Hace más años de los que puedo creer, en los días de mi primer trabajo profesional, mi jefa se acercó una mañana a mi mesa y me pidió que la acompañara porque quería hablar conmigo. En el transcurso de aquellos pocos metros mi mente escaneó en bucle mi desempeño de aquellos meses en busca de la falta que hubiera podido motivar la temida conversación. Llegamos a su despacho, cerró la puerta, y cambió inmediatamente de actitud. En un tono casi maternal me preguntó, ¿te está pasando algo en casa? ¿Te puedo ayudar? Me quedé helada porque efectivamente sí estaba pasando por un mal momento familiar, pero estaba absolutamente segura de que nada en mi actitud ni en mi rendimiento lo delataba. Asombrada por su intuición, me desahogué con esa mujer algo mayor que yo pero ya entonces muy sabia, y al final de la charla le pregunté cómo me lo había notado. “Muy fácil”, me respondió. “Desde hace unos días no te pones pendientes. Una mujer que no se pone los pendientes por la mañana es una mujer que ya no tiene fuerzas para plantarle cara a la vida” . Tenía toda la razón. Es un hábito, ese de tener razón, que mi antigua jefa y desde ese día gran amiga sigue manteniendo hasta hoy.
Se me ha venido esta pequeña historia a la cabeza mientras veía a Yolanda Díaz leer con dificultad su discurso de dimisión del cargo de coordinadora de Sumar. Como siempre en ella, lo importante y en lo que conviene fijarse es el envoltorio. Traje de chaqueta blanco impoluto con top lencero, maquillaje muy suave y el pelo recogido en un moño muy bien hecho del que se escapaban artísticamente dos mechones que quedaban sueltos a ambos lados de la cara suavizando sus facciones. En esos dos mechones estaba la verdad del discurso de la vicepresidenta. De la misma forma que la falta de pendientes en alguien acostumbrado a llevarlos es señal inequívoca de desolación y derrota, la trabajosa y deliberada extracción de los mechoncitos para estar más mona sin que se te descalabre el peinado entero desmiente cualquier tipo de aflicción personal por el resultado de las elecciones.
Muchos muertos que gozan de buena salud van a celebrar esta tarde la caída de Sumar y de su extraña coordinadora, sin percatarse en su comprensible alegría de que la vicepresidenta no ha dimitido de sí misma y sigue en pie, con sus mechones y sus pendientes muy bien puestos
A Yolanda Díaz podría afectarle que Sánchez la descabalgara de la vicepresidencia, del coche oficial y del pisazo del ministerio lleno de los armarios que necesita para albergar su extenso guardarropa, pero no el dejar la coordinación de la coalición política que ha usado hasta ahora como trampolín personal. Tanto es así, que ha dedicado más tiempo al atrezzo que a la redacción de un mensaje que se ha hecho insoportable por su redacción imposible.
Veamos. “La ciudadanía ha hablado y yo voy a hacerme cargo. Y he decidido dejar mi cargo como coordinadora de Sumar”. No se puede redactar peor ni prestarle menor atención a lo que se ha escrito. Si se hubiera leído su texto al menos una vez, le habría sonado mal esa reiteración de “cargos” y hubiera sustituido alguna de sus menciones por un sinónimo. Por respeto a esa ciudadanía a la que dice escuchar. Porque hasta las pequeñas cosas deben hacerse bien. Pero en la jerarquía de valores de esta mujer inverosímil el arreglo de los mechones prevalece sobre el correcto desempeño de su trabajo. Anoche debió salir a arropar a su candidata en la derrota, pero no está en su carácter asociar su presencia a los que percibe como perdedores. Ha sido así, entre sonrisas feroces, como sin tener nada más que una verborrea asintáctica y una ambición ilimitada ha conseguido encaramarse a la vicepresidencia del gobierno, dejando a su paso puentes quemados y personas traicionadas. Beiras, Montero, Iglesias. Muchos muertos que gozan de buena salud van a celebrar esta tarde la caída de Sumar y de su extraña coordinadora, sin percatarse en su comprensible alegría de que la vicepresidenta no ha dimitido de sí misma y sigue en pie, con sus mechones y sus pendientes muy bien puestos.
No fue la derecha, justa ganadora de esta convocatoria electoral, sino ella como responsable de su coalición la que se ha ido al guano
Hace unos días, a Díaz se le cayó la máscara tan cuidadosamente trabajada con la que nos obsequia a diario y nos dejó ver brevemente su verdadera cara mandándonos muy alegremente, y ustedes me perdonarán, a la mierda. Parece que los arcanos le permitieron divisar el futuro pero manteniendo a sus protagonistas ocultos en una tupida niebla. Porque no fue la derecha, justa ganadora de esta convocatoria electoral, sino ella como responsable de su coalición la que se ha ido al guano. Puede que sea la única verdad que ha dicho desde que tenemos que sufrirla.
Alguien tendrá que decirle, si es que se paran a pensar en serio qué es lo que ha pasado, que la ciudadanía la ha visto demasiadas veces acercarse a alguien para darle el abrazo del oso entre risitas y cucamonas y que no está la tecla social para cursilerías y sobos. Ya no cuela lo que nunca debió colar. Y mucho menos cuela esta dimisión a medias, cuando su única salida digna es irse a su casa y dejarnos por fin a todos de una vez en paz.
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