La xenofobia entendida como el odio u hostilidad hacia el extranjero es un fenómeno que mayoritariamente podemos encontrar en grupos de extrema derecha -o en barrios humildes donde las políticas de integración han fracasado- cuya tendencia es la exageración Ad infinitum del impacto negativo de la inmigración en nuestras sociedades. Cualquier vídeo de los que Rocío de Meer fusila a plataformas neonazis para intentar vender su identitarismo nacionalista a costa de una supuesta invasión de negros y moros es un claro exponente de como instrumentalizar esta xenofobia para hacer política, sobre todo ante la deliberada incomparecencia de una izquierda -y parte de la derecha- que se niega a señalar los problemas derivados del descontrol migratorio por el miedo a ser señalados como racistas.
Sin embargo, la misma izquierda que clama al cielo por las derivas identitarias de nuestra derecha más desnortada es la misma que luego acoge sin miramientos unos viscerales y poco disimulados relatos de odio u hostilidad contra otros grupos. Leí hace poco un artículo en The Economist en el que una concejala parisina lesbofeminista había escrito en su nuevo libro llamado “Lesbian Genius” cómo las mujeres deberían eliminar a los hombres de sus mentes. La activista, de nombre Alice Coffin, nos explicaba que ya no lee libros de hombres, ni ve películas hechas por hombres, ni escucha música compuesta por hombres. Se acabaron los Voltaire, los Truffaut o los Daft Punk. No es un caso aislado. Hace poco reaccionaba a un vídeo de otra lesbiana política, de nombre Anna Prats, que referenciando a Susan Brownmiller, nos explicaba como la violación era un fenómeno de intimidación colectiva consciente que los hombres utilizábamos para someter a las mujeres, y como gracias a las agresiones sexuales todos los hombres mantenemos a todas las mujeres en un estado de miedo y pánico constante. En la mente de esta señorita, y cito literal, los hombres utilizamos nuestros penes como armas de colonización de los cuerpos de las mujeres. Citaba a Andrea Dworkin, otra reverenciada lesbofeminista, para definir el mero acto sexual entre un hombre y una mujer como la expresión pura, estéril y formal del desprecio de los hombres hacia las mujeres. Otra famosa feminista que había contribuido a formar su ideario era la española Pamela Palenciano, una mujer que se dedica a dar charlas sobre la violencia machista por nuestras universidades e institutos, y que le habría rebelado que “tu novio te puede violar con todo el amor del mundo”, algo que le habría hecho entender como todas esas relaciones sexuales con varones que no habría disfrutado a lo largo de su vida -muchas por lo visto- habían sido en realidad violaciones.
Anna Prats participó de esas infames jornadas de hace un año convocadas por el Ayuntamiento de Gijón junto a otras feministas radicales como Alicia Miyares o Amelia Valcárcel, famosas por su supuesta transfobia, que en el fondo sólo era una prolongación del desprecio y odio que sentirían hacia el colectivo de varones a los que acusan de intentar infiltrarse en el feminismo disfrazándose de mujeres. Y aunque esto provenga del ala dura del feminismo, la narrativa hostil hacia todo varón cis-heteronormativo es algo extendido incluso entre las piji-charos del Ministerio de igualdad, donde la retórica del “nos quitan nuestros empleos” encuentra un bonito equivalente cada vez que Irene Montero repite aquello de “cobran más por hacer el mismo trabajo”.
La historia nos ha enseñado que colectivizar la culpa en grupos a partir de caracteres identitarios como la raza o el sexo no es una buena idea. En general casi todo el mundo es capaz de entender esto cuando se habla de personas de raza negra. El engranaje cultural americano ha hecho un buen trabajo las últimas décadas a la hora de estigmatizar la culpabilización colectiva de este segmento en concreto. Esto es algo bueno pero que la mayoría no ha interiorizado lo suficiente como para extenderlo a otros grupos susceptibles de ser estigmatizados amparándose siempre en la coartada de pertenecer a no sé qué sector privilegiado. Por ello propongo un ejercicio práctico para que usemos todos cuando tengamos la tentación de delegar la culpa sobre un grupo arbitrario, pensemos que son negros. De verdad, puede sonar absurdo pero yo le veo un futuro con recorrido. La próxima vez que estés a punto de decir algo del tipo “macho muerto, abono pa´mi huerto” piensa en cómo te sonaría que alguien dijese “negro muerto, abono pa´ mi huerto”; la próxima vez que tengas la tentación de decir que “los hombres cobran más por hacer el mismo trabajo” piensa primero que pensarías de alguien al que le escuches decir que “los negros cobran más que los blancos por hacer trabajos parecidos”. Cambiad “los hombres nos están matando” por “los negros nos están matando”, y si te parece una soflama injusta que estigmatiza a un colectivo te pido que te replantees eso de derivar tus frustraciones en grupos arbitrarios a partir de unos prejuicios infundados.
Creo que el mundo sería un lugar más habitable si este ejercicio fuese una práctica habitual antes de que muchos abrieran la boca.
Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw
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