Son las 8:00 de la mañana del domingo 22 de marzo. Se quita toda la ropa en el descansillo, frente a la puerta de su casa. Camina, desnuda, hasta la lavadora, donde arroja todas las prendas. Casi sin tocar el suelo, y mucho menos las puertas, entra en el baño. Abre el grifo y se enjabona a conciencia. Confía en que el agua impida aflorar el obligado romance que durante doce horas ha mantenido con el coronavirus. Toda precaución es poca. Más del 10% de los contagiados son trabajadores de hospitales, según los últimos datos del Gobierno (3.475 casos del total de los 28.572 contagios).
También se va por el desagüe la tensión acumulada durante la noche en la UVI del hospital madrileño en el que trabaja como enfermera. Es uno de los que más casos por coronavirus atiende. El miedo, las imágenes de los enfermos más graves, los pitidos de los equipos de la sala de la UVI del hospital en el que trabaja comienzan a hacer eco en su cabeza, no desaparecen con el baño. Son un martillo lejano pero insisitente.
Comprueba que la puerta está bien cerrada y enciende el secador de pelo. Al otro lado de la estancia su marido y su hijo de tres años descansan en el silencio que otorgan las primeras horas de vida de cualquier domingo del año. Es ese preciso instante en el que la lucidez se abre paso con inusual clarividencia, alimentada por la imposición de no hacer nada.
Las noticias que se publican, pese a su gravedad, siempre son mejores que las que están por venir
"¿Sabes una cosa? Es como si mi mente hubiera decidido vivir en una película. Soy una actriz más. Cuando todo acabe, volverá la persona y me derrumbaré", dice. Tiene la boca seca y mucha sed. Se acaba de dar cuenta. "La adrenalina tiene estas cosas".
La situación cambia por momentos y hospitales. Reconoce que las noticias que llegan a los medios de comunicación se ofrecen con decalaje. Las noticias que se publican, pese a su gravedad, siempre son mejores que las que están por venir.
No atender paradas cardiorrespiratorias
"Es horrible. Están reubicando al personal de mi hospital. Sólo hay una sala de todo el centro que no se destine a enfermos por coronavirus, y se ha reservado a embarazadas. Los profesionales que trabajan en la UVI están desesperados. Es increíble. Una película de terror".
Tiene la cara llagada de las gomas de la mascarilla y las gafas que usa para protegerse frente al virus. A pesar de ello si se quiere trabajar bien, se incumplen las medidas de seguridad. "Al final te estas tocando todo el rato. Es imposible no hacerlo si quieres atender en condiciones a los enfermos. Luego, en el descanso, vas a comer algo en el mismo hospital y tocas toda la comida con la mano, estás en contacto con otros compañeros, no guardas las distancias de seguridad... Es imposible no estar expuesto al virus", explica.
No quiero poner en riesgo más a mi familia. Me han propuesto vivir en un hotel cerca del hospital mientras dure todo esto y estoy valorándolo seriamente"
La discriminación recuerda la que se algunos sufrieron en épocas de conflictos mundiales. Es una analogía irrefrenable. Un señor de setenta años de edad pasa a la sala de triaje, donde es evaluado. Está perfectamente sano pero tiene coronavirus. En un formulario alguien escribe algo. Y le pasan a la sala en la que su vida dependerá de que su corazón no se pare. Juventud, divino tesoro. Sobre todo en tiempos tan selectivos.
"Podría ser mi padre, que tiene 66 años y está en un estado de salud perfecto. La situación es muchísimo peor de lo que nos están contando. Hoy un tercio de los ingresos han sido de gente entre 35 y 45 años. Antes se decía que teníamos una sanidad para todos. Ahora es sanidad para... Yo qué sé. Hay quien dice que no hay que contar estas cosas para no alarmar, pero a lo mejor ha llegado el momento de hacerlo", asegura nuestra interlocutora. Lo hace fría, sin aspavientos, sin tonos amarillos. Ya le han ofrecido vivir en un hotel cerca del hospital en el que trabaja. Su hija lleva varios días con diarrea y han tenido que desinfectar la casa. Sospecha que es coronavirus.
"No quiero poner en riesgo más a mi familia. Me han propuesto vivir en un hotel cerca del hospital mientras dure todo esto y estoy valorándolo seriamente", reconoce a este medio.
De aceptar, no tendrá que desnudarse en la puerta de casa antes de entrar. Vivirá en algo parecido a un gueto. Otro boomerang mental de todo aquello. Las lecciones de entonces aún perduran ahora. Aprender de lo que sucede, las cicatrices que todo esto deje, deberían ser el antídoto para no volver a errar. Cuanto más grande sean esas señales, más recordaremos todo al palparlas. A lo mejor es lo que necesitamos.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación