Porque a los separatistas les parecerá bien. Y justo. Que en un claustro se le dediquen esos insultos a un compañero, don Ricardo García Manrique, no es novedad ni tiene coste social. Al contrario, el insultante se jactará de patriota y explicará el sucedido como si se hubiera enfrentado solito a toda la Legión con una mano atada a la espalda. Añadamos que los insultos se dijeron ante 180 profesores y el mismísimo rector. Ambos, asistentes y rector, para su eterna vergüenza, no dijeron nada. ¿El delito de don Ricardo? No comulgar con los lazis, oponerse a un manifiesto que apoyaba a los golpistas y acudir, finalmente, a los tribunales por considerar que la universidad debe mantener siempre una obligada neutralidad política. Como, encima, la justicia le dio la razón condenando a la Universidad, ahí tienen los resultados. Fascista y colono.
De Joan Guardia, el actual rector que se presentó en una candidatura apadrinada por la ANC, no puede esperar nada bueno un demócrata. Que no defendiera a don Ricardo tampoco entra en lo imaginable. Pero uno se pregunta ¿y los 180 restantes, qué? ¿Nadie se sintió herido por esos dos epítetos, que equivalen a condenar a la muerte civil a la persona contra la que se escupen? ¿Nadie se sintió molesto por el empleo de palabras de tamaño calibre en una sesión académica?¿No había ni una sola persona que considerase el decoro, la corrección y las formas – ya no decimos la ideología – imprescindibles en una universidad? Es evidente que no. Podemos especular acerca de si todo el claustro de la UB es separatista, pero una cosa es cierta: nadie tuvo el coraje cívico de acudir en defensa de un compañero. Nadie.
Si estuviésemos en la Alemania de los años treinta y a un catedrático se le hubiera tildado de judío y enemigo del Reich la reacción de sus compañeros la imaginamos exactamente igual. Ya no importa compartir o no el credo separatista, lo que cuenta es no oponerse al mismo, no hacerse notar, no decir nada, permanecer con la boca callada y poder seguir así con tu vida de funcionario sin el menor problema, no sea que los de Arran te rayen el automóvil, te pinchen las ruedas, pintarrajeen el portal de tu casa o decidan boicotear tus clases. Mucho peor, que los que mandan te retiren ese curso que impartes en una entidad privada, ese viajecito anual con todo pagado so pretexto de la universidad, esa tertulia de TV3 a la que acudes como experto en ni se sabe, esos articulillos en una gacetilla cualquiera del régimen pagados fabulosamente, ese máster, esos créditos para investigación que te permiten darte pisto o, fatalidad, que se te relegue en el organigrama y caigas en desgracia. Aquest no és de els nostres. Si hay que perder algo, perdamos la dignidad antes que las gabelas.
Que algunos miembros del mundo académico hayan protestado mostrando su solidaridad con el profesor García Manrique provoca más rabia que contento, porque, aun siendo personas de probado coraje, carecen del peso suficiente para que los pancistas de sus colegas muden de postura. Seamos agradecidos, sin embargo, y hagamos notar que las profesoras Fernández Alonso y Chantal Moll están siempre beligerantemente alertas contra este tipo de actitudes autoritarias y, sí, fascistas, así como Sociedad Civil Catalana o los admirables jóvenes de S’ha Acabat.
Más allá, los insultadores siguen hoy como ayer y, nos tememos, como mañana. En Cataluña se premia insultar lo constitucional, lo español, lo legal, sospecho que incluso lo racional. La última: la Chiqui Ministra Montero perdona cuatro mil millones de euros a las CCAA, siendo la más beneficiada entre todas Cataluña. Nada menos que mil y pico millones. Los que no hay para más vacunas, contratación de personal sanitario, acabar con las escuelas-barracones, implementar más medios en la sanidad pública, en fin, lo que ya saben ustedes. Porque crear embajadas, organismos fantasmas y aumentar al parásito de los medios de comunicación dependientes de la generalidad se lleva la parte del león. Qué más da si a un honrado catedrático se le insulta delante de todo un claustro. Fascista, y colono, y lo que sea menester.
Todo sea por la mesa de diálogo.