Hace algo más de una década no era difícil ver granjas de avestruces prácticamente por toda la geografía española. Muchos emprendedores decidieron apostar por algo que se estaba vendiendo como un negocio redondo y que llegó a contar con unas 1.000 explotaciones en todo el país. A día de hoy, sólo una funciona como tal, y apenas dos más se han limitado a distribuir la carne en hostelería, algo que demuestra que el sector como tal prácticamente ha desaparecido.
"Se vendieron las cosas sin hacer los análisis bien hechos, dando por hecho que el consumidor admitiría como tal una carne nueva en el mercado y se infló el beneficio por kilo de carne"
Fue ya entrados los 90 cuando esta posibilidad de introducir el avestruz como animal para la explotación se vendió como un negocio perfecto: carne roja prácticamente sin grasa -un kilo de carne de avestruz tiene 114 calorías por las más de 210 de la ternera, las 205 del pollo y las 187 del pavo-, un huevo equivale a cerca de 25 de gallina pero con menos colesterol y del animal se aprovecha todo -las pestañas para hacer pinceles, las plumas para decoración, la piel para bolsos o calzado y el pico para botones-. Además, aseguraban que lo invertido se recuperaría en un año.
¿Pero qué ha pasado para que lo que en su momento fue "una apuesta segura" poco después de convirtiera en algo imposible de sostener? "Se vendieron las cosas sin hacer los análisis bien hechos, se dijo que el consumidor iba a comprar una carne nueva en el mercado y que se iba a sacar beneficio por kilo vendido. Tampoco la prensa informó bien, y se sacó partido a la necesidad de buscar un nuevo rendimiento al campo. Finalmente ganó quien vendía la genética, los animales. Es evidente que aquí hubo un componente especulativo importante", explica a Vozpópuli Federico Castillo, director de la Escuela de Avicultura española.
Esa situación aparece reflejada en el amplio estudio que Eduardo Carbajo, veterinario miembro de la Asociación Mundial de Avicultura Científica, llevó a cabo para analizar cómo estaba la producción de avestruces veinte años después de que se extendieran más allá de su hábitat. Desde la apertura de la primera granja en España -en Madrid en 1993- el sector ha pasado por diferentes fases, algunas de mayor tirón gracias a problemas como el de las vacas locas, y otras de empezar a resentirse por el mal planteamiento de la producción o las complicaciones, por ejemplo, de encontrar mataderos y de gestionar el transporte de los animales, más complicado aún al tratarse de bípedos, con mayor inestabilidad.
Unos pollos de avestruz.
Según Castillo, una de las claves está en que en España -y otros países europeos- se intentó introducir un animal salvaje del continente africano -donde Sudáfrica es el líder consolidado en la producción-, y se dijo que iba a funcionar perfectamente porque el consumidor lo iba a aceptar sin problemas y porque se iba a poder vender a precio de ternera. Pero no fue así por varios motivos, que no se materializaban hasta que uno no se había puesto a producir con estos animales. "Se hicieron cálculos sobredimensionados y no se tuvo en cuenta la complejidad de estas aves. De cada 100 huevos igual se te mueren 30 pollos, tienen una mortalidad alta, algo que no te pasa con otras especies. Además, un avestruz come 5 veces más que un pollo, de manera que la carne, aunque más sana, siempre será más cara, porque cuesta más producirla. De cada animal, que llegan a pesar 100 kilos de adultos, se obtienen sólo entre 25 y 30 kilos de carne. Con la crisis además aumentó el precio de los piensos, y en la otra parte de la cadena, el consumidor prefería pagar menos por carne de ternera, pollo o cerdo. Quienes criaban estas aves empezaron a ver que el negocio se esfumaba", argumenta Castillo.
Además, en su momento se extendió la teoría de que el beneficio iba a venir de la carne -para consumo- y de la piel -para artículos de lujo-, y en ambos casos los cálculos no fueron rigurosos, según el director de la Escuela de Avicultura. "La piel era un artículo de lujo, y como tal, podrías venderla en 20 euros o en 200, porque el mercado es volátil. Se pagaron fortunas injustificadas y se olvidaron de que quien pone el precio es el consumidor. Las personas se lanzaban a vender animales para que otros los comprasen, hubo muchos que quisieron enredar y muchos que quisieron que les enredasen", afirma.
La historia de esta aventura tiene para muchos un mismo principio: un grupo de inversores belgas hicieron una campaña muy potente ofreciendo condiciones muy buenas, ya que ellos vendían los animales y el pienso para alimentarlos, además de comprometerse a adquirir al productor las pieles y la carne a un precio competitivo. Cuando se daban cuenta de que estas premisas no se cumplían empezaron a sospechar de su aventura.
De cada animal adulto de 100 kilos se obtienen unos 25 o 30 kilos de una carne que pese a ser más sana es más cara, ya que come más veces al día que un pollo y el pienso es más caro
Este patrón se repitió también en El Rincón (Requena), una de las poquísimas supervivientes que después de mucho tiempo peleando se mantiene con amplia solvencia, convertida en la segunda explotación de avestruces de Europa y sacando al mercado cerca de 450 ejemplares al año, según recogía días atrás El Diario Montañés.
Sin embargo, todos los inconvenientes sacados a relucir no quitan para que el negocio no pueda seguir siendo interesante, según sentenciaba Castillo, "si se hacen las cosas bien": hacer un buen marketing explicando verazmente todo lo que conlleva este sector, que haya un número mínimo de animales para que compense, hacer hincapié en el factor de comercialización casi más que en el de producción, que sea un complemento para una explotación ganadera que ya tenga un uso o que haya mayor formación veterinaria y de la especie.
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