Cuando Israel Kristal nació en Polonia en 1903, la esperanza de vida de un niño apenas rozaba los 45 años. Pero, tras sobrevivir a dos guerras mundiales y a meses de cautiverio en el campo de concentración de Auschwitz, ya es el hombre más viejo del mundo, con 113 años. Su esposa y los dos hijos de este antiguo confitero polaco perecieron víctimas del holocausto nazi. Pero tras la horrible experiencia, contrajo nuevamente matrimonio y puso rumbo a Israel, donde actualmente reside rodeado de una veintena de bisnietos. Kristal supera así en tres décadas la esperanza de vida media de un varón en los países desarrollados, donde sólo dos de cada 10.000 personas llegan a cumplir 100 años. En su mayoría son mujeres y ninguna ha logrado romper aún la barrera de los 122 años que alcanzó la francesa Jeanne Calment, fallecida en 1997. ¿Qué ocurrirá cuando historias como las suyas dejen de ser una anécdota y se conviertan en algo habitual?
A diferencia de nuestros antepasados, cada vez vivimos más años. Y la esperanza de vida sigue creciendo a un ritmo asombroso: más de cinco horas al día. Pero los científicos no tienen claro si el incremento constante de esta tendencia puede tener un límite concreto. Los avances médicos y los buenos hábitos de vida abren la puerta a un futuro de ancianos cada vez más longevos. De hecho, muchos señalan que los primeros hombres que vivirán 140 años ya han nacido. Aunque otros expertos prefieren mostrarse más cautos. "Un estudio reciente dirigido por Jan Vijg sitúa en unos 120 años el límite biológico de nuestra especie, aunque puede que lleguemos a sobrepasar esta frontera gracias a la tecnología", explica el catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, Carlos López-Otín. Los demógrafos creían hasta hace apenas dos décadas que el aumento de la esperanza de vida se detendría debido una especie de programación biológica implacable. Pero, como demostró el director del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica de Alemania, James W. Vaupel, la esperanza de vida no ha dejado de crecer desde la primera mitad del siglo XIX. Hace tan solo un siglo, la esperanza de vida en los países occidentales era 25 años inferior a la actual. La mortalidad infantil se situaba en tasas muy elevadas, que se han ido rebajando hasta quedar prácticamente en anecdóticas. La sociedad más longeva de la historia se enfrenta ahora al reto de luchar contra la incapacidad y las enfermedades degenerativas o el cáncer, que nos acompañan en las últimas fases de la vida. El descubrimiento de nuevos fármacos abre la puerta a un futuro totalmente inexplorado.
En busca de la eterna juventud
En el reino animal existen casos que hacen plantearse la posibilidad de la tan anhelada inmortalidad. El caso paradigmático es la hidra de agua, un organismo invertebrado que no solo nunca muere, sino que consigue regenerarse a partir de un pequeño fragmento de su cuerpo. La clave se encuentra en que sus tejidos están formados por células germinales (células madre). Pero, ¿por qué el resto de organismos no tenemos esta peculiaridad? El envejecimiento es un proceso natural que se produce por la acumulación de lesiones moleculares y celulares que no se reparan a lo largo de nuestra existencia. Si lográsemos manipular de forma adecuada los mecanismos de las células dañadas, podríamos conseguir retrasarlo. "Técnicas como la reprogramación genética o la edición de genomas nos van a llevar muy lejos", augura López-Otín, quien lidera junto a un equipo de científicos de la Universidad de Oviedo diferentes investigaciones contra los efectos del paso del tiempo. Aunque los ensayos todavía están en una fase experimental, es previsible que se descubran nuevos fármacos que alarguen nuestra existencia en mejores condiciones. "Aunque seguramente no consigamos detener el envejecimiento, sí que se desarrollarán nuevas terapias contra las enfermedades ligadas al mismo para mejorar nuestra calidad de vida", explica.
De aquí a unos años se desarrollarán nuevos fármacos para alargar nuestra existencia en mejores condiciones
Pero no hay que esperar a un futuro muy lejano. Actualmente, numerosos fármacos como la metformina, el compuesto más usado contra la diabetes, se someten a diversos estudios para descubrir sus potenciales efectos antienvejecimiento, dada su eficacia sobre los mecanismos celulares que reparan los daños. La directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), Maria A. Blasco, cree que para ser capaces de prevenir y tratar eficazmente las enfermedades asociadas al envejecimiento, es necesario comprender por qué se producen. En este sentido, esta bióloga molecular-considerada una de las más prestigiosas del mundo en este campo por sus avances sobre los telómeros (estructuras que protegen los cromosomas)-, subraya la importancia de transformar todo el conocimiento adquirido a nivel molecular en estrategias terapéuticas. Blasco logró crear un ratón transgénico capaz de vivir un 40% más de lo habitual. Recientemente ha publicado, junto a la periodista Mónica G. Salomé, el libro Morir joven, a los 140 (Paidós), en el que explican cómo trabajan los científicos para conseguir que vivamos más tiempo y en mejores condiciones.
Una revolución demográfica
El aumento de la esperanza de vida del ser humano encierra muchas incógnitas que apenas podemos intuir. Empezamos a vislumbrar los primeros cambios, pero las proyecciones de sociólogos y demógrafos no son capaces de ofrecernos un mapa fiable de lo que nos deparará el próximo medio siglo. Sus cálculos son incapaces de tomar en cuenta lo que cambiará durante las próximas décadas. "El problema es que las proyecciones nos dicen lo que pasará en el futuro si no cambiase nada más. Pero eso es imposible. A medida que ha ido mejorando la vejez de las personas, ha ido mejorando todo lo demás", explica Julio Pérez Díaz, demógrafo e investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Y aún no podemos imaginar la transformación que la tecnología y la investigación pueden suponer para la vida humana.
De hecho, las ideas más inverosímiles cada vez se convierten en más serias. El gigante tecnológico Google aspira a 'curar' definitivamente la muerte. Con este fin puso en marcha en 2013 la compañía de I+D+i Calico (California Life Company), dotada con gran cantidad de fondos. Por su parte, José Luis Cordeiro (Caracas, 1962), docente e investigador de la Singularity University -una institución académica promovida por Google y la NASA- no tiene ninguna duda que dentro de apenas medio siglo "presenciaremos la muerte de la muerte". Aunque estas afirmaciones escalofrían a más de uno, Cordeiro forma parte de una corriente llamada "singularidad tecnológica", que cree que el progreso tecnológico y la inteligencia artificial acabarán con la 'edad humana' para dar paso a la 'edad posthumana'. Pero frente a estas visiones futuristas, los científicos creen que las preferencias de la investigación deben ser otras. "Puede que lleguemos a ser cíborgs y demos lugar al Homo sapiens 2.0, pero nuestra meta principal no debe ser esa sino mejorar nuestra salud para tener una vida mejor", remarca el genetista López-Otín.
Los mayores de 64 han pasado del 10% en 1975 al 17% en 2010. Se prevé que en 2050 representen un tercio de la población
Analizar la forma en que nuestra especie se ha reproducido es clave para entender el camino por el que transitaremos en el futuro cercano. No hace tanto, las personas vivían poco tiempo y se afanaban en tener una gran prole que asegurase su existencia y la de la especie. Las altas tasas de mortalidad infantil y la corta esperanza de vida hacía que las mujeres cargasen a sus espaldas con una presión reproductiva muy fuerte. "No había opciones. Era eso o la extinción", apunta el demógrafo Pérez Díaz. Esto explica que las pirámides demográficas tuvieran una amplísima base y muy poca gente en la cúspide. "En el futuro, y si no hay vaivenes como los del baby-boom o la caída de la natalidad de los años 70, deberíamos ver una pirámide con forma de columna, es decir, en la que todos los que nacen, viven; y sólo a partir de edades avanzadas de 80-90 años, empezaría a estrecharse".
¿Cuándo jubilarse?
Pero el cambio de paradigma en el campo demográfico tiene una traducción directa al mundo del trabajo, en el que la mano de obra se ha duplicado en cuestión de décadas. Cada vez seremos más habitantes en un entorno más tecnológico y automatizado. Los mayores de 64 años han pasado en España de ser un 10% en 1975 a representar el 17% en 2010. Y se prevé que en 2050 representen un tercio de la población. Esta es una tendencia que no va a detenerse, pero no quiere decir que España sea un país envejecido. De hecho, las cifras son muy similares a las del conjunto europeo e inferiores a las de Alemania o Italia. En lo que sí se sitúa a la cabeza es en el ranking de la esperanza de vida, como desvelaba la pasada semana el informe de la OCDE 'Panorama de la salud: Europa 2016'.
Entre las conclusiones de este estudio está que "más de la mitad de los años vividos a partir de los 65 años se viven con algún tipo de problema de salud o discapacidad, lo que aumenta la presión en los sistemas de salud y los cuidados a largo plazo". Por tanto, el problema principal es averiguar cómo hacer sostenible el actual sistema de bienestar. En este asunto se enfrentan dos posiciones radicalmente opuestas. De un lado, los que creen que el sistema que conocemos actualmente está condenado a derrumbarse. Y, del otro, los que se oponen al alarmismo y ven el futuro con esperanza. "Hay muchos indicadores en las encuestas de empleo y en el INE de que jamás hubo en España una productividad y una capacidad de aportar cotizaciones más altas de la que tiene el perfil sociolaboral actual de nuestro país", señala el demógrafo Pérez Díaz.
Los nuevos viejos
¿Pero a qué edad debemos entonces dejar trabajar si cada vez vivimos más tiempo? Aunque no es posible aplicar el mismo baremo a todas las profesiones, parece cierto que las generaciones que se jubilan ahora nada tienen que ver con las de los años setenta y ochenta. "Los de antes eran gente que había tenido que emigrar desde los pueblos, que no tenía ahorros y que vivieron una guerra durísima. Los que ahora se jubilan mantienen funciones de apoyo social y apoyo familiar", recalca Pérez Díaz. Además, se da la encrucijada de que los que ahora tienen 60 años cuidan de sus padres de 90 (dependientes) y de sus hijos de 30 (desempleados).
En este sentido, el investigador del CSIC enfatiza la solidaridad intergeneracional: "Estamos empeñados en que los mayores son pasivos e improductivos, pero no es verdad. Quien está cambiando el mundo de hoy en día son los mayores, aunque ellos no lo crean". Pero, ¿qué ocurre con el género? La estadística demuestra que las mujeres viven más: a los ochenta años, el número de mujeres dobla al de varones. Aunque algo parece estar cambiando. "En España estábamos acostumbrados a ser un país de mujeres viudas viviendo solas y volvemos a encontrarnos personas que se cuidan entre sí y que viven acompañadas. Y sus necesidades se resuelven sin demasiado apoyo externo", comenta Pérez Díaz.
Reenfocar los servicios
Pero el aumento de la duración de la vida lleva aparejado la aparición de patologías ligadas estrechamente al envejecimiento. "Por vivir más años estamos pagando algunos peajes, relacionados con procesos degenerativos", asegura José Antonio López Trigo, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Este experto, que califica el envejecimiento como un verdadero "logro social", subraya la aparición de nuevas patologías relacionadas con el paso del tiempo."Las células se van extenuando, van sufriendo desgastes y aparecen procesos que no aparecían hace cien años; vemos muchas más demencias, enfermedades de párkinson y de artrosis”, explica.
Sin embargo, el gran logro ha sido transformar esos procesos agudos, que acababan con la vida de las personas, en patologías no mortales sino crónicas. Ejemplo de ello son los infartos y los diferentes tipos de cáncer, con alta mortalidad hasta hace escasas fechas y a los que ahora podemos sobrevivir en un gran porcentaje de casos. Aunque superar estos procesos no significa librarnos de ellos, sino acumularlos para el trecho final de nuestra existencia. De ahí que la prevención se torne en pieza fundamental para que nuestros últimos años sean más saludables y llevaderos.
Los hospitales están concebidos fundamentalmente para tratar las fases agudas de la enfermedad y no tanto para el tratamiento de pacientes crónicos como los ancianos. Por tanto, López Trigo subraya que, si de aquí a unos años no cambia el enfoque de estos servicios, el sistema se verá "absolutamente desbordado", incluso más que ahora. Pero la pregunta del millón es cómo financiar esta transformación y todos los servicios de rehabilitación y de dependencia. En opinión del presidente de los geriatras y gerontólogos españoles, "no es cuestión de invertir más, sino de invertir mejor". En este sentido, apunta a que la buena planificación de estos servicios puede ser hasta rentable. Y la explicación es sencilla: "Cuando se atiende bien a una persona en asistencia geriátrica, esta no ingresa en un hospital de agudos, por lo que estamos ahorrando el dinero que vale la cama del hospital. No se está sobrecargando la atención hospitalaria y está suponiendo un ahorro para el sistema".
En definitiva, si tuviéramos la capacidad de elegir el momento de nuestra muerte, ¿preferiríamos perecer pronto pero sanos, o alargar nuestra existencia a costa de alguna enfermedad? Como decía Simone de Beauvoir en su libro La Vejez, "en el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: así que reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja". Plantearse el final de la vida no es agradable, pero es una reflexión intrínseca al ser humano. Porque no podemos evitar pensar que cuando ya no estemos, el mundo seguirá girando sin nosotros.
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