Ismail (¿se llamará así?) saltó el día de los 500 y ya tiene trabajo. Viene de Malí. No sabe español, ni inglés, ni francés. Sólo su idioma. No tiene más de 25 años. En su mundo es un triunfador. Sonríe. Es feliz. Ha encontrado trabajo y lleva menos de una semana en España. Su empleo es vigilar los coches que los melillenses dejan aparcados junto al cementerio cuando van a visitar a sus muertos. "Si le das un euro te lo limpia y deja reluciente", dice un vecino.
Ganará tres o cuatro euros al día. Tiene un compañero para tomar el relevo, pero el emprendedor, el que descubrió el sitio al día siguiente del salto, fue él. Achua (¿se llamará así?) es también de Mali y llevan meses juntos. Cuando Ismail se va, él se queda. Luego a las seis de la tarde los dos se van a su casa, el CETI. Trabajan en el horario de apertura del cementerio de Melilla (de 8 a 18 horas). Luego se van a CETI, el Centro de Estancia Temporal para Emigrantes, un paraíso de cinco estrellas para esta gente que llevaba todo el invierno en el campo.
La comunicación es fácil con Ismail. Ya sabe palabras clave. Llevaba meses al otro lado de la frontera. Vivía en el Gurugú, monte de triste recuerdo para España, pues los marroquíes mataron en una emboscada a mil soldados el 27 de julio de 1909 en sus estribaciones, en el Barranco del Lobo. Los marroquíes siguen con las emboscadas en el Gurugú. Pero ahora no contra los invasores españoles. Ahora lo hacen contra los morenos, los negros que viven desde hace meses y años en las cuevas y campos de este monte que tiene un mirador privilegiado sobre el paraíso de Melilla.
Cuando presiona España, o simplemente quieren las autoridades marroquíes, les mandan a policías o al ejército y les apalean, les quitan los pocos objetos que tienen y les echan de sus chabolas, que no dudan en destruir. "El pasado verano les quemaron el monte y tuvieron que huir", afirma una vecina de Melilla que comprende lo que les pasa a los morenos y que atribuye a los marroquíes todos los males posibles. Ismael no ha parado de sonreír en la breve entrevista. Está encantado en el CETI donde tiene ropa nueva, se lava, come y duerme bien. Además, está viendo que muchos de sus compañeros ya se han ido para la península, la siguiente etapa de su huída de la miseria. Todos quieren ir a la península.
El Gobierno español ha comenzado a desatascar el centro. El viernes salieron los primeros cuarenta emigrantes para Málaga y esta semana se calcula que se harán traslados de cien en cien. Por fin el continente. El CETI está repleto. De hecho, el Ejercito ha colocado unas tiendas de campaña fuera donde viven cerca de doscientos de los que pasaron el día de los quinientos. Porque en el calendario de Melilla no es lunes, miércoles, o día 3, 5 ó 20 de marzo. Es "el día del salto de los veinte", "el día de los cien" o "el día de los quinientos", así se mide ahora el tiempo en Melilla.
Luis, por ejemplo, que trabaja para una ONG, recuerda que cuando él era joven no había vallas. Luego cuando comenzó a trabajar las pusieron. Cuando se echó la primera novia pusieron las cuchillas, luego cuando comenzaron los saltos masivos, los disparos de los marroquíes, las primeras muertes,… "Y ahora es el caos", afirma pues hay miles al otro lado.
La entrada al CETI es impresionante. Cerca de un centenar de morenos espera para ser atendidos por los funcionarios para 'papeles'. Dentro sólo caben una docena, por lo que fuera esperan bebiendo agua, hablando, descansando,... La mayor parte son jóvenes, fuertes, esbeltos, negros, muy negros y contentos muy contentos. Impresiona ver los que tienen las heridas por las llamadas "concertinas" en el lenguaje político o “cuchillas” en castellano. "Por mucho que se forren el cuerpo y las manos, les cortan, les desagarran", afirma un melillense acostumbrado a verlos pasear con las manos protegidas por vendas.
Sentimientos encontrados
El padre Angel, de Mensajeros de la Paz, acudió este fin de semana a Melilla y pidió al vicepresidente de la ciudad, Javier Martín, que quiten las cuchillas. “Comprendo que las fronteras existen, pero las cuchillas no son disuasorias y ellos no quieren ser ricos, solo vivir”, dijo. Un pequeño botiquín de la Cruz Roja se ocupa en el CETI de curar a los heridos. A pesar de los cortes, creen que están ya en el paraíso. Y por las palabras de Ismail lo están. "Buena comida, limpieza, cama,"...
La sanidad es una de las preocupaciones de los melillenses. El ingreso de uno de los inmigrantes en el hospital por meningitis ha alarmado a la población. En el CETI se han tomado precauciones con los compañeros del enfermo que el sábado seguía en la UVI. El Colegio de Médicos ha tranquilizado a la ciudad.
Los morenos, como se les llama en Melilla, de origen subsahariano hacen de todo en el CETI. Unos juegan al fútbol, otros han puesto una peluquería, que no para de trabajar, y otros están en los barracones durmiendo. Van a buscarse la vida a la ciudad. Cargar, vigilar coches, … para ganarse una propina como Ismail.
Pero no todos son morenos, negros jóvenes. Hay familias, con las que conviven, fundamentalmente sirias, con las que tienen poco contacto. Parece que algunas de estas familias son conflictivas. Llevan meses huyendo de una guerra que está masacrando su país y también buscan el continente.
Las instalaciones del CETI son sencillas. Son barracones con literas y ahora tiendas del Ejército. "Las hemos utilizado nosotros durante meses en Bosnia, Afganistán y se puede vivir en ellas", afirma un soldado que las usó en una de sus misiones de paz.
Tienen literas, una manta, toallas, duchas y baños. Y sobre todo comida. Lo que no tenían en el Gurugú. El CETI está vigilando por guardias jurados y fuera hay una discreta dotación de la Guardia Civil. Todo esto a apenas 100 metros de la triple valla con cuchillas y guardias a los dos lados. Si te pones al lado de la valla crees que es imposible superarlas. “Pues las suben y si las pusieran más altas, las subirían también. Buscan la vida frente a la muerte de sus países”, dice nuestro anfitrión que trabaja en una ONG.
Una de las mujeres negras que hay en el centro, que habló con el ministro el día que Jorge Fernández visitó Melilla, no se irá con las próximas expediciones a la península. Se queda a espera a su marido que está al otro lado. No tiene ni idea por donde anda.
El lenguaje de los signos le basta para decir que está muy bien, “seguro que mejor que su marido”, apuntan y sobre los funcionarios del CETI: “mi padre, mi padre,…”…
Los negros del día de los cien, del día de los quinientos, tiene libertad para entrar y salir del centro. La mayor parte sale a buscarse la vida como Ismail. Conviven con la población que los recibe con división de opiniones. Para la ciudad es un problema, pero muchos de sus ciudadanos no creen que sea el primero.
Una pequeña encuesta de El Telegrama, periódico histórico en la ciudad, señala que los vecinos creen que el más grave es la corrupción política (56%), mientras que el paro es el segundo (22%) y la inmigración es el tercero (21%). En la calle los sentimientos son encontrados. Los hay que dicen que no tiene que pasar, que “aquí ya hay problemas y que no necesitamos más”. No hay problemas de seguridad porque los subsaharianos creen que supondría su expulsión inmediata. La población teme más a los pequeños delincuentes de los centros de menores que a los delgados subsaharianos.
Pero también se teme algún incidente. Hay más de mil personas esperando pasar a la península tras los últimos saltos...No tienen nada que perder y se quieren ir ya al continente.
La autoridades lo tienen más claro. Javier Marín, vicepresidente de la Ciudad Autónoma, decía el sábado que es partidario de fletar un avión para poner a cien emigrantes con sus tiendas de campaña en las puertas del Parlamento Europeo. "Y a ver qué hacen entonces", afirma. Se ha afiliado a la teoría del Gobierno de que la Unión Europea no puede pasar del problema de la emigración y exige que se pongan medidas para aliviar la presión de ciudad con más cerca de dos mil inmigrantes en sus calles.
Si hay alguien que está contento son los propietarios de algunos hoteles. Ya no hay sitio para la policía en los cuarteles y tienen un buen número de habitaciones alquiladas a los agentes que han venido de la península.
Asaltos a todas horas
El rumor, la realidad, de que España va a instalar unas vallas antiescalada (chapas planas) se ha corrido por el Gurugú y ha provocado los asaltos en Melilla y en Ceuta. "Creen que no podrán escalar y montan los grupos de 500 ó 600 personas para hacer los asaltos porque piensan que es la última oportunidad de llegar al paraíso", afirma un guardia civil que trabaja en la frontera.
"Nosotros –afirma- tenemos mucha presión, sobre todo cuando a los jefes les presionan de Madrid, porque entonces ellos nos aprietan a nosotros. Pero ¿qué vamos a hacer. No podemos tirar pelotas. Te vienen trescientos tíos, te lanzan pedruscos, pues... no sabes. Y luego si te coge en un momento que estás con muchos compañeros no pasa nada, pero y si te vienen 300 y somos dos o tres?” Antes los asaltos eran de noche, pero ahora son a todas horas. Ayer, sábado, se cerró la frontera al correrse el rumor de que venía un grupo. Por la noche hay ratos que patrulla el helicóptero y hace unos días descubrió con el haz de luz que en una vaguada había doscientos preparados para intentar el salto. Les apuntó con la luz y se disolvieron en la noche.
¿Y como viven en el Gurugú y colinas cercanas? "Se acercan a los pueblos vecinos y piden comida a la gente, y muchos les dan, y así viven", afirma el miembro de una ONG. Cogen fruta del campo y se construyen sus chabolas con todo lo que ven en las calles. Viven en grupos que han venido llegando desde el África subsahariana con las mafias.
Ismail llegó desde Mali a Argelia en camión. Luego desde Argelia en otro camión hasta el Gurugú y llevaba meses en el monte antes de saltar al paraíso el día de los 500. Ahora saca cuatro o cinco euros al día limpiando coches o vigilando. No gana mucho más Mohamed. Es marroquí, veinte años. Vive al otro lado, junto a la frontera de Beni Anzar. Vende en Melilla por la calle películas de DVD y CD de música copiados. Ganará unos seis euros al día, no mucho más que Ismail. “Una miseria, lo mismo que mucha gente de por aquí”, afirma Luis que colabora en una ONG.
Y en Melilla, en algunos barrios la situación no es mejor. Un grupo de monjas de la Inmaculada trabaja en una barrio musulmán para ayudar a esa comunidad. "No venimos a convertir a nadie. Solo ayudamos a los más necesitados, que aquí en Melilla son muchos", dice una de ellas.
Su último problema es que han detectado que muchos de los niños que vienen a clase, y a los que les dan de comer a mediodía, no han desayunado por la mañana porque en su casa no hay nada. Necesitan cuatro euros a la semana para darles leche y galletas a estos chavales. Una miseria. El paraíso español es una miseria.
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