Opinión

Vox. El Partido Nacionalista Español

Por fin alguien dice lo que tanta gente llevaba pensando y callando tanto tiempo: Que España solo es España si tiene un único idioma y un único Gobierno central y

Por fin alguien dice lo que tanta gente llevaba pensando y callando tanto tiempo: Que España solo es España si tiene un único idioma y un único Gobierno central y se deja de mandangas autonómicas, que en España somos católicos y que un español que se llame Mohamed, Jordi, Michael o Gorka es un bicho raro, como mínimo, si no un peligro y, por supuesto, que lo que pase dentro de las familias españolas es cosa de la propia familia, preferentemente del padre, y nunca un asunto que concierna al Estado.

Por fin sale a la luz sin disimulo o tapujo el nacionalismo identitario español que, como todos los demás nacionalismos identitarios de España, solo concibe una única forma correcta de ser nacional y recela siempre y por principio de cualquier diversidad. Un nacionalismo, por cierto, que es el que mejor entienden y al que siempre han deseado enfrentarse los independentistas, que odian sobre todo la España plural, autonómica y democrática que les pone ante el espejo en el que salen más feos. Mil veces prefieren que su caricatura se enfrente a otra caricatura similar pero esta con banderas y mitos distintos aunque sean tan falsos como los suyos.

Del mismo modo que a la izquierda socialdemócrata, desconcertada ante el éxito de un Estado del Bienestar que ya nadie propone seriamente suprimir, le tientan las utopías comunistas de intervención en la economía, a la derecha, que en España nunca fue liberal de verdad, le levanta el ánimo la tentación de acabar con todo este edificio democrático tan lioso, construido en torno a una Constitución que siempre le incomodó.

De modo que comunistas de siempre disfrazados de novísimo movimiento popular y franquistas que por fin vuelven a mirar de frente al sol marcan inevitablemente la agenda a los partidos moderados

De modo que comunistas de siempre disfrazados de novísimo movimiento popular y franquistas que por fin vuelven a mirar de frente al sol marcan inevitablemente la agenda a los partidos moderados. Sus soluciones son tan tentadoramente sencillas que resultan invencibles a la hora de lograr titulares, retuits y clics, que es lo que cuenta en esta carrera desenfrenada por la notoriedad.

Si a eso añadimos la falta de solidez ideológica de los antes grandes partidos y su consiguiente pavor a la hora de explicar o proponer una sola idea que pueda resultar impopular, es comprensible que todo el guión de la política actual lo estén escribiendo los de las grandes palabras, las altísimas misiones, los irreductibles patriotismos, la santa ira popular y las evidentísimas y falsas soluciones “para ya”. Cuando el foro público se convierte en un circo, siempre gana quien ofrece el mayor espectáculo del mundo.

La nación cívica, la política, no la identitaria, la que formamos los ciudadanos que nos reconocemos como iguales también ante el vecino que es diferente a nosotros, carece de brillo

Por el contrario, la nación cívica, la política, no la identitaria, la que formamos los ciudadanos que nos reconocemos como iguales también ante el vecino que es diferente a nosotros, carece de brillo. Es incómoda porque nos hace tan libres como responsables de nuestras vidas, no ofrece soluciones sino arreglos, no se mete en nuestra religión, nuestra cama o nuestros gustos, pero tampoco en los de los demás. Con ella ganamos libertad a cambio de perder certezas que es lo que ofrecen las naciones unitarias -y totalitarias- y lo que se echa de menos después de una crisis tan dura tras la que la tentación de comprar una solución definitiva de “calentar y listo” es muy poderosa.

Si los políticos y los ciudadanos templados dimitimos de nuestra responsabilidad cívica, si nos plegamos al miedo a molestar y callamos ante las soluciones simples que sabemos falsas, el campo de juego se lo quedarán los gritones hoy y quien sabe si los violentos mañana.

Desde la Transición, España y los españoles hemos sufrido mucho con la sangre que el nacionalismo identitario derramó en mi tierra y fuera de ella

Desde la Transición, España y los españoles hemos sufrido mucho con la sangre que el nacionalismo identitario derramó en mi tierra y fuera de ella, con la voladura de la convivencia en la antes modélica Cataluña que ha propiciado el nacionalismo identitario catalán y ahora puede que completemos el desastre con el regreso a la España totalitaria y antiliberal que nos viene de la mano del redivivo nacionalismo identitario español. No parece que hayamos aprendido nada.

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