En la España neofidelista, tribal y mujerista, vivimos bajo un régimen de indigencia moral. Políticamente hablando. Aunque, como no he venido aquí a mentir ni a respetar el pensamiento grupal, diré que al menos la mitad de la población no sólo acepta ese régimen: milita y se refocila en él. En ese régimen, lo mismo se niega a una española residente en Cataluña el derecho a recibir información de las autoridades regionales en el idioma común y mayoritario de España, el gran idioma español, que se negocia la democracia con un prófugo de la Justicia. Y al decir una española residente en Cataluña, me refiero a todos los llamados catalanes, que no son más que españoles que viven en esa región. Uno de los resultados más graves de la llegada al poder del neofidelismo tribal y mujerista (también llamado sanchismo), es que se hace cada vez más difícil vivir fuera del país imaginario impuesto por las tribus catalana y vasca y adoptado sumisamente por Sánchez y, lo he dado en llamar, los partidos escorpiones. Es decir, pequeños pero venenosos.
El régimen de indigencia moral imperante tiene graves consecuencias, entre ellas, la zafiedad creciente. Hace muchos años que no veo la televisión española, pero a veces me llegan sus zafios ramalazos. Es inevitable, dado que uno de los imperativos de un Estado doctrinal es ocupar todos los espacios privados y colonizarlos. Trato de aislarme, de ir de mi corazón a mis asuntos. Pero, ardua tarea. Prueba de ello es que hasta yo me he enterado de la chica que, cantando, se declara ¡Zorra! mientras a su lado menean el culo dos bailarines a medio camino entre lo seboso y lo avícola. Ojo, no me malinterpreten, me gustan las zorras, admiro a esas mujeres sin miedo ni complejos de culpa a la hora de asumir su sexualidad. El problema de este caso, no es proclamarse zorra, sino que la canción en cuestión es espantosa. La letra refleja un grado de pensamiento subvención progre, verdaderamente obsceno. Y la música, por llamarla de alguna manera, qué simplona matraca mil veces manoseada. Y qué decir de la “voz” de la autoproclamada zorra, en fin, no quiero ensañarme. La canción, para resumir, es algo que parece sacado de un basurero intelectual y musical. No hay sitio al que escapar.
¿Alguien duda de que el señor Vermut está enterrado social y profesionalmente? Ya es un demonio con rabo, nunca mejor dicho, merecedor de escarnio y repulsa del santo mujerismo y del sanchismo redentor
Otra consecuencia del clima doctrinal, impuesto por el sanchismo y sus tribus, es la policía moral. Una de sus víctimas más recientes ha sido el cineasta Carlos Vermut. Ni siquiera ha hecho falta una denuncia ante la Ley para que el diario El País (el Granma de Sánchez) lo ajusticiara. ¿Alguien duda de que el señor Vermut está enterrado social y profesionalmente? Ya es un demonio con rabo, nunca mejor dicho, merecedor de escarnio y repulsa del santo mujerismo y del sanchismo redentor. Un demonio cuya fabricación a manos de El País tiene un infame precedente en la crucifixión del señor Francisco Camps ¡por el crimen de comprarse cuatro trajes y pagarlos!
¡Sexo duro! Claman las hordas mujeristas contra Vermut. Pero. ¿Es que existe el sexo blando? Me pregunto con sorna, pero persiguiendo la verdad como un lebrel. Juzguen ustedes. Se trata de un acto que exige la inserción de un apéndice de tamaño considerable, salvo excepciones, en otro cuerpo (varón o hembra). Y, no hay que decirlo, para llevar a cabo la penetración, el apéndice penetrador ha de estar duro. Durísimo. Hasta la postura sexual más socorrida, la del misionero, demanda su átomo de violencia. No hay “mete y saca” delicado. Y esto vale para el sexo hetero u homo. Va con el territorio sexual ese átomo de violencia y ambas partes lo necesitan para alcanzar la cumbre del placer, el orgasmo. El único momento (salvo el éxtasis religioso, que tiene mucho de erótico) en que podemos acceder a un territorio en que lo carnal abandona lo carnal y, por un instante, ay, fugaz, nos liberamos de la carcasa de podredumbre que somos.
Los prefieren, hasta donde alcanzo a ver, al prototipo fofo y afeminado que es el ideal del mujerismo y del progresismo español. Supongo que blanditos son más manejables para el poder
Las costumbres sexuales bajo el neofidelismo mujerista siguen siendo las mismas, por el momento. Creo. ¿Cómo saberlo? Aunque no hay que descartar que todo eso cambie con el lavado de cerebro antimasculino en la educación española. La consecuencia principal de esto será el ablandamiento, ya sea por temor o por adoctrinamiento, de los varones. Es decir, por el momento, a las mujeres heterosexuales le siguen gustando los machos dominantes. Y los machos. Y los prefieren, hasta donde alcanzo a ver, al prototipo fofo y afeminado que es el ideal del mujerismo y del progresismo español. Supongo que blanditos son más manejables para el poder.
Del caso Vermut hay que destacar, además, la colaboración del cineasta con la policía moral que lo atacaba. No hay que asumir el marco mental de esta gentuza, señor Vermut. Intentar justificarse en la prensa constituye un error. A este tipo de situación sólo hay que responder ante un juez. Nunca ante el pelotón de fusilamiento, en este caso, de periodistas.
A ese tipo de fusiladores lo que hay que hacer, de la manera más educada y a lo Milei posible, eso sí, es mandarlos al carajo.
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