Me separa de Pablo Iglesias una distancia ideológica sideral, creo que su deriva resulta tóxica para la convivencia y que, cuando desaparezca de la vida pública, España volverá a ser el lugar habitable que dejó de ser en el momento en que todo un ex vicepresidente decidió que quien no le baila el agua es “fascista” o “golpista”; calificativos más que devaluados en su boca, dicho sea de paso, porque después de aplicarlos tanto y a tanta gente de probada trayectoria democrática han acabado por no significar nada.
No obstante esa crítica legítima a su trayectoria debería dejarnos ver el bosque. El todavía líder de Podemos comparte con Pedro Sánchez dos cualidades rara avis en política aunque imprescindibles: valentía y cierto grado de osadía en momentos difíciles. Por eso me pregunto: ¿Y si la actuación tronante que le vimos este domingo en eso que los morados llaman la ”Uni de otoño” no fue sino el inicio de su vuelta a la primera linea? ¿Y si la alegría desatada de su compadre Juan Carlos Monedero en el escenario, los besos con su pareja la ministra Irene Montero y él ¡Sí se puede! redivivo coreado por la platea, fue precisamente eso?
Sé que la hipótesis de que Pablo Iglesias vuelva a ser cartel electoral de su partido en las elecciones generales de 2023, puede sonar a broma. También sonaba a chiste, le recuerdo estimado lector, su anuncio de presentación a las elecciones en la Comunidad de Madrid frente a Isabel Díaz Ayuso el 4 de mayo del año pasado… y allí que se fue. Con el resultado por todos conocido: Ni recogió el acta de diputado.
Tiene una visión instrumental del voto y del poder, siempre al servicio del proyecto destituyente del 78 que gusta encarnar; Sea en el Gobierno, donde dos años de poder no han hecho mella en su afán impugnatorio -empezando por la monarquía-, o en un futuro en la oposición al gobierno PP/Vox que apuntan todas las encuestas
Lo de recoger el acta, bien en la Asamblea de Vallecas el año pasado o en el Congreso de vuelta el año próximo, le da igual. Iglesias siempre ha tenido una visión instrumental del voto y del poder, al servicio del proyecto destituyente del Régimen del 78 que le gusta combatir; Sea en el Gobierno, donde dos años de poder institucional no han hecho mella en su afán impugnatorio de lo que es España desde hace 45 años, empezando por la monarquía, sea en un futuro en la oposición a ese gobierno PP/Vox que apuntan todas las encuestas.
De darse este último caso, sería en dura competencia con un PSOE fuera del poder que para ese momento ¡ojo! ya estaría debatiendo su futuro sin Pedro Sánchez al frente. Un aliciente más para la vuelta del macho alfa redentor eso de ser oposición al gabinete de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. Como hace año y medio.
Pablo Iglesias bajó a Madrid en una coyuntura parecida en lo orgánico; tomó la decisión a última hora porque el ministro de Consumo, Alberto Garzón, y la que es su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero, le dejaron en la estacada. No querían ser cartel electoral y quemar asi un futuro prometedor con Podemos ya en caída libre; corría serio riesgo de no sacar el cinco por ciento mínimo de votos y quedarse fuera de la Asamblea de Vallecas... Desaparecer en Madrid. Palabras mayores para todo proyecto nacional que se precie de serlo.
Irrumpió como elefante en cacharrería justamente para introducir tensión en la campaña; para que se hiciera carne aquel eslogan socialismo o libertad de Ayuso, transmitido en horas 24 por la presidenta madrileña en ese otro Comunismo o libertad. De un plumazo, el candidato socialista Ángel Gabilondo se vio opacado -así le fue- por todo un ex vicepresidente que lo mismo bajaba al barro de los correos amenazantes con balas y las navajas de medio palmo, que mandaba a sus huestes a pegarse con los de Vox a ese Vallecas de su juventud que al final se entregó a Ayuso en las urnas.
Iglesias ya salvó a Podemos en Madrid, aunque la humillación no fue poca: quedó último, a distancia sideral de sus odiados Mónica García e Íñigo Errejón… ¿Qué le impide ahora repetir la jugada para frenar el ninguneo de Yolanda Díaz a los morados?
Lo cierto es que Iglesias logró finalmente aquello que se había propuesto con su inopinada y sorprendente salida del Gobierno: salvó la representación parlamentaria morada en la Asamblea. Aunque la humillación no fue poca, quedó último a distancia sideral de Más Madrid, que hoy lidera la oposición a Ayuso, y de sus muy odiados Mónica García e Íñigo Errejón. ¿Qué le impide repetir dentro de un año esa jugada para impedir que Yolanda Díaz primero ningunee a Podemos en las listas y luego les fagocite?
A sus ojos, ahora se están dando, respecto a la relación de Podemos con Yolanda Díaz y su proyecto Sumar, no unas circunstancias similares, pero sí la misma amenaza: la posibilidad de que su criatura, Podemos, la misma en la que lleva puestos todos sus desvelos desde que en 2013 aprovechó hábilmente la fuerza indignada del 15-M en las calles españolas, desaparezca como fuerza tractora de la izquierda a la izquierda del PSOE... Otra vez, palabras mayores como en 2021.
Y, lo que es peor, que vaya a ocurrir de la mano -oculta- de ese Partido Comunista de España (PCE) y esa Izquierda Unida a los que despreció -“¡quedaros con vuestras banderas rojas y dadme las televisiones!” aupados de nuevo por una Yolanda Díaz que nunca rompió el carnet comunista.
Eso es lo que estaba en el trasfondo de sus palabras este domingo cuando espetó a su ungida Vicepresidenta heredera -sin citarla- eso de ”¡Hay que respetar a Podemos!”; o cuando el lunes, en la SER, le recordó ya sin tapujos a Yolanda Díaz -fuera caretas-, “te hicimos ministra”. Le estaba diciendo a las claras: no vamos a tolerar que nos ningunees, y si para eso me tengo que volver a poner al frente y disputarte en las urnas el espacio de izquierda verdadera que quede, me pongo… Disfruten de este Borgen de medio pelo.
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