Sociedad

Antonio Escohotado: amor por la libertad

Cuando topé con Escota apenas tenía 19 años. Sus textos, a diferencia de otros intelectuales que rezumaban un dogmatismo estúpido, estaban cargados de un amor por la libertad y la

Cuando topé con Escota apenas tenía 19 años. Sus textos, a diferencia de otros intelectuales que rezumaban un dogmatismo estúpido, estaban cargados de un amor por la libertad y la verdad que me atraparon. Seguí su estela y no dejé obra sin leer, conferencia sin ver y entrevista sin escuchar. Pasaron los años y de pronto recibí un mensaje en mi cuenta de Twitter: "Antonio quiere conocerte". No podía creer que el hombre que admiraba estuviera dispuesto a perder su tiempo con alguien tan insignificante como yo. Me faltaron minutos para acudir a la llamada. Llegué con el miedo a decepcionarle. Quizá tenía demasiadas esperanzas en ese jovencito que escribía artículos y a su lado, cualquiera era un mero aprendiz. Nada más llegar me dio un beso y un abrazo. A los pocos minutos, ya estábamos fumando y riéndonos como si nos conociéramos de toda la vida. Previamente me fulminó con la mirada en cuanto le hablé de usted, algo que Escota no toleraba. Del mismo modo que detestaba que lo tacharan de intelectual o que la otra parte lo tratara desde una perspectiva de inferioridad intelectual. Al fin y al cabo, para Escota todos éramos seres humanos. Estuvimos charlando de lo divino y de lo humano desde las cinco de la tarde hasta las cuatro de la madrugada y al día siguiente comenzamos los intercambios de correos electrónicos a horas intempestivas entre ambas partes. Mi admiración intelectual se convirtió en amistad y nuestras conversaciones eran, al menos para mí, un auténtico privilegio.

Escota vivió muchas vidas en una sola. Brasil, la universidad que lo suspendía por rebelde, su época hippy en Ibiza, la cárcel, su rol de catador en los viajes para consumir drogas que le encargaban, su trifulca con Maradona... Fue una persona única e irrepetible

Recuerdo que hace unos meses, en una de mis visitas a Ibiza para estar con él, decidí llevarlo al típico club de playa que goza de gran popularidad. Llevaba tiempo sin ver el mar, así que pensamos que sería buena idea que saliera de su centro de operaciones en el que residía. "Ya veremos si tenemos sitio, Antonio", le dije. "No te preocupes por eso", me respondió. Mi temor se cumplió cuando al llegar a la puerta los carteles de 'reservado' se anunciaban en todas las mesas. Escota entró sin esperar a ser atendido, se sentó en la primera mesa que vio que no había sido ocupada y se encendió un cigarro. A los pocos minutos, una camarera le hizo saber que no estaba permitido fumar, Escota la miró con una media sonrisa compasiva y siguió dándole caladas a su inseparable cigarrillo. A continuación, sacó un libro y se puso a leer ante la atónita mirada de la camarera que no tuvo más remedio que irse por donde había venido. Esto que acabo de contar es una anécdota personal, pero necesaria para saber quién era y cómo comprendía la vida Escota.

Vivió muchas vidas en una sola. Cada día me sorprendía con una nueva anécdota. Brasil, la universidad que lo suspendía por rebelde, su época hippy en Ibiza, la cárcel, su rol de catador en los viajes para consumir drogas que le encargaban, su trifulca con Maradona, su amistad con Ernst Jünger, la canción con Calamaro, su estancia en el sudeste asiático, etc. Un conjunto de experiencias que sólo alguien como él pudo tener. Una persona única e irrepetible.

He tenido la inmensa fortuna de conocer a la mayoría de la «élite intelectual» del país, pero a ninguno como él. Escota era brillante, extremadamente culto, con una memoria prodigiosa que jamás he conocido a nadie, irónico, se ponía de mal humor cuando la estupidez venía a importunarlo, directo, amable, con un gran sentido del humor y sin complejos. "Este soy yo, si te gusta bien, si no, también", parecía decirte en cuanto lo conocías. Siempre te recibía con una sonrisa y hacía todo lo posible para que estuvieras cómodo a su lado. Vivió sin pedir permiso a nadie, siempre hizo lo que quiso y jamás le preocupó el qué dirán. Se va el gran reducto de lucidez que siempre luchó por la libertad, la verdad y por los derechos del distinto. La época no permite que haya otro Escohotado ni tampoco, personas que tengan el coraje de vivir con la libertad que él lo hizo.

Era brillante, extremadamente culto, con una memoria prodigiosa que jamás he conocido a nadie, irónico, directo, amable, con un gran sentido del humor y sin complejos

Nos separaban cincuenta años, pero el espíritu de Escota no era el propio de un anciano, sino de alguien que sólo comprendía la vida a través de la búsqueda incansable de la verdad. Su sabiduría y experiencia vital me permitían hallar atajos para encontrar las respuestas a las cuestiones que nos presenta la vida. Nunca me dijo qué hacer. Se limitaba, como buen maestro, a orientarme hasta dar con la respuesta correcta. Incomprensiblemente desarrolló hacia mi persona una admiración que siempre me pareció excesiva e injustificada. Por eso, en cuanto el éxito llamaba a la puerta, me faltaba tiempo para contárselo y así tratar de corresponder a las esperanzas que en mí había depositado. Mi último correo fue para contarle cómo habían ido mis conferencias en Budapest, que el nuevo libro ya iba por la segunda edición y que pronto iría a dárselo en persona. Ya no obtuve respuesta.

El hueco que deja en mí es irremplazable. El saber que sólo hay que esperar a que pase el tiempo para volver a verlo es el único consuelo.

Te voy a echar muchísimo de menos. A más ver, mi querido Escota.

Jano García es escritor, autor de El siglo del socialismo criminal I y II, La gran manipulación y El rebaño (prologado por Antonio Escohotado).

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