Ximo Puig se ha convertido en el más voluntarioso palanganero de enfermiza obsesión de Sánchez contra Ayuso. Como partícipe máximo en esta ofuscada ofensiva, el presidente de la Comunidad Valenciana ha recurrido a todos los medios, desde la guerra sucia y feroz durante la gestión de la pandemia hasta las inconsistentes denuncias sobre la política económica y social madrileña, con especial hincapié en el eslogan del 'dumping fiscal', disparatada muletilla al estilo del 'España nos roba' de los nacionalistas catalanes que calentó y propició un golpe de Estado.
Puig se ha colocado ahora en modo incandescente y aspira a erigirse en la máxima estrellona del 40 Congreso de su partido que, al cabo, se celebrará en su terruño durante la semana próxima. Ha de destacar de entre sus pares, ha de convertirse en el barón de barones en una especie de prueba de superación ante la mirada escrutadora y maligna del césar supremo, que nunca lo ha tragado. Pedro ni olvida ni perdona y Ximo fue un indisimulado susanista en la sangrientas primarias del 17.
El secretario general del PSOE aterriza en las tierras levantinas henchido de felicidad, con las valijas desbordadas de triunfos y con esa sonrisa de ganador que en ocasiones exhibe, como ahora, que ha logrado consumar el paso definitivo de los 'presupuestos más sociales de la historia', valga el falso topicazo, y ha armado un baúl de baratijas y espejuelos en forma de tramposos bonos de alquileres y propinas varias de cultureta para animar el voto joven, tan despegado y escéptico hacia sus colores.
Sánchez le ha designado prácticamente un sucesor en la figura de Diana Morant, alcaldesa que fue de Gandía, ministra que es, según dicen, de Ciencia, tan alta como corta
Puig preparaba esta cita desde hace meses, mano a mano con Iván Redondo, antes de que los Barrosos y Contreras arrasaran con todo vestigio del joven gurú de La Moncloa, reconvertido ahora en mozo de cuadra de un conde desleal. El cacique valenciano está obligado a superar con nota este comprometido trance en el que se juega fatalmente su futuro. Sánchez ya tiene pensado su relevo, de hecho le ha designado prácticamente un sucesor en la figura de Diana Morant, alcaldesa que fue de Gandía, ministra que es, según dicen, de Ciencia, tan alta como corta y con esa circunspección propia de los chupatintas ambiciosos y los cineastas españoles. Aspira Ximo a ocupar plaza en Madrid, bien sea en un ministerio, en un alto departamento del Estado, en algún cómodo negociado e incluso en una embajada de respetable nivel. Ocioso empeño de imposibles sueños, diría D. Morris.
El arquitecto de la nueva España
Para conseguir su objetivo, Ximo Puig, no torpe con la palabra pese a periodista, viene desgranando desde hace tiempo una serie de teorías, más bien disparatadas, en la línea de aquel 'federalismo asimétrico' que con escaso éxito impulsó Pasqual Maragall y que cuyos ecos aún resuenan en el vacío desolado del cerebro de Miquel Iceta. El titular de la Comunidad levantina es un politiquillo de tercera, con una trayectoria de segunda en una Comunidad de primera a la que ha enviado a cuarta regional. Salpicado por el escándalo de los negocietes de su hermano (una tradición del socialismo periférico y guerrista) aspira ahora a convertirse en el arquitecto de la nueva organización territorial de España, el diseñador del nuevo Estado autonómico, el genio que organice el desmadejado puzle que tenemos por país, entre los herederos tontos del carlismo cerril y los nietos bobales de los segadores aquellos que ya solo excitan al abuelo Llach.
Se dedicaba también a fomentar su imagen de gran luchador contra la prepotencia del centralismo madrileño así como contra la petulancia sin límites de Isabel Díaz Ayuso, a quien tiene obcecadamente en su pensamiento
Así, Puig ha venido lanzando todo tipo de propuestas con campanudos enunciados para perfilar su particular diseño territorial, como la 'España polifónica', la 'España poliédrica', la 'España policéntrica' y ya en el colmo desmadejado de delirio, 'La España de las Españas', secuela de aquella famosa sentencia de Gaziel en el 31: 'España ha muerto, vivan las Españas'. Mientras ideaba estas inverosímiles naderías, se dedicaba también a fomentar su imagen de gran luchador contra la prepotencia del centralismo madrileño así como contra 'la petulancia sin límites' de Isabel Díaz Ayuso, a quien tiene obcecadamente en su pensamiento. Un 'perverso polimorfo' cabría definirlo en homenaje a sus fijaciones y a sus tontadas..
"Siempre va en contradirección". "Se envuelve en la bandera de España pero solo piensa en ella, no en los españoles". "Madrid es el impulsor de la desigualdad". "Se abona al frentismo, al ruido destructivo". "En Madrid han instituido la ley de la selva". La apoteosis de su descoyuntada campaña se concretó con la propuesta de instaurar un impuesto especial a las rentas altas de Madrid por beneficiarse del hecho inaceptable de vivir en Madrid. "A punto ha estado de declararle la guerra a la Comunidad de Ayuso y mandarle los tanques de Milans", comentaba con ironía uno de sus compañeros de partido, perplejo ante tal cúmulo de desaforados despropósitos.
La corrupción del PP
Mal gestor, fullero, tramposo, escasamente valorado en las encuestas, con ese aplomo habitual que da la estupidez, Puig ascendió a la presidencia de su región tras el brutal descrédito sufrido por el PP a causa de unos episodios de corrupción que los tribunales rebajaron luego en la mitad de la mitad. Ahí lo de Rita o lo de Camps. Precisó, para formar gobierno, del concurso de Compromís en la persona de Mónica Oltra, ahora cercada por el escándalo de la menor tutelada en su ámbito tanto personal como político. La vicepresidenta, abandonada por todos menos por Yolanda Díaz, ha devenido una figurilla sin crédito y sin futuro..
Esta semana próxima subirá Puig a la tribuna del concilio socialista con Ayuso entre las cejas. Ese será el eje de su ofuscado sermón. Un recurso elemental, una estrategia la mitad de vieja que el tiempo. En el fondo, su diatriba resultará tan solo una penosa súplica ante el caudillo máximo, que contemplará el numerito con desprecio mientras seguirá rumiando la fórmula imposible para asaltar Madrid. Por más jaculatorias que se entonen, por más insultos que se lancen, por más diatribas que se escuchen, no llegará la respuesta desde el atril valenciano. Todo lo más, algún zarpazo de impotencia, alguna puñada insolente que Ayuso despreciará en la distancia.
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