Opinión

Ximo Puig y el déjà vu del 'procés'

Hubo un tiempo, en los primeros años 2000, en que muchos catalanes de esa mayoría que nos sentimos también españoles mirábamos a la Comunidad Valenciana y Baleares con cierta admiración

Hubo un tiempo, en los primeros años 2000, en que muchos catalanes de esa mayoría que nos sentimos también españoles mirábamos a la Comunidad Valenciana y Baleares con cierta admiración por su capacidad como sociedad para reconocer su propia pluralidad intrínseca y cohonestar los sentimientos de pertenencia a sus respectivas comunidades con el amor a España. Mientras en Cataluña el PSC, con su apuesta por los tripartitos a partir de 2003, se metía de hoz y coz en la carrera entre CiU y ERC por la hegemonía en el espacio nacionalista, con especial ahínco en la marginación del castellano y la pedagogía del odio a España, en la Comunidad Valenciana y Baleares la situación política era -a pesar de compartir con Cataluña el marasmo de la corrupción sistémica- infinitamente más cívica y respetuosa con la realidad social de ambos territorios.

Por desgracia, eso está cambiando a marchas forzadas desde la llegada de los socialistas al poder en ambas comunidades. Tanto la presidenta balear, Francina Armengol, como el valenciano, Ximo Puig, están siguiendo a pie juntillas los pasos de Maragall y Montilla, asumiendo la retórica nacionalista del agravio y la demonización de Madrid como fuente de todos los males. En concreto, el discurso de Puig al frente de la Generalitat Valenciana, con su antimadrileñismo rampante, se parece cada vez más al de Montilla cuando era presidente de la Generalitat de Cataluña, apelando de continuo al supuesto agravio fiscal y emulando a la Liga Norte y su “Roma ladrona”, un discurso irresponsable y desleal que los catalanes ya sabemos cómo acaba.

En Cataluña se había ido creando en los meses precedentes un estado de opinión incompatible con una democracia liberal pluralista, que llegó al paroxismo con la publicación del editorial único

El 10 de julio de 2010 el socialista José Montilla, a la sazón presidente aún de la Generalitat, encabezaba en Barcelona la manifestación más funesta de la historia para la democracia española. Bajo el lema “Som una nació. Nosaltres decidim” (“Somos una nación. Nosotros decidimos”), la manifestación había sido convocada por la entidad separatista Òmnium Cultural en protesta por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña aprobado en 2006. Seguramente ninguno de los manifestantes había leído un solo párrafo de la sentencia ni tenía la más remota idea de su contenido, pero en Cataluña se había ido creando en los meses precedentes un estado de opinión incompatible con una democracia liberal pluralista, que llegó al paroxismo con la publicación del editorial único de toda la prensa catalana subvencionada contra la sentencia.

De hecho, ese clima ideológico opresivo, ese “unanimismo” propio de regímenes totalitarios, hunde sus raíces contemporáneas en los años del pujolismo y alcanza velocidad de crucero entre 2003 y 2006 al calor de la reforma estatutaria impulsada por el PSC y sus socios del Tripartito, ERC y los ecosocialistas de Iniciativa per Catalunya. En aquellos años, manifestarse públicamente en contra del Estatut (que, por cierto, nunca apareció en ninguna encuesta entre las prioridades de los ciudadanos de Cataluña) suponía ipso facto la excomunión y el sambenito de “anticatalán” para el ciudadano díscolo.

Derecho a decidir

Los medios públicos y subvencionados con prodigalidad por la Generalitat fueron fundamentales, con su propaganda y sus editoriales únicos, en la creación del caldo de cultivo que propició aquella manifestación convocada por Òmnium que Montilla decidió libérrimamente encabezar, poniendo así la primera piedra del procés. Recordemos: “Som un nació. Nosaltres decidim”. Dos años después, en 2012, su sucesor en la Generalitat, Artur Mas, recogía el guante y, tras intentar chantajear a Rajoy con el “pacto fiscal”, se aferraba al lema de la manifestación convocada por Òmnium y encabezada por Montilla para empezar oficialmente el procés con el artificio del inexistente “derecho a decidir” como banderín de enganche.

El propio Montilla, tras conocer la sentencia del TC, llegó a decir que “Cataluña ha sido un país maltratado, pero no vencido”. De aquellos polvos, estos lodos

Aquella manifestación se le fue de las manos a Montilla, que tuvo que salir por piernas ante la vesania de sus propios compañeros de viaje, que empezaron la manifestación blandiendo esteladas y gritando consignas separatistas e hispanófobas y la acabaron, como de costumbre, quemando banderas de España. Pero Montilla no llegaba a esa manifestación a todas luces separatista por casualidad, sino que lo hacía después de toda una legislatura alimentando a conciencia el sentimiento de agravio económico de los ciudadanos de Cataluña, pues conviene recordar que fue su consejero de Economía, el también socialista Antoni Castells, quien puso en circulación el mito reaccionario del “maltrato fiscal” y la cantinela de las balanzas fiscales. El propio Montilla, tras conocer la sentencia del TC, llegó a decir que “Cataluña ha sido un país maltratado, pero no vencido”. De aquellos polvos, estos lodos.

Por convencimiento o por pusilanimidad, el PSC, prevaliéndose de su penetración en capas de la sociedad catalana tradicionalmente refractarias al nacionalismo, sentó las bases para que los partidos abiertamente nacionalistas emprendieran oficialmente el procés. Maragall y Montilla hicieron un impagable trabajo de zapa para Mas, Puigdemont, Junqueras y compañía. Multiplicaron las multas lingüísticas por rotular en español; apuntalaron la exclusión del castellano de las aulas catalanas y su menosprecio institucional; promovieron el reconocimiento internacional de las selecciones deportivas catalanas y, en definitiva, alimentaron hasta la náusea el alejamiento cultural y sentimental de los catalanes hacia el resto de España. Eso hicieron los socialistas catalanes cuando gobernaron entre 2003 y 2010, con la anuencia inane de Zapatero, y eso es esencialmente lo que están haciendo los socialistas valencianos y baleares desde que gobiernan, con la aquiescencia pancista de Pedro Sánchez.

Como catalán quiero advertir a mis compatriotas de la Comunidad Valenciana de lo perverso del discurso reaccionario de Ximo Puig sobre Madrid, remedo del de Maragall y Montilla al frente del Tripartito, antesala del procés. Valencianos, estamos a tiempo de evitar el desastre en términos de convivencia, bienestar y progreso cultural y económico que supondría para la Comunidad y para toda España un procés valenciano.

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