En ocasiones he discrepado con Don Felipe VI, en especial en lo que atañe a lo relacionado con su padre, Don Juan Carlos, o con algunas actitudes de la reina consorte respecto a Doña Sofía. Lo he hecho desde mi lealtad a la Corona, entendida como elemento de estabilidad de nuestra democracia así como de su papel como institución moderadora. Pero ante lo sucedido en Paiporta me disculpo ante mi Rey.
Viendo con estupor e indignación la fuga de Sánchez, abandonando al Jefe del Estado, comportándose como el miserable cobarde que es, y observar, por el contrario, esa cabeza erguida del Rey, ese acercarse a la gente intentando hablar con ella apartando enérgicamente los paraguas que pretendía ofrecerle para su protección el servicio de seguridad, con su rostro desencajado al escuchar de primera mano lo que se vive en aquella parte de España, al ver como cuando se marchaba pedía perdón a los paisanos de Paiporta y con ello a todos los afectados -¿cuándo ha pedido perdón Sánchez?- he dicho ”Este es mi Rey”. Es en estas situaciones, en las crisis de Estado -y esta es una crisis humana, social y política de primerísimo orden- cuando se conoce la valentía, humanidad y voluntad de servicio.
Esa es la grandeza del monarca salpicado de barro, aguantando el chaparrón de la rabia acumulada durante días con dignidad, con entereza e incluso con la íntima convicción de que se ha hecho todo muy mal
Don Felipe sabía perfectamente a lo que iba. Sánchez, también. Por eso el cobarde presidente ya no va a ningún sitio solo si puede ampararse tras el escudo del monarca. Pero el Rey quería ir –me consta que desde hace días pero Moncloa no se lo permitía– porque consideraba que era su deber estar junto a los que precisan auxilio y esperanza. Don Felipe no iba a pasearse, que es a lo que iba el innombrable. Don Felipe iba a mezclarse con sus compatriotas, a recibir granizo, truenos y barro en la cara si era menester porque sabe que el oficio de rey comporta dar la cara, no como el cobarde presidente que tenemos, que solo pisa moquetas seguras y calles de las que se ha alejado a los vecinos a razonable distancia.
Don Felipe es todo lo contrario, porque busca el abrazo, la mano tendida, la proximidad para escuchar. Lo hace porque son sus compatriotas. Lo hace porque, a pesar de ser rey, no se considera superior a nadie. Esa es la grandeza del monarca salpicado de barro, aguantando el chaparrón de la rabia acumulada durante días con dignidad, con entereza e incluso con -pienso para mis adentros– la íntima convicción de que se ha hecho todo muy mal. Cuando desde la base de Gando el rey ofreció su Guardia Real para ayudar sabía lo que estaba diciendo. Entre líneas se podía leer que pedía movilizar al ejército.
Se lo decían a Doña Letizia por los gritos de “Asesino, asesino”: “No va por ustedes, majestad, va por Sánchez”, mientras la reina lloraba ante aquella tremenda desgracia con la cara manchada de barro. Ahora vemos quién es quién, por si cabía alguna duda. El rey aguantando el tipo y Sánchez escabulléndose como un conejo por la puerta de atrás. Esta desgracia nos debería llevar a considerar las cosas que funcionan y que no funcionan en España.
Ahora vemos quién es quién, por si cabía alguna duda. El rey aguantando el tipo y Sánchez escabulléndose como un conejo por la puerta de atrás
De entrada, urge repensar un sistema autonómico mastodóntico inoperativo que solo ha servido para crear nuevas castas caciquiles; revisar los protocolos de alarma nacional y que desde el minuto cero se reúna un comité de crisis con mando único, y si puede ser el Rey, mejor; valorar la posibilidad de llevar a Sánchez y demás ministros ante la justicia por delito de denegación de auxilio y omisión del deber de socorro, que consiste en no prestar la ayuda necesaria a otras personas que se encuentran en situación de peligro o necesidad. Ah, y esculpir en mármol en la entrada al Congreso dos frases: “Los políticos no tenemos por qué achicar agua” y “Si quieren ayuda que la pidan”, explicitando que quienes así piensen no tienen lugar entre los representantes de la soberanía nacional. Don Felipe, permitidme que os diga que sois un rey cojonudo.
Siempre a las órdenes de su Majestad.
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