Opinión

El Yolandés, un nuevo idioma

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz ocupan el banco azul del Gobierno en el Congreso antes de un Pleno, el pasado 12 de junio. Eduardo Parra | EP

Entrevista de Pepa Bueno a la vicepresidenta del gobierno Yolanda Díaz. Dejo pasar un minuto. Dos. Cinco. Me la trago toda, con perdón, mirando la cara de la Bueno, digna de un bronce de Rodin, impertérrita, sobrenatural. Y debo reconocer que no he entendido un pijo de lo dicho por Yolanda, lo que quizá también le ha sucedido a Pepa y de ahí su aspecto de esfinge maragata. Porque no se le entiende nada. Se va de un tema a otro, balbucea, se trabuca, inventa términos, palabras, formas verbales. Entonces, haciendo ese esfuerzo que nos pide el gobierno, he dejado a un lado lo lógico, razonable y sensato y, tirando de la fe progresista, he comprendido que Yolanda habla una lengua nueva: el Yolandés.

Entiendo que pocos compañeros de oficio harán tamaño esfuerzo, porque cuesta bastante de suyo y no estamos para gollerías, pero lo menos que podemos hacer los galeotes es entender lo que dicen los cómitres, que para eso ellos sostienen el látigo mientras nosotros sostenemos los remos. Además, no será la primera vez que alguien del gobierno y sus periferias emplea idiomas que no son de uso habitual para el común de la gente, a saber, Óscar Puente emplea el Insultánido, Patxi López el Hielasangrense, María Jesús Montero el Chiquistanero. El mismo presidente emplea el desesperanto, que es como el esperanto pero sin esperanza de que lo dicho contenga un mínimo de veracidad.

Aclaradas las cosas, haremos todos los esfuerzos posibles por entender qué dice Yolanda. Es un empeño harto difícil, pero si España supo alumbrar un imperio en el que nunca se ponía el sol bien podremos nosotros, hijos de aquellos Tercios heroicos, intentar que no se nos fundan los plomos. Eso sí, lo que no puede pretender este gobierno es que, una vez entendidas las palabras y concetos de Yolanda, nos parezcan plausibles. Una cosa es comprender y otra apechar. Claro que no están los tiempos para ir con exquisiteces, con esa ley de persecución a periodistas y medios opositores al régimen sanchista. Es lo malo de vivir bajo la férula de personas con mentalidad dictatorial. Si no entiendes lo que dicen, malo, porque puedes meter la pata. Si lo entiendes y no te gusta, peor, porque entonces no tienes excusa. Solo queda lo más efectivo, a saber, que te dé igual entender sus chorradas y las alabes como si fuesen la Santa Palabra. Así es mucho más fácil ejercer el periodismo. Tienes en tu gaveta varios artículos laudatorios en los que tan solo dejas en blanco el nombre del destinatario y con eso ya tienes tu puesto de trabajo asegurado.

Aun recuerdo cuando cierto periodista y escritor hablaba de la luz del despacho de Pujol que se apagaba tarde, porque el presidente estaba ahí, en medio de las fuerzas telúricas, textual. Como la lucecita de El Pardo o los infames versos dedicados a Stalin por Neruda que van también de luces tardías. En resumiendo, yo ya lo he avisado. Si quieren ustedes hacer carrera en este oficio de la gacetilla, aprendan Yolandés y demás jergas garduñeras y alaben, alaben mucho que nunca será suficiente. Luego no me vengan con que no se lo he avisado.

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