La nueva narrativa en torno a Yolanda Díaz es compararla con Clement Attlee, el líder laborista que tras 1945 organizó en el Reino Unido un Estado del Bienestar. Es así, queridos niños, como el cuento comienza con una mentira: el covid ha sido como la guerra, y ahora vivimos en una situación posbélica.
Fueron apocalípticos en los peores momentos del virus, cuando hablaron, una vez más, del fin del capitalismo. Ahora quieren hacernos creer que los muertos por la negligencia del Gobierno en el que está Yolanda Díaz son soldados caídos en una guerra por defender su patria. Es más; alegan que la ministra comunista alertó sobre la imprudencia del 8-M. Puede ser, pero a continuación salió a los medios para decir que no pasaba nada y que la gente se manifestara.
Los productores culturales del nuevo laborismo hispano afirman luego que Díaz cuenta para su proyecto con el sindicalismo español. Equiparar a CCOO con las Trade Unions, los sindicatos británicos, es de vergüenza ajena. La historia reformista y legal, de encuadramiento de millones de trabajadores desde 1868, es incomparable con el reducto subvencionado y de virginidad laboral de CCOO. No hace falta más que preguntar a la gente por su simpatía hacia dicho sindicato.
Quieren, además, tener al PCE como núcleo fundador. Poner a estas alturas al comunismo como ejemplo de democracia y defensa de los derechos humanos, de crecimiento económico y progreso, es un insulto a la inteligencia o el intento frustrado de una estafa. Es más; estos “nuevos laboristas” repudian al único PCE salvable, el que hizo la Transición.
El ridículo no acaba ahí. Keir Starmer, el líder del Partido Laborista británico, publicó en septiembre de 2021 un decálogo, The Road Ahead, con los diez mandamientos del nuevo laborismo. El documento se puede leer en la web de la Sociedad Fabiana, histórica asociación intelectual a años luz de los gurús que rodean ahora a Yolanda Díaz.
Este paradigma corporativo fue el propio de los años 20 y 30 del siglo XX, en el que el concepto de trabajador sustituyó al de ciudadano y sedujo a socialistas, comunistas y fascistas
Starmer se compromete en dicho texto a defender a la familia, la patria, el rigor presupuestario y el libre mercado, tanto como a criticar a los nacionalismos que crecen en el Reino Unido. Digan ustedes a Yolanda Díaz que meta algo de esto en su discurso. Por cierto, Starmer saca 9 puntos a Johnson en las encuestas electorales, y apunta más a Tony Blair que a Clement Attlee.
El nuevo laborismo de Yolanda Díaz quiere un “nuevo contrato social” que sitúe el trabajo en el centro de la organización social. Este paradigma corporativo fue el propio de los años 20 y 30 del siglo XX, en el que el concepto de trabajador sustituyó al de ciudadano, y sedujo entonces a socialistas, comunistas y fascistas. De hecho, la Constitución española de 1931 definía España como “una República democrática de trabajadores de toda clase”. Por esta razón, entre otras, los demócratas extranjeros se reían de los republicanos constituyentes españoles.
Yolanda Díaz y su mester del nuevo laborismo sostienen que quieren poner orden en esta democracia dominada por los neoliberales que imponen el injusto libre mercado. Traduzcamos: más Gobierno a través de un Estado omnipresente y todopoderoso, que imponga la moral obrerista a través de la legislación, y prohíba, ahorme y exija. No importa que esta fórmula haya fracasado siempre, porque la legitimidad está en las intenciones.
Lo expresan con conceptos que parecen significar algo, como “máquina de agregación”, “encarnación de la diversidad”, “casa común de la igualdad”, o “resiliencia cívica”
El discurso moral que gastan estos nuevos laboristas sirve para esconder su vacío. Por eso lo expresan con conceptos que parecen significar algo, como “máquina de agregación”, “encarnación de la diversidad”, “casa común de la igualdad”, o “resiliencia cívica”.
Por supuesto, en este plan de ingeniería social para novatos y adanistas, no falta la condena al individualismo. Esto significa que el individuo -el “trabajador o trabajadora”, en su jerga- está al servicio de la Nueva Política Económica leninista; es decir, tanto Estado como seamos capaces, y tanto mercado como sea necesario.
En ese plan, el trabajador es una pieza más del engranaje para cumplir con las cifras gubernamentales, y estará bien adoctrinado en la escuela pública, vivirá en las casas de protección oficial o alquiler tasado, e irá en el transporte colectivo a su centro público de trabajo. Esa película la hemos visto ya, y al final -ojo, spoiler para podemitas funcionales- la pareja ni siquiera se besa.