“Cada vez que encendemos el aire acondicionado, pasamos minutos bajo la ducha o cogemos el coche cuando podemos usar el transporte público estamos financiando la campaña militar rusa”, decían el otro día en El País. Esto ha escalado demasiado rápido y de repente todos nos hemos convertido en oligarcas rusos.
La llamativa tribuna empezaba a echar la bronca ya desde el título: ‘No nos estamos enterando de nada’. Y hombre, tan gilipollas no somos; claro que nos enteramos. Hemos contemplado demasiadas veces el mecanismo del sermón perpetuo en acción, y a estas alturas no hay muchos que no sepan cómo funciona. La causa de turno suele comenzar con un chupinazo estrambótico en El País que al principio produce risa pero siempre acaba llegando a algún ministerio o a las escuelas. El camino hasta la meta requiere incrementar la intensidad cada cierto tiempo, y así también va aumentando la sensación de ridículo.
En verano la causa de moda es la transición ecológica, y esta temporada se han alcanzado cotas espectaculares en la generación de vergüenza ajena. No sólo la inflación es culpa de Putin, como dijo el presidente Sánchez en el debate sobre el estado de varias naciones, sino que cualquier español que pone el aire o coge el coche está apoyando la guerra contra Ucrania. Y claro, hay que elegir: o vivir con una mínima comodidad o salvar vidas inocentes. Pero sin presión, tú sabrás lo que haces.
No sólo la inflación es culpa de Putin, como dijo el presidente Sánchez en el debate sobre el estado de varias naciones, sino que cualquier español que pone el aire o coge el coche está apoyando la guerra contra Ucrania"
Quienes se dedican a la elaboración y difusión de estos mensajes piensan que el ciudadano medio además de imbécil es profundamente vanidoso, así que la campaña para conseguir restricciones al consumo sin tener que restringir el consumo ha girado hacia una estrategia más original: resulta, nos dice también El País, que usar el aire acondicionado engorda. O lo que es lo mismo: si tienes problemas para llegar a fin de mes por los precios de la energía, olvídate del aire y abraza el calor. No sólo ayudarás a detener el avance de los tanques de Putin, sino que incluso perderás esos kilitos de más que a todos nos sobran. We can be heroes, y además con tipín.
Decíamos antes que todos estos discursos enajenados suelen recibirse con burlas, pero son un asunto muy serio. Ya no estamos en esa moralización de la vida pública de la que se hablaba hace unos años, sino en la fase superior: la hipermoralización de la vida privada. Eres tú, currito insolidario, quien está jodiendo el Perú.
El manejo de la conciencia culpable es una ciencia compleja, porque no se queda en la impugnación de la vida normal sino que agrupa todas esas culpas en un gran fenómeno abstracto. Un hombre fallece por un golpe de calor y saltan todos los titulares: el cambio climático mata. Una mujer es asesinada: el machismo se cobra una vida. Todo crimen y toda tragedia tienen un culpable abstracto y a la vez definido, aunque hay excepciones: no es el feminismo quien secuestra niños, y el antifascismo no asesinó a Víctor Laínez.
La consecuencia de estos mensajes ideológicos sería la supresión de la responsabilidad individual, podríamos pensar en un primer análisis, pero es justo lo contrario; la amplía selectivamente. Hay que tener en cuenta que este fenómeno no es el resultado de la ignorancia o de la cháchara académica, sino que cumple un objetivo cuidadosamente diseñado por gabinetes de estrategia y comunicación política. El culpable individual y concreto no sirve para mucho. El culpable abstracto e impersonal viene muy bien para algunas cosas -”la violencia de aquellos años felizmente superada”-, pero para la campaña electoral hace falta algo distinto: el culpable extendido. Mata el machismo, sí, pero hay partidos machistas. Mata el cambio climático, vale, pero hay partidos negacionistas. Ellos, sus líderes y sus votantes, son los responsables de todos los males que nos zarandean y del apocalipsis que siempre está por venir.
La bola ya ha echado a andar y sólo queda enfrentarse a todas esas preguntas que impiden dormir a cualquier ciudadano que ame a sus congéneres. ¿Qué se podría hacer para frenar el calentamiento global? La respuesta es fácil: acabar con el capitalismo. Puede parecer una tarea imposible, pero no es para tanto. Basta con seguir engordando a las multinacionales progresistas y con perseguir a los verdaderos culpables, que son los trabajadores y sus hábitos insostenibles. ¿Y qué podríamos hacer para acabar con el machismo? También es fácil: acabar con el negacionismo de género y convertir la razón, la evidencia y la lógica en delitos de odio.
La solución a todos nuestros problemas es tan cómoda que se resuelve mediante una feliz combinación: debemos acabar con cualquier oposición al único Gobierno que puede garantizar un futuro con lluvias, con ríos y con derechos. Esto, claro, va a exigir el sacrificio de muchos y la desaparición de algunos pilares básicos de las sociedades modernas. Pero qué bien vamos a estar cuando ya no haya populistas, negacionistas ni demagogos que aprovechen cualquier problema complejo para seguir manteniéndose en el poder. La utopía, chaval.
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