Cuando uno accede a la Plaza Mayor de Madrid sobre las doce de la mañana, el aroma a calamares inunda los soportales mientras los turistas se fotografían con los trajes de flamenca. Desde las terrazas de los bares, cientos de visitantes disfrutan cada día del sol que se refleja sobre el suelo adoquinado. Ese mismo pavimento que sostuvo hace siglos los temidos autos de fe de la Inquisición y sobre el que ahora pululan siete mujeres a las que el martes un grupo de hinchas del PSV trataron como a bufones.
Sevilan acaba de cumplir apenas veinte años, pero el frío de la calle lleva mucho tiempo avejentado su temeroso rostro. Llegó con doce años a España desde la zona rumana de Tandarei y ahora dedica su existencia a pedir limosna día tras día con un vaso de cartón en la mano. Viste con prendas raídas y unas chancletas de goma desgastada. Su pelo negro asoma bajo el pañuelo que cubre su cabeza. Reclama de manera insistente unas monedas y agita el recipiente haciendo notar que está vacío.
Sevilan cuenta que jamás ha ido a la escuela; que tiene tres hijos a los que alimentar; y que pasa las noches al raso bajo el túnel de la calle Bailén, en plena Plaza de España de Madrid
Tras varios intentos inútiles, Sevilan comienza a explicar con timidez la cruel escena en la que se vio envuelta con los aficionados del PSV. "El otro día, gente mala. ¡Dinero no vaso... suelo...!", se lamenta en un precario castellano. Recuerda cómo uno de los hinchas holandeses llegó incluso a quemar un billete de cinco euros en la cara de una de sus compañeras, mientras otra se llevaba las manos a la cabeza. La joven gitana sonríe mientras agacha el rostro y, tras varias preguntas, dirige por primera vez sus ojos verdes hacia su interlocutor. Apoya una de sus manos en la reja que cerca la estatua ecuestre de Felipe III y comienza a soltarse. Cuenta que jamás ha ido a la escuela; que tiene tres hijos a los que alimentar; y que pasa las noches al raso bajo el puente de la calle Bailén, en la Plaza de España.
Se levanta temprano y, sobre las ocho de la mañana, el campamento en el que duerme con su amplia familia queda desmontado. Allí comparten refugio abuelos, mujeres, hijos, nietos y sobrinos. Todo el grupo comienza entonces a repartirse por las vías del centro de la capital. Las siete mujeres recorren de arriba a abajo la calle Postas varias veces al día y recolectan monedas entre la Plaza Mayor y la Puerta del Sol. Los propietarios de los bares y restaurantes de la zona llevan tiempo quejándose de que su continua presencia incomoda a los clientes de las terrazas. Los camareros intentan evitar que las mujeres se cuelen entre las mesas, pero su esfuerzo parece en balde, pues estas logran esquivarlos.
A la conversación con la joven se une pronto otra mujer algo más mayor, que reclama de manera automática unas monedas para comprar comida. A sus treinta años, ya tiene cinco hijos. El más mayor de diez y el más pequeño de tres. Ambas se miran incrédulas, pensando que tal vez lograrán sacar algunos céntimos al final de la charla. Aseguran que el dinero que obtienen cada día lo dedican únicamente a comprar comida para ellas y para sus hijos. Sin embargo, tratan de esquivar cualquier pregunta incómoda, alegando que no entienden bien el español. Pero, en realidad, la mayor parte de estas personas es explotada por mafias que se quedan con buena parte de la recaudación noche tras noche.
Hacia las nueve de la noche regresan a la Plaza de España, donde los varones han pasado el día limpiando los parabrisas de los coches frente al Edificio España
El resto de mujeres observa la escena desde la distancia y tras varios minutos, deciden acercarse. Se nota que son más mayores y parecen molestas porque las jóvenes se están entreteniendo demasiado. Un instante después se acerca un hombre bajito y regordete, con un cartel de cartón escrito a mano. Comienza a abroncarlas y todos se marchan entre gritos hacia los soportales, donde de nuevo se dispersan. Poco tiempo más tarde, las mujeres almuerzan en la Puerta del Sol. Se sientan en el suelo tras un quiosco, entre Preciados y la calle del Carmen. Charlan tranquilas hasta que aparece una patrulla de la Policía Nacional y todas echan a correr.
Hacia las nueve de la noche, después de hacer la ronda por las terrazas durante la hora de la cena, regresan a la Plaza de España. Los vecinos de esta zona llevan años denunciando la situación. Se quejan de la suciedad y de los excrementos. Uno de ellos explica también que "no hace falta más que pasarse una noche por el subterráneo para ver el escándalo de palizas, gritos y todo tipo de vejaciones a las que someten los hombres del clan a las mujeres". Es precisamente allí donde los varones han pasado todo el día limpiando los parabrisas de los coches frente al Edificio España, justo antes de subir la Gran Vía.
atentado contra la dignidad
La Policía está revisando los videos y se coordinará con Holanda para identificar a los aficionados del PSV. La Fiscalía de Madrid ha abierto diligencias porque los hechos pueden ser constitutivos de delitos por trato degradante (artículo 173 del Código Penal) y delito contra los derechos fundamentales (artículo 510.2) al entenderse que esa actitud "lesiona" la dignidad mediante "humillación, menosprecio y descrédito". Desde la Fundación Secretariado Gitano y el Observatorio Hatento señalan que lo acontecido en la Plaza Mayor "es un atentado contra la dignidad humana y una muestra evidente de discriminación, aporofobia y machismo que vulnera el derecho a la dignidad, del que todo ser humano es titular".
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