Opinión

Yolanda Díaz, en el día de los muertos

Como un ladrón/ Te acechan detrás de la puerta/ Te tienen tan/ A su merced/ Como hojas muertas J.M Serrat Hay que reconocer que el sentido del ridículo permanece ausente

Como un ladrón/ Te acechan detrás de la puerta/ Te tienen tan/
A su merced/ Como hojas muertas

J.M Serrat

Hay que reconocer que el sentido del ridículo permanece ausente del ser humano mientras está en política. Me tranquiliza confirmar que el grado de frivolidad y ordinariez que gastan los nuestros es capaz de medirse con los del resto de mundo desarrollado. Qué gran metáfora sobre la inutilidad y la mentira juntas ver la fotografía de los amos del mundo reunidos en las siglas del G-20 tirando de espaldas una moneda a la Fontana di Trevi.

De repente Macron, Merkel, Johnson, Draghi, Sánchez y tantos otros parecen lo que quizá non más allá de la política, gente ordinaria que se comporta como turistas baratos que después de comer un trozo de pizza recalentada tira unos céntimos al agua de la Fontana.

Pero la cuestión es bien distinta, porque el turista está en Roma de paso, y acaso fíe a la Fontana de Trevi su suerte en un negocio, un amor, un examen, la salida a una enfermedad. Los del G20 están reunidos en Roma para ofrecer soluciones al mundo pero, ¡oh, decepción ingrata!, los líderes del mundo sólo pueden prometer esfuerzos para frenar el calentamiento del Planeta, pero sin concretar cómo. Hay que suponer que esa era la cuestión que implícitamente llevaba dentro la moneda de veinte céntimos. ¡Fontana, Fontana de Trevi, dinos cómo, qué, ¡cuándo!

El gobierno del mundo, si existiera, actúa así, fiando el futuro a la fortuna, a la suerte de una moneda al caer al agua. Le llaman política, pero es una soberana tomadura de pelo a los ciudadanos. Y vuelvo a mirar detenidamente la foto, y me pregunto cómo es posible que no haya habido uno, sólo uno de los 20 que se negara a hacer su parte en la majadería de la moneda. Y vuelvo al principio: total ausencia del sentido del ridículo.

De Rajoy a Sánchez, aquellas pequeñas cosas

Hoy dos de noviembre es el Día de los Difuntos o Día de los Muertos. Por aquí, lo que celebramos es que los muertos han superado el purgatorio y han sido santificados. ¡Ay, el purgatorio!, ese fuego interior que purifica el alma del pecado, que nos tiene dicho el Papa Benedicto XVI, que ahí sigue, malito y delicado durante años, pero Papa al fin y al cabo.

Y hoy también es el día en el que Pedro Sánchez, a modo de laico pontífice, tiene que decidir a quién saca del purgatorio, a quién purifica su alma del pecado, a Nadia o a Yolanda. La cuestión no se resuelve con una moneda. Hace falta una decisión, es decir, es menester un ejercicio que Sánchez no practica, que en esto, y aunque reparemos poco en ello, se parece mucho a su antecesor Mariano Rajoy. No les une la semántica sólo, también la indolencia. Los problemas crecen a su alrededor porque no se toman decisiones, Y así hoy, día de los muertos hemos llegado a la gran reunión en la que el presidente no tiene más remedio que purificar el alma de Nadia o Yolanda. Las dos no pueden salir. Una se quedará para siempre conservada en ese fuego interior del que habla Benedicto XVI. Y por lo que sabemos y parece no será Calviño.

Cuando Sánchez asegura que no hay que derogar la legislación laboral actual, solo “reconstruir algunas cosas que se hicieron mal”, a mí me recuerda aquello de Rajoy cuando refiriéndose a los papeles de Bárcenas dijo aquello de que “todo es absolutamente falso, salvo alguna cosa . Pues bien, ahora sabemos que eran más de alguna cosa, y ahora, en lo tocante a Sánchez, falta por saber qué cosas hay que reconstruir de la mal llamada reforma laboral.

Pedro, más cerca de Nadia

A la espera de que lo suceda no hay que ser adivino para saber que llegan malos tiempos para Yolanda Díaz, que ha hecho una cuestión de honor, de su honor, la derogación total de esa legislación. ¿Dónde ha ido esa caricia que, en Yuste, la mano de Yolanda dibujó en la cara del presidente ante la atenta mirada de Nadia? Eso se estará preguntando la ministra de Trabajo, que si cumple con las admoniciones que ha hecho al Gobierno al que pertenece –a ver si se aclaran, dijo-, tendrá que tomar una decisión. Si las pequeñas cosas a tocar hacen que la ministra Díaz no sólo quede en minoría, sino humillada y muy tocada para sacar su propio proyecto político, tendrá que irse. Si no se va, el Podemos de Belarra y Montero le habrá tomado la medida, y la señalarán como la señora que habla y habla, que luce bien ante una cámara y viste como una vecina del barrio de Salamanca, pero que no vale para enfrentarse a aquel al que acaricia y sonríe.

Aquellas pequeñas cosas, Yolanda, son grandes, tan grandes que te han puesto entre la espada y la pared. Te tienen tan/ a su merced/ como hojas muertas, que cantara Serrat. Es lo malo de los poemas y las canciones, que siempre explican cosas que están por venir. Siempre las escuchamos cuando ya nada se puede hacer. Pobre vicepresidenta, víctima de un ataque de realpolitik. Ni siquiera le sirve aquello que dijo Mário Soares, que en la lucha sólo es vencido quien desiste de luchar. Yolanda, tan elegante, tan educada, tan dulce, tan aparente, pero tan frágil: sospechosa para las de Podemos. Inquietante para el PSOE.

Uno se cree, que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Las pequeñas cosas, vicepresidenta. Sólo se trata de algunas cosas de la reforma laboral, que dice el presidente al que hace unos días acariciabas en Yuste. Y recuerda, vicepresidenta segunda, la mejor venganza es no ser como tu enemigo. No creo que a partir de este martes te quede otro consuelo, si es que tienes ya claro de quién se trata.

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