Opinión

A Woody Allen ya hay que verlo en la clandestinidad en el ‘mundo libre’

Hubo una manifestación el pasado 3 de septiembre en Venecia que criticaba la exhibición en su festival de cine de las últimas películas de Woody Allen y de Roman Polanski. “¿Vais a dar el León de Oro a un violador?

Hubo una manifestación el pasado 3 de septiembre en Venecia que criticaba la exhibición en su festival de cine de las últimas películas de Woody Allen y de Roman Polanski. “¿Vais a dar el León de Oro a un violador?”, rezaba una de las pancartas de los movimientistas. Lo de Allen es curioso. Fue acusado de abusar sexualmente de su hija adoptiva –Dylan Farrow- y, aunque nunca fue condenado, ya forma parte de los cineastas ‘cancelados’ por la industria y por el público más permeable a las doctrinas woke. Así será hasta su muerte.

La publicación Hollywood Reporter difundía unos días atrás un artículo que incidía en que la última película del director, Coup de Chance, rodada en Francia y en francés, sólo puede verse de forma clandestina en Estados Unidos, dado que la industria ha vetado a Allen. El cineasta que tantas veces retrató Nueva York, sus rincones y el paso de las estaciones sobre sus calles y sus parques… terminará su larga carrera sin poder ser aplaudido o criticado en su ciudad. No hay una sentencia judicial en su contra ni antecedentes penales sobre lo que se le acusa, pero la justicia popular feminista ha fallado en su contra.

Un caso similar tenemos en RTVE, que cada vez es menos ‘nuestra’ y más suya, si es que alguna vez fue lo primero. Hace unos días, eliminaba del catálogo de su plataforma Play la película Magical Girl, de Carlos Vermut. La cinta es perturbadora –y recomendable- e incluye algunas escenas que recuerdan vagamente a las de Saló y los 120 días en Sodoma, en las que se aprecia cómo la soberbia del poder lleva a cometer aberraciones con quienes considera débiles o están en situación de debilidad. El caso es que Magical Girl es obra de Vermut, quien ha sido apedreado en plaza pública después de que El País publicara una investigación en la que tres compañeras de profesión le acusaban de agresiones sexuales. Como siempre, sin pruebas concluyentes, aunque, para esta parroquia fueran suficientes.

La Secta, contra el Estado de derecho

La carrera de Vermut apuntaba alto, como alguno de los compañeros de profesión a los que La Secta amenaza estos días. Permanezcan atentos a sus pantallas. Podría entenderse que ninguna televisión pública no quisiera trabajar con un condenado por acoso, maltrato… o delito fiscal. Sería lógico incluso. Lo que ocurre es que aquí no hay sentencia judicial mediante. Tan sólo unos mensajes de Whatsapp que inciden en que el cineasta mantuvo “sexo duro” consentido. Pero esas mujeres se sintieron vejadas, así que un buen tiempo después y sin más fundamento que el de sus testimonios, han destrozado el futuro profesional y personal del director.

Eso significa que le costará encontrar actores para cualquier película, técnicos y, por supuesto, productores que quieran arriesgar su dinero en películas que recibirán contestación por parte de las movimientarias. Todo ello, sin que un juez haya considerado probado nada. Porque unas mujeres se lo dijeron al periódico de Pepa.

Nada de esto sería posible sin la complicidad de los medios, que se han puesto directamente a su servicio (salvo raras excepciones). Tras la aparición del primer caso del MeToo se planteaban varias preguntas incómodas, y no sólo sobre el salvaje de Harvey Wenstein. Nadie las planteó. Nadie se atrevió. Eso llevó a dar por bueno un modo de denuncia que es totalmente discrecional. Cualquiera puede destruir a cualquiera de palabra. Por interés personal o profesional; o porque se ha convencido de que la forma de abordar la follada fue inadecuada, pese a consentida. Ellos legitiman todo esto con horas y horas de tertulias y con enormes y farragosos textos plagados de neologismos penosos. 

Ellos manejan el debate. Hacen lo que le viene en gana. Ahí estaba el otro día Inés Hernand animando a su público a “no volcar el chorro” tras el Benidorm Fest. ¿Y qué es eso?, dirá la abuela. Pues no ponerse hasta las cejas. Un ratito antes, aplaudían a Yolanda Díaz cuando se refería a la necesidad de cuidar la salud mental. Al final de la noche, bromeando con el alcohol y las drogas. Porque todo el mundo sabe que lo mejor para el ánimo inestable es ponerse hasta arriba. Dicen una cosa y la contraria y aquí da igual. Se sienten impunes. Lo son.

Sólo así pueden erigirse como abanderados del progresismo y de la libertad mientras realizan juicios populares sumarísimos; y mientras dictan los modales y las buenas formas que se requieren para participar de la vida pública. Si usted folla duro, no sirve. Si vuelca el chorro, póngase cómodo. Si a usted, como a Kevin Spacey, le acusaron de ser un depredador sexual, pero un juez le ha absuelto de todos y cada uno de los delitos, dirán que “le persiguen varios escándalos” o despotricarán contra el juez. La turba manda. La oclocracia se ha impuesto.

Por eso, el canto del cisne de Woody Allen hay que verlo de forma clandestina en Nueva York en 2024. La manta, por encima de la cabeza, a poder ser, como quien escuchaba ‘La Pirenaica’. El director de Misterioso Asesinato en Manhattan o de Delitos y faltas resulta incómodo. Está proscrito. Es, como poco, un cerdo.

No, no iba mal con el sistema anterior, en el que sólo las sentencias judiciales convertían a alguien en culpable acreditado. Se nos colaban algunos hijos de puta por el camino, pero bueno, el sistema garantista se consideraba como el mejor de los posibles. Ahora, todo eso ha mutado. Aquí sólo los artistas de los míos son recomendables, tan sólo pueden lanzar los mensajes que sean respetuosos con la causa de La Secta y, por supuesto, deben ser interpretados de forma coral por minorías de varios tipos para poder ser premiados.

Si están acusados de algo, ya no sirven. Si copularon con indecencia, tampoco. Nos dijeron que la libertad eran ellos y en realidad se la apropiaron y la mataron.

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