derecha nacionalista española, alimentada de manera irresponsable por quien ha cometido un error histórico al volver a convocar elecciones, a sabiendas de lo que iba a ocurrir en Cataluña tras una sentencia del Supremo que tenía fecha. Sánchez llega al 10-N con las riendas perdidas por su osadía. El domingo por la noche, más leña al fuego del cabreo de los nuevos indignados.
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