Ustedes sabrán perdonarme esta expansión impropia, pero tenía que decirlo. Es una vergüenza que en España o lo que queda de ella existan oficialmente treinta y siete géneros y diez orientaciones sexuales. Y digo que encuentro en ello bochorno, oprobio, menoscabo y sinsentido porque he buscado entre todas ellas y ni una sola vez, ¡ni una!, he encontrado la identidad de aquel, aquella o aquello que diga sentirse microondas. ¿Dónde se ha visto tamaña afrenta a quienes idolatramos a esos pequeños aparatos domésticos que son lo primero amable que vemos cada mañana, cuando nos calientan el café con leche? ¿Por qué no se les considera dignos de ostentar categoría propia si son quienes nos calientan la cena y son tan agradecidos que incluso tocan el pito, con perdón, cuando acaban su función? Ya sé que muchos dirán que, si bien el microondas no está considerado como género ni como identidad sexual, tampoco gozan de ese distingo la Thermomix, la Nespresso o el termómetro digital. Pero es que yo no puedo estar en todo, señores.
No pensaba manifestarme, aunque con la nueva ley que regulará las manifestaciones los piquetes violentos podrán encargarle a los policías que les traigan café y una paella para veinte, si conviene. Pero cuando he visto lo que la proba Mónica García, líder de Más Madrid, médica (y madre) ha propuesto, la sangre se me ha subido a la cabeza. La médico (y madre) quiere que la Asamblea solo nombre a personas no binarias titulares de órganos directivos de la administración y de los entes que fuesen de su competencia. Y ustedes, que bastante tienen con intentar llegar a fin de mes, pagar el hachazo que supone el recibo de la luz o desesperarse porque su hijo se ha hecho tronista se preguntarán en qué consiste ser no binario. Significa, apunten, ser personas “cuya identidad o expresión de género se ubica fuera de los conceptos tradicionales de hombre, mujer, masculino y femenino o, simplemente, bascular entre ellos”. Lo que se dice ir por la vida basculando, vamos.
Esto les parecerá mal a unos, bien a otros y una solemne chorrada a la mayoría, porque más lo preferible sería contratar a la gente mejor preparada y con mejor currículum profesional. Pero la médica (y madre) dice que no, que quietos los caballos y que debe primarse es la gente no binaria. Ni meritocracia, ni leches. Maternas, por supuesto. Aquí he estallado de indignación. Miren, no me parece que contratar personal no binario sea lo que está pidiendo a gritos la gente. Lo juzgo una frivolidad en quien se reclama de izquierdas, un atentado gravísimo ante la igualdad de todos los ciudadanos. Las cuotas son un atentado contra el mérito personal, es decir, contra la esencia de la democracia que no es otra que la de formar ciudadanos útiles, libres y honestos. Da igual su sexo, su raza, su credo, su condición sexual o sus gustos en materia literaria. Eso, por no decir que parecería abominable saber que si me han dado este o aquel cargo es porque soy no binario o pila alcalina. Si la médico (y madre) tiene gente en su partido que se halle en tal condición, la del basculeo, es lógico que atienda a sus demandas pero sería mejor ocuparse primero de la ruina que a los autónomos nos va a producir el ministro Escrivá con su revisión de los planes de pensiones o la sutil indicación de que, hombre, ya puestos, mejor jubilarse a los setenta y dos. Seas binario, terciario o cuaternario, que en lo de meterte la mano en el bolsillo este gobierno – todos, por lo general – no hacen distingos.
Así que he decidido proclamarlo alto y claro, soy de género microondas, igualito que esos premios que se dan. Microondas y no se hable más. Y ahora, que venga la médica (y madre) a discutírmelo que, como me ponga farruco, le monto el día del orgullo electrodoméstico con un desfile de quienes amamos la línea blanca – la de los electrodomésticos, no sean mal pensados – poniéndola de chupa de dómine.
Nota Bene: Dispensen el tono jocoso, pero es realmente insoportable tanta estulticia, tanta facundia, tanta ordinariez. Lo mejor es acudir al humor, del que tanto carecen los totalitarios. Ya lo escribió Colette, sin risa la vida se vuelve imposible.
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