Opinión

Yolanda la guapa

"Yo soy vicepresidenta del gobierno. Imagínese lo que vivimos las mujeres a diario"

  • La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. -

Hay una frase que últimamente me repiten como un mantra muchas de las personas -mujeres y hombres- que no me han visto en meses: “¡Si estás igual!”. Palabras, además, que en la mayoría de los casos van acompañadas de una escrutadora mirada que explora mi cuerpo de cabeza a pies con parada sostenida en mi vientre. Como si todos se sorprendieran de que no hubiera rastro aparente de más de 250 días de embarazo en mis carnes, aunque la huella esté ahí quizá de forma imperceptible para el ojo ajeno y no para el propio. Como si el mundo me sometiera -nos sometiera- a examen por el mero y complejo hecho de haber sido mamás. Como si eso no fuera suficiente y tuviéramos que cumplir también con unos cánones de belleza no escritos, pero sí obligados. Dicho esto, lo cierto es que a mí personalmente esa clase de comentarios ni me molestan, ni me irritan. Para nada. Es más, llámenme loca pero agradecería que fueran más allá y que en este tiempo actual en el que vivo sin tiempo si quiera para mirarme al espejo y reconocer mi nuevo yo, alguien me regalara de forma improvisada el clásico “qué guapa estás” tan denostado en la actualidad. Porque es verdad que guapa se siente o no una misma sin necesidad de que se lo recuerden, sin embargo, admito que a mí no me amarga ese dulce que a Yolanda Díaz se le quedó atravesado en la garganta hasta el punto casi de ahogarla. ¿A dónde vamos a llegar?

Perpleja asistí esta semana a la última polémica con la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo como protagonista. Por lo que dijo en una entrevista radiofónica y por cómo lo dijo. A estas alturas ya sabrán ustedes a qué me refiero, aunque no está de más recordarlo. Le preguntó el locutor si siendo ella quien era -en referencia a sus cargos - sufría algún tipo de discriminación y fue ahí cuando Díaz sorprendió con lo siguiente: “Sí, sí. Les he contado antes de entrar aquí un caso que he vivido en el patio del Congreso con un compañero suyo (…) Sencillamente que un periodista sin rubor me dijo directamente bueno, me hizo un apelativo a mi estado físico (…) que estaba cada día más guapa (…) ¿Yo qué hago ante esto? Yo soy vicepresidenta del gobierno. Imagínese lo que vivimos las mujeres a diario (…) No se puede jugar con esta materia”. Pues bien. Fue ella la única que jugó con esa materia al narrar el halago como si de una agresión atroz se tratara. Ofendida, ofendidísima, de forma sesgada -sin describir el contexto o el tono que empleó el periodista en cuestión- y dejándolo casi a la altura de un degenerado masticando cada una de las sílabas de ese “sin rubor”.

Lo hace una vicepresidenta del Gobierno que ha silenciado y pasado por alto denuncias reales de acoso sexual contra compañeros suyos. ¿Qué broma es esta? Y que pretenda ella, además, ganarse con sus palabras la complicidad de todas las mujeres haciéndonos creer que los micromachismos no se dan sólo aquí abajo

No tengo los detalles de cómo se produjo el piropo y no niego que pudo haber sido inapropiado, estar fuera de lugar o hasta reflejar falta de profesionalidad por parte de quien lo soltó. Que el trabajo es el trabajo y que hay que saber dónde se está en cada momento y con quién. Reconozco también que el comentario pudo haberle resultado incómodo y desagradable a Díaz. Sin embargo, de ahí a elevarlo a la categoría de discriminación o de machismo, del blanco al negro, hay toda una gama de colores. Sobre todo, porque lo hace una vicepresidenta del Gobierno que ha silenciado y pasado por alto denuncias reales de acoso sexual contra compañeros suyos. ¿Qué broma es esta? Y que pretenda ella, además, ganarse con sus palabras la complicidad de todas las mujeres haciéndonos creer que los micromachismos no se dan sólo aquí abajo, en la tierra, también ahí arriba, en el olimpo de los todopoderosos. En fin. Me enfurece todo este asunto porque de alguna forma me hace ir en contra de mi propio género, reconocer mi opinión en discursos de políticos que están en la antítesis de mis pensamientos y hasta dar la razón a un hombre que, preguntado con micrófono en la calle, responde rotundo que “ser caballero es ya un delito”.

Una mediocridad eterna

¿Qué hubiera ocurrido si hubiera sido una mujer la que le hubiera llamado guapa a Yolanda Díaz? ¿Qué pasaría si fuera una mujer la que le dedicara ese halago a un hombre, también alto cargo y ante las cámaras? ¿Qué pasaría? Habría que preguntárselo al presidente de CEOE, Antonio Garamendi, con quien la ministra de Trabajo llegó a utilizar esa expresión que ahora denuncia. Cómo es la hemeroteca que todo lo retiene. A ella no, pero ella sí. Vaya trago para Díaz. Se le quedó atravesado en la garganta ese caramelo que sí ha sabido degustar la oposición sacándole jugo a una polémica que a los ciudadanos nos devuelve a la boca, una vez más, el sabor amargo de una mediocridad que se eterniza.

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