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"¡Ayuda! ¡No podemos más!": el grito de auxilio de una enfermera de Atención Primaria en Madrid

Marina dejó su trabajo en un centro de salud por graves problemas de ansiedad: "No comía, no dormía, adelgacé y se me caía el pelo". Un día, reventó y acabó en el hospital. Ahora, siente vértigo ante su reincorporación: "Es como volver a la guerra"

La reciente renuncia de la máxima responsable de Atención Primaria de Madrid, Marta Sánchez-Celaya, que esta semana adelantó Vozpópuli en exclusiva, ha puesto sobre la mesa, por enésima vez, los gravísimos problemas que viven los centros de salud. La historia de Marina, responsable de enfermería, es la de tantos sanitarios a los que la pandemia está dejando heridas sin cicatrizar. Tras soportar una presión que le causó "muchísimo sufrimiento", sobre todo por no poder atender como quisiera a sus pacientes crónicos, el pasado verano se quebró. Un ataque de ansiedad la llevó directamente al hospital y acabó en tratamiento y pidiendo una baja. "Siento que vuelvo a la guerra", confiesa ahora, ya recuperada, ante su próxima reincorporación. 

"No dormía, no comía, se me caía el pelo, perdí peso y estaba sumida en gran tristeza. Yo, que siempre era una persona risueña, positiva, habladora. Dejé de hablar. Estaba enfadada con el mundo. Veía mi trabajo como un infierno. No tenía ganas de nada. Siempre estaba cansada. Y malhumorada. La mascarilla no podía esconder mi mirada. Tenía despistes. Me daba miedo cometer errores. Era todo agotamiento mental".

Marina -nombre figurado porque ruega preservar su intimidad ante su inminente incorporación al mismo centro de salud de Madrid del que salió el pasado verano en unas lamentables condiciones- relata de forma pausada lo que la llevó, un día, a pedir la baja laboral. El diagnóstico, ansiedad por estrés laboral. 

Una ansiedad que la sumió en una profunda tristeza, a ella, enfermera desde hace quince años, de las vocacionales asegura, que siempre estaba contenta y con ganas de volcarse en sus pacientes. Marina es la voz de tantos y tantos sanitarios que durante los ocho meses de pandemia han necesitado ayuda psiquiátrica y psicológica para continuar con su trabajo. 

Atención Primaria, poco valorada

El relato de Marina arranca días antes de estallar la pandemia, el pasado marzo. Alza la voz en nombre de otras enfermeras que, dice, como ella, "no tienen visibilidad". Cuando se habla de la presión en Atención Primaria, asegura, siempre se evidencia los problemas que tienen los médicos, pero pocas veces se menciona la carga que ha caído sobre la enfermería. Además, critica que, en España, nunca se ha valorado el trabajo de Primaria. 

Marina guarda en una carpeta todos los contratos eventuales que ha ido acumulando desde que comenzó a ser enfermera, hace quince años. "Muchísimos son de días de sueltos", asegura.

Treintañera y madrileña, Marina lleva años acumulando contratos eventuales. Guarda una gruesa carpeta con esos papeles, "muchísimos de días sueltos". Desde hace dos años, es interina. "Hicimos la oposición hace año y medio, pero todavía no se ha resuelto nada y veo pocas posibilidades", explica.

Marina trabajaba en un centro de salud "grande, con unos 40 profesionales" de una localidad madrileña que, en los mapas sanitarios, se ubicaría en la dirección asistencial sureste de la región. El único del municipio. Su cupo, debería rondar los 1.300 pacientes, pero como otras compañeras atendía a unos 1.600. Cuando llegó al centro, la responsable de enfermería se fue y ella asumió el cargo. 63 euros más en nómina al mes. "Es una responsabilidad casi testimonial, desde luego por ningún incentivo económico", señala. Su labor, la gestión de enfermería y la atención diaria a los pacientes.

"La pandemia nos estalló en la cara"

Cuando en marzo estalla la pandemia, Marina ejerce esa responsabilidad. Echa la vista atrás y recuerda una primera reunión con la gerencia en la que se restaba importancia a la epidemia. En consonancia, dice, con los mensajes que se mandaban desde el Ministerio de Sanidad. "Y nos estalló en la cara a todos", resume. Habla de días en los que "no teníamos directrices, no había personal -a muchos se los llevaron "de forma obligada a Ifema, porque no era lo nuestro, no nos manejamos bien a la hora de atender en situación de emergencia", precisa- y sobre todo, habría una dramática carencia de material para protegerse. 

En su centro, cayeron diez profesionales en las dos primeras semanas de la pandemia por contagio. "Sin material, desprotegidos, asustados, sin saber si lo que hacíamos era lo correcto, sin saber cómo atender a la gente y echando muchas horas extra", así recuerda Marina aquel mes de marzo. Todo, insiste, les producía "muchísimo sufrimiento". Con todo, asegura, el confinamiento no fue lo peor en Primaria. "Te salen las fuerzas de donde no las tienes", apunta. 

La postpandemia en los centros de salud

Lo peor llegó cuando la presión bajó sobre los hospitales y, ya en el mes de mayo, fueron los centros de salud los que pasaron a primera línea. Sin órdenes claras, se buscaban la vida como podían. Se autogestionaban. "La organización es apáñate como puedas", explica en torno a una situación que, lo más grave, asegura, es que continúa a día de hoy. La 'nueva normalidad' no hizo más que aumentar el caos.

"Seguíamos sin rumbo. Echando muchas horas de trabajo. Nos decían que la gente no podía entrar, así que hacíamos atención telefónica; además claro está, de unos 30 domicilios diarios a pacientes a los que había que visitar para controlar el Sintrom -anticoagulante, fundamental para la prevención de la formación de coágulos y para prevenir el riesgo de embolias- analíticas urgentes, la tensión...", enumera. 

Cuando el coronavirus empezó a dar una pequeña tregua, a los centros de salud les tocó organizarse para recibir a sus primeros pacientes de siempre y, por supuesto, a los de la covid. Pero, Marina relata que todo era caótico. No estaban preparados. "Intentamos organizar una zona sucia y limpia. Para hacerse una idea: las alfombras y pegatinas del suelo para diferenciar los circuitos no llegaron hasta agosto. Pedimos que aumentaran las líneas telefónicas. Tampoco se hizo", señala.

"Es verdad, no hay médicos, pero es que ahora tampoco hay enfermeras porque las bolsas están agotadas. A nosotras nos tocaba hacer muchas labores que los médicos no asumían. Por ejemplo, los extras de la covid. En la entrada, el llamado 'filtro', como a la gerencia le gustaba denominarlo, por ejemplo. Dijeron que iban a formar a gente para que hiciera ese trabajo y liberarnos. Pero nunca llegó ese refuerzo. Igual que nunca llegaron los rastreadores", denuncia.

El declive de Marina

El día a día, fue consumiendo a Marina. "Hacíamos de todo. Las urgencias, el coronavirus, las residencias, de rastreadores...Te vas a tu casa y tampoco descansas, porque te tienes que poner a actualizar los protocolos. Un día, empecé a llorar al ir al trabajo", continúa. Empezaba a soportar una presión que le ahogaba. "Por querer empatizar y atender a la población. Me sentía culpable por no poder seguir correctamente a mis pacientes de siempre. En la calle, se montaban colas que recorrían toda la acera. La gente quería que les atendieses. Cada vez había más conflictos. Con los pacientes y entre nosotros, los compañeros", describe.

"No teníamos tiempo de comer, ni de beber, ni de ir a hacer pis. Había muy poco personal y las colas seguían en la calle. Empezamos a sentir que la gente no nos entendía", relata Marina.

Marina nunca había tenido problemas de ansiedad. Pero en su entorno le decían que no la veían bien. Ella lo sabía. "En junio, cada vez estaba más cansada. Salía del centro todos los días llorando. Lo hacía lo mejor que podía y no era suficiente. En seis meses, de marzo a agosto, viví como si fueran dos años. Hasta que me agoté. Me salieron dos úlceras en el estómago, perdí seis kilos. No dormía, no comía -porque no teníamos tiempo de comer, ni de beber, ni de ir a hacer pis- y se me caía el pelo. Había muy poco personal y las colas seguían en la calle. Empezamos a sentir que la gente no nos entendía. Cada vez había más conflictos en la entrada del centro", recuerda sobre ese comienzo de verano.

Para salvarse, Marina pensaba en las vacaciones. El centro de salud era el infierno y salir de ese entorno, la liberación. "Era mi obsesión", admite. Llegaron esos días, apenas diez, los que pudo permitirse. Y viajó a una isla donde renació. "El mar, el aire y el viento, me hicieron encontrar la paz", cuenta. Pero, había que volver. A un Madrid donde las cifras de contagios empezaban nuevamente a subir como la espuma.

"Llegué a casa un miércoles. Era agosto. Me levanté un lunes para ir a trabajar y me dio un ataque de ansiedad. No quería ir al centro de salud. Como cuando los niños pequeños no quieren ir al cole. Sabía que volvería lo mismo que antes de las vacaciones", añade.  Hubo una siguiente crisis de ansiedad. Con esa, acabó desplomada. La llevaron al hospital. En Urgencias, un médico le dijo que si estaba así trabajando en un centro de salud, se imaginara lo que sería estar en un hospital. Una vez más, Marina sintió que no la comprendían. "Me recomendó que hiciera mindfulness, ni tratamiento ni nada".

Baja laboral y tratamiento

Al día siguiente, fue su médico de cabecera el que le dio la baja laboral. La puso a tratamiento psiquiátrico". Los euros de más que cobraba como responsable de enfermería fueron a parar al psicólogo. Privado, por supuesto porque contar con uno en la sanidad pública es casi una utopía.

"Continúo viendo a mi psicóloga para que, cuando me reincorpore, no me vuelva a pasar. Tengo miedo. Lo que nos viene es todavía peor", augura Marina. 

"Llevo dos meses. El diagnóstico es ansiedad por estrés laboral. Lo que me han explicado es que cuando llegas a perder el conocimiento es porque has puesto tu cuerpo al límite. La ansiedad te lleva a la depresión por ese agotamiento mental. Ahora ya no tengo sensación de depresión, aunque sigo en tratamiento. Además, continúo viendo a mi psicóloga para que, cuando me reincorpore, no me vuelva a pasar. También es verdad que me lo he currado mucho", dice Marina mucho más optimista. 

Con noviembre a punto de estrenarse, Marina cuenta los días para volver al trabajo. Por un lado, se siente preparada y está deseando. Por otro, tiene miedo. "Creo que lo que nos viene es peor todavía. Siento que vuelvo a la guerra. ¿Dónde me voy a meter?", se pregunta. No es la única. Otras compañeras están igual. Incluso, alguna ha decidido marcharse. A modo de colofón un grito que espera se escuche: "Ayuda, porque ya no podemos más". 

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