Sonaba a broma pesada, pero la empresa aseguradora que gestionó el último adiós de doña Francisca Morales encargó una cinta conmemorativa con la siguiente frase: “Valla donde vallas siempre en nuestro corazón”. Dos faltas de ortografía en siete palabras. Fue el colofón a un mes en el que su familia desayunó y cenó angustia; y trató de evitar lo inevitable, sin conseguirlo. Ocurrió lo que cantaba Carlos Gardel, “la muerte agazapada marcaba su compás / en vano yo alentaba febril una esperanza”.
Esta es la historia de una de las más de 10.000 personas que ha muerto por la Covid-19 en los geriátricos españoles.
Se han empeñado los medios de comunicación españoles en exhibir fotografías de las fosas comunes abiertas en Nueva York para enterrar a las víctimas de la peste del siglo XXI y quizá han obviado la situación de cientos de personas que, como Francisca Morales, han muerto en la habitación de una residencia de ancianos, aisladas de su familia, ahogadas por una enfermedad que agarrota los pulmones e inflama las entrañas hasta colapsar el organismo. En la estadística que distribuía el Ministerio de Sanidad este viernes, todavía no se incluían los fallecidos en estos centros, que son muchos. Miles. Ancianos que ni siquiera fueron llevados al hospital, pese a sus evidentes síntomas de Covid-19. La protagonista de esta historia es una de ellas.
Una historia... de miles
Silvia López es una de las hijas de Francisca y una de las cinco personas que asistió a su funeral. Delante del ataúd estaban sus cuatro hermanas y su cuñado. No pudieron ir más porque no está permitido, pues este coronavirus es igual de contagioso en los sepelios que en el resto de los ámbitos de la vida y eso ha obligado a limitar el aforo del último adiós; y a asumir cierta dosis extra de crueldad que acrecienta el dolor del momento. En una conversación con este periódico, López recuerda que su preocupación comenzó el 9 de marzo, cuando la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, anunció las primeras medidas de restricción de la actividad social. Entonces, la pareja de esta mujer afirmó: “Si el coronavirus entra en un geriátrico, será como el lobo que devora a las ovejitas”.
El pensamiento fue premonitorio, pues así ocurrió. “Pasamos los primeros días de aislamiento entre incertidumbre, nervios y, sobre todo, mucha angustia. Llamábamos por teléfono a la residencia para saber de nuestra madre y, cuando lo cogían, nos decían que todo estaba bien”, recuerda.
Esto último era consecuencia de la 'instrucción' emitida por la Comunidad de Madrid el 8 de marzo, por la que se limitaron las visitas a los residentes a las “estrictamente necesarias” y se prohibió acceder a los geriátricos a las personas “con sintomatología respiratoria, como tos o dificultad respiratoria”. Demasiado poco o demasiado tarde, pues en pocas semanas cayeron cientos de ancianos en estas dependencias. La más afectada durante las primeras semanas fue Monte Hermoso, con 46 victimas. Cabe remarcarlo: 46 víctimas. En una misma dependencia. ¿Cuándo se había visto eso en la España contemporánea?
Cronología del sufrimiento
Francisca Morales pereció en la Residencia Geriátrica Los Ángeles, de Getafe. Lo hizo el 5 de abril. Un día antes, a las 17.30 de la tarde, la familia recibió la noticia de que estaba bien. Al día siguiente, a las 12.30 de la mañana, de que había muerto. “Ese día, me dijeron desde la residencia que la UME (Unidad Militar de Emergencias) les había felicitado por su organización, pero que mi madre había muerto. No lo esperábamos”, describe López. Y añade: “Su versión es que los ancianos se están 'yendo' sin avisar, sin fiebre y sin sufrir”.
La mujer es tajante: “Nos dijeron que les habían felicitado mientras las funerarias no paraban de salir de las residencias. Chirría”.
Este periódico ha enviado un cuestionario a la residencia de ancianos tras tratar de contactar con dos de sus departamentos por teléfono, sin éxito. Las preguntas no han sido respondidas.
Silvia López no cuestiona la amabilidad del personal de la residencia, pero no tiene claro si siempre ha sido veraz la información que les ofrecían sobre los ancianos, dado que la realidad no cuadra con los datos que les ofrecían. “Nos intentaban trasmitir tranquilidad, pero qué tranquilidad podíamos tener, cuando no nos dejaban pasar a ver a nuestra madre”.
“Nos intentaban trasmitir tranquilidad, pero qué tranquilidad podíamos tener, cuando no nos dejaban pasar a ver a nuestra madre”
Es evidente que algo ha fallado a gran escala cuando los muertos se cuentan por cientos. En este caso, López recuerda cómo el 20 de marzo los responsables del centro les remitieron un correo electrónico en el que advertían de la falta de equipos de protección para su personal y de las bajas de algunos trabajadores. Concluyó entonces que había un brote en estas dependencias y que su madre podía morir. Que la ovejita estaba a merced de la voracidad del lobo. “Recorrimos medio Madrid para buscar mascarillas y se las llevamos. Las dejamos en la puerta de la calle. Lo siguiente que supimos es que había algunos abuelillos con síntomas. El día 23 de marzo, nos enviaron un correo y nos dijeron que, pese a todo, no tenían pensado realizar ningún test de coronavirus”.
Y dice, tajante: “Población vulnerable y sintomática, ausencia de test... una buena forma de aplicarles la eutanasia”. “Estábamos tan desesperadas que hasta enviamos un correo a la alcaldía de Getafe. Eso fue el día 30 de marzo, pero no conseguimos nada… Nos dimos de bruces contra una puerta cerrada, pues nos dijeron que eso era cosa de la Comunidad de Madrid”. Dos días después, en la residencia les comunicaron otra noticia que les hizo temblar: “Nos dijeron que había mas bajas y que la evolución de la epidemia entre los muros del centro era muy rápida”. A las pocas horas, el día 5, su madre falleció.
En la pista de hielo
La pareja de Silvia López llamó a la funeraria para tratar de localizar el cadáver, pero no le dieron una respuesta concreta. Un familiar había muerto, no se habían podido despedir y, para colmo, el cuerpo estaba sin localizar. Ese día, los telediarios se referían con optimismo a la evolución de la pandemia, pues había descendido el número de muertos -674- y de contagios.
Mientras tanto, en el mundo real, y no el imaginario de los editores de informativos, una familia trataba de encontrar el cadáver de su ser querido, que se llevaron los bomberos el día 7 por la noche hasta el Palacio de Hielo de Hortaleza, convertido en morgue improvisada, a la espera de que la funeraria pudiera hacerse cargo del mismo. Y sin avisar a sus hijas. Los ancianos, los abuelos que cuidaban de los nietos, apilados en una pista helada. Así lo mostró el diario El Mundo en portada y muchos periodistas lo criticaron, por considerar la escena innecesaria.
Este periodista le pide a Silvia López un párrafo en el que resuma su experiencia y envía lo siguiente:
“Nosotras (sus hermanas y ella) sabemos que el personal de la residencia y la gerencia ha dado el 150% para paliar la situación, que les han dado todo el cariño que su familia no podía darle, y que a muchos les han dado la mano para acompañarlos en sus últimos momentos. Pero desde fuera lo que se vive es una auténtica pesadilla, una auténtica desinformación sin saber el alcance de la situación, escueto contacto con familiares que muchos días nos pasábamos el día entero llamando para conseguir una respuesta del médico…. No se les llevaba a hospitales, no se les mandaban test, no les mandaban ayuda de personal…. Pero nos mandaban correos donde nos decía de la buena labor que estaban haciendo, de lo bien que trabajaban, de los cansadas que estaban puesto que hacían horas y horas, Nuestra sensación es de total y absoluto abandono. Parecía que había que elegir entre atender a residencias u hospitales, y claro… los más desatendidos los ancianos. Que la ayuda eran llamadas para ver cuántos contagios (sin saber si lo son o no… no hay test) y de cuánto personal disponían”.
Impotencia
Su sensación, 12 días después, es de dolor e impotencia. Son muchos los que han perecido en las mismas circunstancias, en unas residencias desbordadas, a la espera de recibir test, material de protección o incluso la visita de una ambulancia. ¿Por qué no se hizo? Quizá en mitad de la primera gran oleada de la pandemia no hay un excesivo tiempo para reflexionar, pero todo podrá analizarse con detenimiento a largo plazo.
Lo cierto es que los mensajes gubernamentales sobre las actuaciones para controlar el coronavirus en las residencias de ancianos han sonado fuerte, amplificados por los micrófonos de los atriles. Pero, mientras tanto, personas como Francisca Morales han fallecido en centros donde la enfermedad se ha cebado. Y aquí, en los geriátricos, se han registrado muchos de los grandes dramas de esta crisis sanitaria.
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