Opinión

Lo de Yolanda

Évole es un periodista de izquierdas que solo se casa con él ‘follonero’ que lleva dentro; algo de lo que ella solo se ha enterado tras el desastre para la unidad con Podemos que fue la entrevista del domingo

Jordi Évole es un periodista de izquierdas que hace guiños a los entrevistados suyos, pero solo se casa con el follonero que lleva dentro. Ahí radica buena parte de su éxito aunque los suyos no lo comprendan, como les está pasando a Yolanda Díaz y a Sumar, que andan mohínos esta semana por las consecuencias nocivas para la unidad con Podemos tras #LodeYolanda el pasado domingo.

El follonero no es hoy Évole solo por haber entrevistado al Papa Francisco, Nicolás Maduro, Miguel Bosé, Mariano Rajoy o a Pedro Sánchez; lo es por ir siempre cuidadosamente vestido con ese estilo casual tan característico y por bascular entre diferentes versiones del personaje que no se ha aburguesado pese a su rotundo triunfo en audiencia en estos casi veinte años de profesión.

Hemos podido ver a un Évole abrumado pero irreverente ante Bergoglio en su despacho del imponente Vaticano y a otro encorsetado y hábilmente distante del dictador en el caraqueño Palacio de Miraflores; a un Évole cercano hasta el colegueo en un bar de extrarradio madrileño con el hoy presidente del Gobierno cuando no lo era y a otro poniendo caritas en la planta veinte de un rascacielos de Méjico D.F. plantar cara al Bosé mas histriónico en su negacionismo covidiano…. en definitiva, una especie de Tintin, aquel inolvidable personaje creado por Hergè con sus míticos Viaje a la Luna, Tintín en el Tibet, o Las joyas de la Castafiore.

El teatro de Évole es lo primero que Díaz debió calcular cuando decidió participar… o no, que diría el taimado Rajoy, quien le exigió no editar sus palabras y le colocó en esa posición subalterna de despacho tan poco propicia para arrancar confidencia alguna

Díaz no debió engañarse. Todo en Jordi Évole es puro teatro a mayor gloria del share, aunque luego la acabe votando; pura puesta en escena del depredador televisivo que es, para epatar a su espectador con una archidemostrada capacidad de convocatoria, y exprimir al personaje de turno desde esa presunta insignificancia guionizada del provocador que un día fue para Andreu Buenafuente y sigue siendo.

Eso es lo primero que debieron tener en cuenta la vicepresidenta y sus aprendices asesores de comunicación a la hora de decidir si participaban en el show de Évole… o no, que diría el taimado Rajoy; un Rajoy que lo primero que exigió al periodista en 2016 fue no editar nada de sus palabras y además le colocó escénicamente en esa posición subalterna de despacho tan poco propicia para arrancar confidencia alguna; que de eso se trata, de evidenciar quien lleva la voz cantante, el entrevistador o el entrevistado.

Yolanda la del ”biquiño” (beso) no tuvo en cuenta la importancia del lenguaje del poder y por eso se le fue demudando la sonrisa a medida que el guión se le reviraba; sentados en un inquietante decorado que simulaba un restaurante japo y que antes de iniciado el rodaje debería haber hecho sospechar al asesor menos avispado, Évold hurgaba una y otra vez en la herida con Pablo Iglesias, siempre Iglesias…

Dice el ex líder morado que no la vio en directo porque él e Irene (Montero) tenían que “acostar a los niños” (el relato, vicepresidenta), pero que el maldito insomnio -no la curiosidad corroyéndolo, eso no- fue lo que le empujó a verla a las cuatro de la madrugada. Lo cierto es que le faltó tiempo a la mañana siguiente para reprocharle la “ensalada de hostias” (sic) que le había propinado la noche antes en horario de máxima audiencia.

Debió calcular que el peligroso follonero conseguiría borrar esa sonrisa justo en el peor momento: a esa hora del domingo en que al elector le devora la melancolía frente al televisor por el fin de semana acabado y no está para decidir nada; y menos a quien votar

Supongo que fue ese el momento, al recordar este lunes a su otrora mentor doliente -“qué cabrón eres, Pablo”, le dedicaba agradecida en aquellos días de vino y rosas-, cuando la lideresa de Sumar tomó conciencia del estropicio catódico de la noche anterior; conciencia del inmenso error que había supuesto elegir el campo de juego de tu hoy encarnizado adversario, el mismo que se ha pasado meses dándote ”hostias” dialécticas sin parar desde la SER o desde La Base, ahora Canal Red, mientras ella seguñia repartiendo ”biquiños” a troche y moche.

Bien vicepresidenta patrocinada por Pedro Sánchez en esta aventura electoral, bien alguien su equipo, debieron pensar antes de ir al restaurante japo a rodar ese remake tarantiniano Kill Bill propuesto, cual Uma Thurman gallega sin katana, que el afable y peligroso Évole conseguiría borrarla esa sonrisa. Y que las 22.30 de un domingo era la peor hora para hacerlo; justo cuando al ciudadano/votante frente al televisor le devora la melancolía por el fin semana perdido y “no estás para tomar ninguna decisión trascendental”, que dice un amigo… Mucho menos, a quien votar, añado.

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