Tengo 56 años. Nunca he votado a la izquierda pero he pasado momentos de flaqueza. Durante la mayor parte de mi vida profesional he vivido bajo la égida del Partido Socialista de Felipe González y trabé amistad con alguno de sus ministros como Carlos Solchaga, que es de un pueblo cercano al mío y al que debo, por irónico que parezca, mi predisposición a la vis liberal.
El caso es que, después de catorce años bajo gobiernos socialistas, llegué a pensar que no había alternativa a esta clase de política. Cuando comentaba estas cosas con mi padre, que ha sido ferroviario de profesión pero hizo las precisas incursiones en el mundo de los negocios como para ver el mundo desde los dos puntos de vista, el del trabajador y el del empresario, mi padre debía pensar: "¡¡¡Joder!!! Este hijo es tonto. Para eso le he pagado los estudios?" Y naturalmente tenía razón.
Como digo, llegué a sospechar que no había alternativa posible al socialismo en el poder, a pesar de que cuando Gonzalez abandonó La Moncloa, el déficit público era del 7%, el paro superaba el 20% y la inflación estaba disparada. Por eso la llegada de Aznar a La Moncloa resultó un bálsamo. Él demostró que había una alternativa. Que era posible bajar los impuestos al tiempo que cumplir con las estrictas condiciones que nos había impuesto Bruselas para entrar en la unión monetaria. Lo hicimos en tiempo y forma, y esto me abrió los ojos de manera clara y definitiva.
Hoy, que algunos supuestos expertos económicos, la mayoría de afiliación keynesiana -que es la contraria a la liberal- aseguran que no es posible reducir impuestos en la actual coyuntura, con un déficit disparado y una deuda pública cercana al 100% del PIB, me da la risa. Me recuerda a mis tiempos mozos. Claro que es posible. No solo por el incentivo que cualquier bajada de impuestos supone para las unidades productivas de riqueza sino porque la merma momentánea de ingresos que puede resultar del recorte de los gravámenes puede y debe hacerse recortando gastos superfluos y redundantes, que son colosales en el presupuesto del Estado.
Vox, un partido constitucional
Esto es lo que proponen los partidos de la derecha española, desgraciadamente divididos, pero esto es lo que se puede y se debe hacer. Entre ellos lo propone Vox, y quiero hablar un poco de este partido porque, contra lo que dicen los maledicentes y sectarios, se trata de un partido perfectamente constitucional con ideas económicas muy apropiadas. Y un partido con unas expectativas electorales notables por la sencilla razón de que es el único que se ha enfrentado con determinación a la dictadora de lo políticamente correcto a manos de la progresía internacional, y por supuesto de la española.
Estos días, Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso, y probablemente una de las mayores indigentes intelectuales que ha dado de sí este país, gritaba en un mitin como una loca “fascistas, fascistas” a los votantes de Vox. No lo son en absoluto. Vox es el único partido que se ha atrevido a decir por primera vez en público lo que tantos callan en privado.
Todo esto que dice Vox es lo que piensa la gente corriente, los que observan con gran perplejidad cómo este país es un paraíso para la inmigración
Que el Estado de las Autonomías es disfuncional y susceptible de reforma, para recuperar algunas competencias que se han demostrado nocivas, como las de educación o las de la justicia, o que hay que controlar con mano dura la inmigración irregular porque es una evidencia empírica que viene atraída por las dádivas indiscriminadas del Estado de Bienestar elefantiásiaco que padecemos, del que se aprovecha con ahínco, y porque además frecuentemente delinque, no como los emigrantes españoles a Europa en las épocas de Franco.
Todo esto que dice Vox es lo que piensa la gente corriente, los que observan con gran perplejidad cómo este país es un paraíso para la inmigración que llega no con la voluntad de trabajar y crear valor añadido sino con la de aprovecharse del sistema. Es una infamia tildar a Vox de ultraderecha, y más todavía decir que es un partido fascista.
Lo que en cambio debería decirse de manera rotunda es que Podemos es un partido de ultra izquierda, un partido comunista, un partido antisistema, un partido que si tuviera alguna influencia en el gobierno de la nación nos conduciría directamente a la catástrofe. Nadie en su sano juicio, ni de dentro ni de fuera del país, invertiría un solo euro o crearía un empleo con esta clase de gentuza a los mandos de la nación.
Un partido que propone el todo gratis a cambio de masacrar con impuestos a las personas más sobresalientes de la sociedad debería estar condenado al ostracismos completo. Un partido que cuestiona la Monarquía, que defiende los referéndum ilegales, que trata amigablemente con los filoetarras de Bildu, y que propone un sistema fiscal confiscatorio engañando a la opinión pública con promesas indiscriminadas de gasto imposibles de financiar es un partido al margen de la Constitución, un partido ultra, extremista y totalitario.
Estoy absolutamente persuadido de que votar al PSOE contribuirá a profundizar la dinámica perversa en la que comienza a instalarse la economía española
Ninguna de estos defectos terribles adorna a Vox, que posee en cambio virtudes alternativas como son los propósitos de detener el despilfarro del gasto, procurar una imposición moderada destinada a sostener un Estado fuerte pero mínimo y eficaz así como disuadir a las fuerzas contrarias a la unidad de la nación. Usted, querido lector, es muy libre de votar a quien quiera, faltaría más, pero modestamente pienso que así como Vox es una opción sensata, razonable y plausible, votar a Podemos es contribuir a la catástrofe económica, política y social.
También estoy absolutamente persuadido de que votar al Partido Socialista, y de manera singular a este que dirige el embustero colosal que es Pedro Sanchez, contribuirá a profundizar la dinámica perversa en la que comienza a instalarse la economía española, que recuerda tan peligrosamente la época nefanda de Zapatero.
Solo hay una opción sensata en las elecciones que se celebran mañana, según mi parecer: votar a los partidos de derechas, pues son los que postulan la clase de políticas que podría detener la carrera precipitada hacia la descomposición económica a la que nos conduce irremisiblemente Sánchez, y promover un giro de 180 grados para propiciar las reformas que nos devuelvan a la senda del dinamismo, del despertar la capacidad de generación de riqueza que anida en todas las personas, si se pone a prueba, con los incentivos adecuados, y que procure recuperar el optimismo y el orgullo de pertenencia a un país con enormes posibilidades, ya contrastadas, que son todas aquellas que cercena la izquierda cada vez que ocupa el poder.
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