Opinión

Yolanda Díaz, un proyecto con amor

Tengo mis dudas de que colocar en el titular la palabra amor sea una buena llamada para que el lector me preste su atención. Me arriesgaré, aunque solo sea porque

Tengo mis dudas de que colocar en el titular la palabra amor sea una buena llamada para que el lector me preste su atención. Me arriesgaré, aunque solo sea porque alguien ha tenido la valentía, el cuajo de pronunciarla en un mitin. No sé el lector, pero yo les aseguro que este fin de semana pasado he vuelto a mi juventud nada más tener noticia de la Fiesta del PCE. Han vuelto, oigan, con sus mítines, conferencias, puestos del Polisario y partidos hermanos. Hasta Silvio Rodríguez con su guitarra y sus 74 años a cuestas ha vuelto. Sí, desde luego, los de entonces ya no somos los mismos, aunque el cubano siga cantando sus ripios sin moverse del sitio, comunista hasta el final en La Habana y en Madrid.

La Fiesta del PCE fue como ahora se dice trasversal, y permitía que uno fuera allí a leer dazibaos y comer sardinas sin ser comunista. Vuelve para confirmar los versos del poeta, "yo sé que existo porque me imaginas". Aunque no lo parezca, aún hay un buen número de gentes que arrostran su ideología con un entusiasmo impropio de estos tiempos en los que el pragmatismo ordena y manda. Y hasta puede que me equivoque, porque si bien el comunismo nada tiene que hacer en España, el Gobierno tiene unos cuantos ministros con el carnet de la hoz y el martillo. Una verdadera extravagancia que en la Unión Europea sólo España se permite.

Esta naciendo algo que nadie sabe qué es

Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo es, con mucho, lo mejor de la otra parte del Gobierno, la zona oscura, como me dice un amigo socialista que califica de penumbra la que a él le toca. Suelo recordarle que la oscuridad tiene más dignidad y verdad, porque al menos no engaña, pero la penumbra lleva dentro la incertidumbre de lo que lo que parece iluminado y no está. Hay oscuridades muy luminosas, le digo, y ante semejante oxímoron mi amigo se ríe y hace un gesto con la mano como diciendo, anda, terminemos, déjalo ahí.

Y lo dejo, porque yo de quien quiero hablarles es de Yolanda Díaz. Confieso que es la miembro/miembra, -que no sabe uno qué escribir ya- que más atención me despierta. Es una mujer atractiva, educada, con un sospechoso toque de estudiada ingenuidad que roza a veces la simpleza; es atrevida, porque atrevida hay que ser cuando dice que hablar de matria y no de patria es hablar de un proyecto de país. Sabe reír incluso cuando se esfuerza en ponerse seria, y dice cosas que ningún otro ministro diría, y menos que otro, o que otra, que sigue uno sin saber que poner, la titular de Derechos Sociales Ione Belarra, ministra en permanente estado de desaparición/desesperación cuando no de cabreo con el mundo. A Belarra la puso Pablo Iglesias a cuidar el huerto, pero ni da la talla ni muestra la más mínima empatía teniendo en sus manos las políticas sociales.

Díaz quiere arrinconar el odio

Una señora que no ríe nunca y siempre parece enfadada levanta muchas sospechas cuando llega un día y te pide la confianza en forma de voto. Yolanda Díaz es otra cosa. Tiene una habilidad de la que carecen sus compañeros de la parte del Gobierno de Podemos, y dice muy seria que desea arrinconar el odio. Y entonces cree uno que debería empezar por tomarse unas cañas con Pablo Iglesias, que también estuvo en la fiesta del PCE, pero este sin más proyecto que animar las tertulias de la radio.

No sé si tiene un proyecto, pero habla como si lo tuviera. No se encoge. No se viene abajo. Y no tiene ningún sentido del ridículo. En abril del año pasado, y ante la alucinada mirada del ministro Escrivá que no sabía qué hacer con las manos, Díaz intentaba explicar a los periodistas lo que era un ERTE. Viendo que no lo conseguía, pedía con gestos la asistencia del ministro de la Seguridad Social que, perplejo y desconcertado tuvo que escuchar: “Yo sé que esto tiene mucha dificultad, yo creo que en este país a partir de ahora los niños y las niñas ya sabrán lo que es un ERTE”. El ministro de la Seguridad Social ha pedido que se estudie la jubilación a los 75 años, y Yolanda Díaz le acaba de pedir que sea prudente y cauteloso. Primero calló a Calviño y ahora a Escrivá. ¿Y si este fuera su proyecto, ir dejando en evidencia, pero con mucho amor, a los ministros socialistas?

El amor como centro de actuación

Algunas carreras se torcieron después de un momento como ese de los ERTE que hasta los niños podían entenderlo, pero la ministra aguantó, y con un apresto impropio de nuestra clase política, se trabajó bien a los empresarios, a los autónomos y sindicatos, y consiguió unos equilibrios y una paz social entre los llamados agentes sociales más que considerable. Así, hasta que ha hecho caso a los que le dicen que lleva dentro una líder capaz de alumbrar un proyecto nuevo a la izquierda del PSOE. La de Trabajo no esconde sus intenciones y menos sus providentes gestos de cara al futuro. Amor, amor, amor, que cantaba Lolita. Pero lo suyo consiste en "hacer del amor el centro de actuación, un proyecto a favor y que arrincone el odio, un proyecto en el que necesitamos todas las manos, todos los corazones y todas las mentes".

Esto que leen lo dijo el domingo pasado la vicepresidenta en la renacida fiesta del PCE. Las crónicas no detallan la cara de los comunistas y afines al escuchar esto, pero es evidente que quiere liderar algo que según ella está naciendo, pero nadie se ha enterado, y menos que nadie los que le estaban escuchando. Puede que Íñigo Errejón sí, que ya ha sacado número a la espera de que le llegue la vez. Errejón necesita algo, aunque sea el proyecto de amor de Yolanda, y salir así del arnés de Madrid que lo reduce a la categoría de político menor. Y hasta puede que a aquel tímido invento de Más País le faltara el amor que predica la ministra Díaz para asentarse a la izquierda del PSOE.

Cuanto más te quieren menos te votan

Lo hace además desde un espacio privilegiado, una vicepresidencia del Gobierno, y marcando su territorio, hoy en el Prat, la semana pasada a Calviño, el domingo anunciando sus intenciones y ayer llamando sutilmente bocazas al ministro Escrivá. Si Díaz tiene un proyecto y es capaz de que el amor la impulse a ese centro de actuación del que habla, podría aprender de Florentino Pérez cuando se fue al Chiringuito a anunciar la Superliga. Las exquisiteces, sobre todo las políticas, necesitan de un cierto refinamiento escénico. Si de verdad tiene un proyecto nuevo no puede anunciarlo en la Fiesta del PCE, porque eso es rancio, y más rancio aún junto a los versos de Silvio Rodríguez: "Desempolvemos algo las pasiones lejanas, algo de aquellos sueños sin ventanas".

Yolanda Díaz se equivocaría mucho si cree que por ser la mejor valorada en el CIS conquistará aquello que sueña. Debe saber que tradicionalmente ese lugar lo han ocupado políticos que luego no han triunfado, se les quería mucho, pero se les votaba poco. Lo tiene cerca porque fue Julio Anguita el que decía eso de "quiéranme menos y vótenme más".

Yolanda, ojo con el amor en política. Ojo con las esquinadas miradas de Belarra y Montero, que ellas sí que tiene un proyecto y no pasa por el amor. "Amo la traición, pero odio al traidor", decía César.

La verdad es que la mayoría de nuestros políticos hablan del cariño y del amor como podrían hacerlo del tiempo. En realidad, lo llaman así cuando quieren decir traición, celos, envidia y pasión. Eso, más o menos como el amor.   

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