Opinión

Zapatero, Azaña y la amnistía

Cada vez que Zapatero habla sobre Cataluña, sube el pan y tiemblan los cimientos del Estado de derecho. El otro

Cada vez que Zapatero habla sobre Cataluña, sube el pan y tiemblan los cimientos del Estado de derecho. El otro día lo volvió a hacer con Carlos Alsina en Onda Cero en una entrevista, para bien o para mal, memorable porque lo fue tanto por la magnífica consistencia del entrevistador como por la insólita inanidad del entrevistado. Zapatero, espoleado por Jaume Asens, parece empeñado en granjearse la confianza de Puigdemont y Junqueras como “mediador” en la “desjudicialización” del “conflicto” entre “Cataluña y el Estado” (sic). No sé si lo conseguirá, pero lo que sí demostró es que domina al dedillo el lenguaje del separatismo.

Lo que no parece dominar tanto es la historia de España, y más concretamente la de un periodo tan convulso y tan torticeramente manoseado por el propio Zapatero como el de la Segunda República y la Guerra Civil. Pocos políticos en España han contribuido más al guerracivilismo que, de un tiempo a esta parte, emponzoña nuestra convivencia que Zapatero. Acaso Pablo Iglesias y… Pedro Sánchez. Viven de alimentar la división entre españoles, de ahí que se entiendan tan bien con quienes tienen como única razón de ser en política la desintegración de España.

Zapatero se mostró abiertamente partidario de la amnistía (a Puigdemont) que su epígono Sánchez prepara para apuntalar su investidura, y para ello recurrió al antecedente de la amnistía que Manuel Azaña concedió a Companys tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Por suerte, la España democrática de 2023 nada tiene que ver con la convulsiva Europa de la década de 1930, y la Constitución de 1978 no fue -a diferencia de la de 1931- una Constitución de parte, preñada de sectarismo, sino una Constitución surgida del consenso y la alteza de miras de políticos de la izquierda y la derecha que supieron dejar atrás el odio y la intransigencia para alumbrar una Constitución integradora para todos los españoles.

Comparar la amnistía de Azaña a Companys con la que Sánchez prepara para Puigdemont es echar por tierra cuarenta y cinco años de convivencia democrática entre españoles

Por lo demás, la amnistía de Azaña no solo fue la medida estrella del programa del Frente Popular -por lo que sus votantes, a diferencia de los de Sánchez, podían saber perfectamente lo que estaban votando- sino que era, además, la enésima amnistía que los sucesivos gobiernos republicanos concedían a los golpistas de diverso signo que entre 1931 y 1936 se levantaron contra el Gobierno de la República, desde el general Sanjurjo hasta Companys. La amnistía fue, de hecho, moneda corriente en tiempos de la Segunda República. La controvertida decisión del Gobierno de Lerroux (1934) de conceder la amnistía a Sanjurjo -que en 1932 se había alzado contra el Gobierno de Azaña- serviría en 1936 como asidero del propio Azaña para conceder la amnistía a Companys, que en 1934 se había sublevado contra el Gobierno de Lerroux desde el Gobierno de la Generalitat, con un balance siniestro y a menudo olvidado de cuarenta y seis muertos.

Así pues, nada tiene que ver la inestabilidad, la arbitrariedad y la volatilidad de la España de la Segunda República con la estabilidad y la seguridad jurídica de un Estado democrático de derecho avanzado y miembro de la Unión Europea como la España de hoy. Comparar la amnistía de Azaña a Companys con la que Sánchez prepara para Puigdemont es echar por tierra cuarenta y cinco años de convivencia democrática entre españoles y cuestionar nuestro sistema de derechos y libertades y la labor de nuestros jueces y tribunales.

Y todo ese estropicio institucional, en aras de una investidura. Azaña, por cierto, no necesitaba los votos de Companys para ser investido presidente, lo cual tampoco me parece una diferencia menor habida cuenta del alcance estructural de una medida tan excepcional como una amnistía, que nunca debería estar supeditada a un acontecimiento contingente como la investidura de un presidente, por muchos delirios de grandeza que éste tenga.

Inconstitucional e injusta

Pero si nada de lo expuesto hasta aquí parece ser óbice para que Sánchez amnistíe a Puigdemont, ni para que Zapatero se recree en sus ominosas analogías, quizá deberían leer ambos La velada en Benicarló (1937) para constatar hasta qué punto su autor, Manuel Azaña, se arrepintió de su condescendencia con Companys y con el separatismo, por su incorregible odio a España y su inherente deslealtad y fanatismo.

En definitiva, la experiencia de Azaña con Companys, lejos de jalonar la amnistía a Puigdemont como pretende Zapatero, debería servir en cualquier caso para descartar definitivamente la medida de gracia que barrunta Sánchez. Por inconstitucional e injusta; por atentar contra la libertad y la igualdad de los españoles y, en última instancia, porque ya sabemos que solo sirve para envalentonar a los agraciados, que más pronto que tarde cumplirán su amenaza y lo volverán a hacer.

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