Me honro en pertenecer al grupo humano, cada vez más escaso entre nosotros, de aquellos que sienten sincera alegría por los éxitos de los amigos. Alegría, no envidia ni sordo reconcomio. Mientras yo pierdo el tiempo que me queda metiendo un pie en la laguna para ver si el agua está lo bastante fría como para atreverme a cruzarla, mi amigo Jesús Bastante Liébana, periodista y escritor, ha escrito una novela que me ha dejado pasmado. Se titula Santiago en el fin del mundo y la ha acaba de publicar La Esfera. Parece que no soy el único pasmado, ni mucho menos: el gran Jesusín, que para la presentación del libro logró liar al cardenal Osoro, al padre Ángel y a la periodista Ana Pastor, anda ya de entrevista en entrevista y su criatura está, en las listas de ventas, por delante de Millás y Arsuaga, de Peter Brown y del inmenso Santiago Posteguillo. Solo le supera, ahora mismo, otro genio provocador: Yuval Noah Harari, con su espléndido ensayo sobre el homo sapiens.
Pues no me extraña. Jesús Bastante, una de las dos columnas que sostienen ese valeroso templo informativo que es la web Religión Digital, ha escrito una novela espléndida sobre la presencia en la Hispania romana (siglo I de nuestra era) de Santiago el Mayor, uno de los apóstoles más significativos de Jesucristo; de por dónde anduvo, con quién se tropezó, quién se le apareció, “de los singulares acontecimientos en que se vio envuelto y cómo se desenvolvió” (habrían dicho Les Luthiers) y cómo fue que acabó enterrado en el Finis Terrae, en Compostela.
Pero es una novela. Jesús lo deja claro desde el principio, desde la cita de Quintiliano que abre el libro: “La historia se escribe con el propósito de narrar, no de ser verdad”. Todo eso que leemos no sucedió nunca. Es una invención “piadosa”, por así decir, y también el origen de uno de los movimientos espirituales (y económicos) más importantes de la historia de Occidente: la peregrinación compostelana, el camino de Santiago, que lleva cambiando la vida de mucha gente (cristianos o no) desde el siglo IX.
Santiago vertebra una idea medieval de España, lo mismo que Arturo está en la raíz de Britania y luego de Inglaterra, y que Moisés es la espina dorsal de la epopeya nacional de los hebreos
La leyenda del apóstol Ya’akov, Jacob, Yago, Sanct Iago y por fin Santiago (y además Jaime, James, Jacques, Diego, Diogo) puede perfectamente compararse con la del Rey Arturo. Primero, porque es extraordinariamente hermosa. Segundo, porque está en la génesis misma del nacimiento de un país: Santiago vertebra una idea medieval de España, lo mismo que Arturo está en la raíz de Britania y luego de Inglaterra, y que Moisés es la espina dorsal de la epopeya nacional de los hebreos. El amontonamiento de los siglos ha hecho prácticamente imposible la comprobación, la certeza histórica de la existencia de cualquiera de los tres. No hay ya forma de saber si fueron personajes reales, si son síntesis de varias personas diferentes o si son pura invención literaria.
El problema con Santiago, Compostela y todo lo demás es que millones y millones de personas han creído sinceramente, durante doce siglos, que todo eso fue verdad, que había sucedido, que eran hechos y no hermosas leyendas. Con el rey Arturo y Lanzarote del Lago y la reina Ginebra no sucedió eso. La diferencia es importantísima porque en el caso de Santiago la leyenda entró a formar parte de la religión; es decir de la creencia, fundamental para la vida de gran parte de la humanidad a lo largo de los tiempos.
Es curioso que Jesús Bastante, casi desde el principio, comience hablando de Iliberri, una ciudad fantasmal que existió pero aún no está claro dónde. Ese es el “bajo continuo” de toda la novela: la imposibilidad de encontrar la raya que separa la fantasía de la historia, los hechos de la leyenda. Porque no todo lo que se cuenta en el libro es inventado. Pero, eso sí, todo es literatura.
Verá cómo el atrabiliario, apasionado, ciclotímico personaje de Santiago sueña que se ve a sí mismo montado en un caballo blanco en medio de una batalla: la de Clavijo, que jamás se produjo
Literatura de porcelana fina, eso desde luego. Quien llegue al libro buscando deliberadamente constatar sus creencias religiosas se llevará más de un susto, porque verá cómo el atrabiliario, apasionado, ciclotímico personaje de Santiago sueña que se ve a sí mismo montado en un caballo blanco en medio de una batalla: la de Clavijo, que jamás se produjo. Se la inventó el obispo Jiménez de Rada en el siglo XIII. Es decir, que el novelista sabe bien hasta dónde puede llegar y de dónde es mejor no pasar.
Pero quien llegue al libro con la esperanza de disfrutar de una historia espléndidamente contada, como quien abre un libro de Tolkien o de Walter Scott (Ivanhoe, por ejemplo), disfrutará mucho. Jesús Bastante escribe muy bien. No es la primera vez que lo demuestra en novelas históricas. Mi preferida es Cisma, en la que cuenta la historia de Lutero y juega también, magistralmente, en el arte de barajar lo cierto, lo probable o deducible, lo posible y lo que tan solo es imaginado.
Aquí, con el extremo personaje de Santiago, pasa lo mismo: pocas cosas son verdad, pero ¿qué más da eso? Todo es verosímil, que es la condición indispensable que ha de tener una creación literaria de estas características. Este no es el libro de un historiador, aunque abunden las referencias históricas. Este no es el libro de un periodista: está demasiado bien escrito, y eso no es frecuente en el gremio. Este es el libro de un escritor, de un narrador. Jesús Bastante hace con Santiago algo parecido a lo que García Márquez hizo con Bolívar (El general en su laberinto): lo trae y lo lleva por caminos que otros abrieron y que quizá dan por ciertos, pero este Santiago, como aquel Bolívar, tiene un solo padre, y ese es el autor del libro. Nadie más.
Sobra el apéndice de Concostrina
Lo único que le sobra a esta delicia, creo yo, es el “Desmentido histórico” que añade, al final, Nieves Concostrina. No por lo que dice, que es todo verdad (y lo que dice es que todo es mentira), sino por cómo lo dice. Es como si después de una sinfonía de Mozart sonasen veinte segundos de AC/DC, y ahí se acaba la cosa. El lector que entre en esta novela no es tonto: ya sabe que es ficción. Y a quien se esfuerce en no saberlo, o en no quererlo creer, no le va a servir de nada el rasponazo final de Concostrina, que es una admirable periodista pero que cuando escribió eso no tenía un buen día, está claro. Esas páginas, a mi entender, no tenían que estar ahí.
Jesús Bastante es ya el responsable de un valioso montoncito de libros. Unos son investigaciones periodísticas, otros son biografías y otros son novelas. Esta hermosa ficción sobre Santiago deja al lector con hambre: cabe esperar que la próxima creación de su autor sea aún mejor. Muy probablemente será así. Quienes nos alegramos de verdad con los éxitos de los amigos, aunque no haya forma de quedar con ellos para cenar, estamos seguros de ello.
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