Opinión

Willy Toledo o mátame camión…

Mientras la opinión pública anda más ocupada en asuntos más urgentes -los presupuestos sin aprobar, por ejemplo- Toledo está en su casa sobándose las manos para ver si, ¡ay Santísimo!, le hacen el favor de meterlo en la cárcel

Los hubo dignos, como aquel que hacía notar al Rey Lear sus propias equivocaciones; retorcidos, como Rigoletto, e incluso viperinos, como el Francesillo de Carlos V, recuperado por Valle-Inclán y bautizado por Umbral como el santo maldito de la prensa española. Hubo alguna brillantez en aquello de salir a trabajar con el ridículo bajo el brazo. Pero a las caperuzas de los bufones originales sobrevino el paño raso de la mesa camilla a la que suben individuos como el que ocupa La Polaroid de este viernes: el actor Guillermo Toledo, que ha vuelto a ser noticia esta semana por sus insultos a Dios en Facebook.

Aunque rematado en Willy, no por podar el nombre el actor ha conseguido que retoñen las luces, ya sean las de las marquesinas en las que ya no brilla -el teatro suyo es, más bien, de calle- o las de la más elemental aptitud para diferenciar un régimen autoritario de un gobierno democrático -Toledo ha dicho, varias veces, que en Cuba se celebran elecciones-. Ya se sabe, caramba, que al actor le pueden las pegatinas del Che en una nevera llena de danones, casi tanto como el activismo de albornoz. Ahí, al quite.

Toledo se batió a duelo, frente al ordenador de su casa, ataviado con las pantuflas de la gresca. Y lo hizo por un clítoris de poliespan. Que no gas sarín, lector

El asunto de esta semana tiene ya recorrido, el que va de la farsa al surrealismo y del surrealismo a la farsa. La fiscalía presentó una denuncia ante los Juzgados de Plaza de Castilla contra Willy Toledo por un delito contra los sentimientos religiosos. ¿La razón?  Por insultar a Dios y a la Virgen María en unos comentarios que el actor escribió en Facebook. Hasta la Asociación de Abogados Cristianos se personó en la causa, así como para darle un empujoncito a la copa de vino agrio que se marea en el canto de la escalinata.

"Yo me cago en dios y me sobra mierda para cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María. Este país es una vergüenza insoportable. Me puede el asco. Iros a la mierda. Viva el coño insumiso", escribió Toledo, metafórico, el pasado 5 de julio para criticar la apertura de un juicio oral contra tres mujeres por la procesión de una gran vagina en Sevilla -la del Gran Coño la llamaron-. Sí, lector: todo esto ha ocurrido. Es real. Toledo se batió a duelo, frente al ordenador de su casa, ataviado con las pantuflas de la gresca. Y lo hizo por un clítoris de poliespan. Que no gas sarín, lector.

De aquel antiguo profesor de autoescuela que hacía reír a la audiencia en Cuestión de sexos a palmero -y luego azote- de Pablo Iglesias hasta instalarse como un perpetuo monologuista de un sector del 15M que jamás levantó la carpa. Pues bien, ese es Willy Toledo, alguien que tiene su propio apartado de polémicas en la versión en inglés de su entrada en Wikipedia. ¿Necesita Toledo estos empujoncitos? Que una cosa es el humor pirómano de unos -Mongolia en su versión más currada- y otra que una peña cristiana de letrados patrocine un nuevo bolo en la biografía de Toledo.

Una cosa es el humor pirómano de unos -Mongolia en su versión más currada- y otra que una peña cristiana de letrados patrocine un nuevo bolo en la biografía de Toledo

No hay que regatear tampoco al actor el talento natural para el ridículo. A diferencia de algunos aprendices suyos que sacan impresoras y esposas para jalear al patio de butacas en la carrera de San Jerónimo -el agravio ahí es el dinero público-, Toledo no ha necesitado demasiadas alzas para hacerse notar en su chotis de teatro de barrio. Ahí, entre la polvareda de Las Vistillas con calimocho del PCE, Toledo brilla con luz propia. Se electrocuta en su propio farolillo. Él no necesita producción: una cuenta de Twitter, en este caso de Facebook, y dos barbaridades le dan para agotar localidades. ¡Aprende Rufián de un profesional!

Estábamos, pues, en la Asociación de Abogados Cristianos. Esta semana, los juzgados de Plaza Castilla citaron a Willy Toledo para que diera sus razones sobre la excrecencia y los altares, sobre la santísima o purísima. Pero el actor dejó plantados a los letrados y no acudió a declarar. La ocasión estaba servida en bandejita de plata para el puñado de sal gruesa. El frente de liberación de la entrepierna, la versión a la baja del empoderamiento. A esta hora, mientras la opinión pública anda más ocupada en asuntos más urgentes -los presupuestos sin aprobar, por ejemplo- Toledo ha de estar en casa sobándose las manos para ver si, ¡ay Santísimo!, le hacen el favor de meterlo en la cárcel.

A diferencia de algunos aprendices suyos que sacan impresoras y esposas para jalear al patio de butacas, no hay que regatear al actor el talento natural para el ridículo

Sebo predilecto para los contadores de visitas de los digitales en verano, a Willy Toledo le han regalado esta semana unos tacones para sacar a pasear su ateísmo grafitero. Él, que llamó gusano al atleta cubano que ganó la plata para España en los Juegos Olímpicos de Río y siguió cortando el pellejo de su filete correoso con cualquier mariposa de sumidero, tiene el pelotazo a punto. Y quien escribe estas líneas, se pregunta, acaso, qué demonios hace echando pan duro a la pecera en las que un pez coprófago echa de menos a las pirañas. El activismo de albornoz, al quite… taconeando con sus plataformas de mercadillo.

Llueve gravilla en el punto y final de esta semblanza, caen virutas de vergüenza en una semana que amerita -por los másters, los ERES con rebujito, las candidaturas socialistas en Madrid, el cisma de Podemos, la peineta de Susana y la risa rota de Pedro- el tiro de gracia que hasta don Sebastián de Morra asestaría, al otro lado del lienzo de Velázquez, dispuesto a hacer sangre. Confeccionar un traje para quien va desnudo. Una polaroid para el que merece una foto carné. Ir al cadalso -mátame camión- con la túnica llena de lamparones y las plataformas sin brillo. Hacer la calle, que no la corte, con el ridículo bajo el brazo: de la farsa al surrealismo y del surrealismo a la farsa.  Y todo por un clítoris de poliespan. Mátame camión, pero que conduzca Kemper. Sí, lector, puede uno hacerse viejo… sin hacerse mejor.

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