Opinión

Y, además, Victoria trabajaba en un digital...

Para las personas infinitamente curiosas nunca es buen momento para morirse. Victoria Prego es una de esas periodistas de raza, que diríamos antes, cuando la raza de periodista estaba bien repartida y los estudiantes de Periodismo soñaban

Para las personas infinitamente curiosas nunca es buen momento para morirse. Victoria Prego es una de esas periodistas de raza, que diríamos antes, cuando la raza de periodista estaba bien repartida y los estudiantes de Periodismo soñaban con ella. Fue una periodista que nunca creyó que iba a dejar de serlo, acaso porque los periodistas que sueñan con la noticia que buscan incesantemente, en lo que menos piensan es en la muerte. Para alguien como ella siempre había tarea. Los días se pegaban entre sí porque sabía que el universo de las noticias es infinito. Y a la noticia se entregaba y, como diría Claudio Rodríguez, lo hacía mientras sentía subirle entre sus pasos el amor de la tierra, y en sus manos brillaba limpio su oficio, y nos lo entregaba de corazón.

Ha querido la casualidad que nos deje el día después en que un insensato sin escrúpulos -así lo definió 'El País' de Caño, qué le vamos a hacer-, arremetió contra jueces, periodistas y medios digitales. Victoria, con esa paciencia infinita que gastaba frente a la estulticia manifiesta, le hubiera dicho: "A ver guapo, nadie te ha explicado a estas alturas que ya no hay medios que no sean digitales". Pero qué más da. En uno de ellos, 'El Independiente' que fundó junto a Casimiro García Abadillo, trabajaba Victoria. Y escojo bien el verbo trabajar, aunque podría haber escrito injustamente otros: dirigir, coordinar, figurar.

Siendo como ha sido una grande de nuestro oficio, se ha ido trabajando como si fuera un redactor más. Nunca le vi los galones. Fue refractaria a la fama y la popularidad


Victoria Prego era un nombre y un apellido, pero era además una marca con mayúsculas y con toda la fuerza que tienen las que uno recuerda. Es imposible olvidar sus llamativos y aperturistas Telediarios junto a Joaquín Arozamena, su voz clara, oportuna, directa en documentales que hablaron de nuestra denostada Transición. Esa magistral voz que no se parecía a ninguna, tenía todos los registros que sustentan la verdad cuando se verbaliza. Esa voz y esa marca han sido patrimonio para alguien como ella que siempre trabajó con la idea de ser y parecer creíble. Y así fue en los periódicos, en las televisiones y radios donde trabajó.


Siendo como ha sido una grande de nuestro oficio, se ha ido trabajando como si fuera un redactor más. Nunca le vi los galones. Fue refractaria a la fama y la popularidad. Ella, que era una estrella de este oficio, sabía que su trabajo brillaba cuanto más sencillo y humilde era en su apariencia. Y así la noté siempre: sencilla, amable, divertida.


Y algo más: nunca prestó, vendió o alquiló su pluma. En sus opiniones políticas fue imprevisible, educadamente
sorprendente, mirase a un lado o a otro. El que en estos tiempos canallas pueda tirar la primera piedra que empiece.

Le gustaba preguntar, ¡pues claro, si era periodista!, pero más aún repreguntar. Qué antiguo suena eso de repreguntar, ¿verdad?

La recuerdo en este momento mirando a la persona a la que acababa de hacerle una pregunta, y siempre con una mirada astuta y paciente; con unos ojos en los que avisaba a su interlocutor: Ten cuidado, no me engañes, lo noto enseguida y no olvido. Le gustaba preguntar, ¡pues claro, si era periodista!, pero más aún repreguntar. Qué antiguo suena eso de repreguntar, ¿verdad?


Junto con otros insignes compañeros del Grupo Larra compartí con ella muchos almuerzos con personajes de la actualidad que sentían frente a ella el respeto y la veneración de una gran periodista que, además, era una ejemplar ciudadana. También lo era como madre, pero esa es otra historia que bien puede contar, entre otros, su hijo Guillermo.


Me llamó siempre Felisín, que así me es como lo hacen las personas que me quieren. A ella nunca supe cómo agradecerle su confianza. Y a la vida la suerte de haberla conocido y tratado. Su adiós empequeñece nuestro oficio de periodistas, pero eso, tal y como estamos viendo, importa cada vez menos. La insensatez es arriesgada y peligrosa, creo escuchar que me está diciendo al oído en este momento.


También la casualidad ha querido que Victoria se haya muerto el mismo día que Paul Auster. Dos grandes de la escritura y el periodismo en el mismo día es demasiado. El escritor de Nueva Jersey dijo que el pasado nunca desaparece por completo, siempre está presente en nosotros de alguna forma. Eso mismo sentimos sus amigos en este momento. Descansa en paz, querida Victoria Prego.


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