Sociedad

España: un invierno demográfico causado por unos políticos cortoplacistas

En la semana en la que se ha conocido que el crecimiento vegetativo es negativo por primera vez en quince años los sociólogos dan la voz de alarma: el problema demográfico es grave y viene desde hace tiempo. 

España se contrae, pierde población, envejece. Esta semana el Instituto Nacional de Estadística ha presentado un dato preocupante: por primera vez en quince años el crecimiento vegetativo es negativo, es decir, ha habido más fallecimientos que nacimientos en España. Saltan las alarmas que, en realidad, tendrían que haber estado funcionado desde años antes. "No es un indicador muy fiable, lo que realmente es fiable es el índice sintético de fecundidad", cuenta Jesús J. Sánchez Barricarte, doctor en demografía por la Universidad de Berkley y catedrático de la Universidad Carlos III.

¿Qué es el índice de fecundidad? Una estadística que mide la tasa de reposición de la población en un país. La teoría dice que para que exista un reemplazo correcto cada mujer de un país debe tener 2,1 hijos. España está en 1,3 y lleva por debajo del nivel requerido desde los años 80. Es decir, el país envejece, está estancado y no tiene niños; no hay tasa de sustitución. El problema es común en Europa, aunque se ve aumentado en los países del sur.

Las parejas tienen algo más de la mitad de los hijos que se necesitan para que exista un reemplazo demográfico

El dato no es un capricho, tiene consecuencias reales y que se perciben en la sociedad, en la economía y en la manera de afrontar el mundo. El estado de bienestar tal como se concibe actualmente es inviable si la población sigue envejeciendo. "Se intentan dar soluciones para las pensiones o el tema de los gastos sanitarios, pero son parches. Si descendiese la tasa de paro habría más contribución, todo lo que sea aumentar la población activa mejor a la situación, pero eso no es tan sencillo, a parte de la población no es fácil formarla e incorporarla", cuenta Sánchez Barricarte, que apunta también a la necesidad de que suba la edad de jubilación para que el problema se amortigüe.

El problema, en todo caso, seguiría ahí, como el elefante en la habitación. Porque el problema está en que las parejas tienen algo más de la mitad de los hijos que se necesitan para que el equilibrio exista. "El origen del desequilibrio es el descenso de los niveles de fecundidad. En el corto plazo tiene consecuencias positivas, porque el porcentaje de personas dependientes disminuye, al haber menos niños la renta per cápita aumenta. Pero ahora llega el momento en el que el número de personas que se incorpora a la fuerza laboral es muy pequeño. Por mucho que aumenten los niveles de productividad, van a ser tan pocos que va a ser muy difícil que este grupo de trabajadores pueda soportar una presión fiscal tan alta", explica el doctor.

La inmigración

¿Por dónde pasan las soluciones? La denostada inmigración, tantas veces criticada, ha tenido un efecto moderador en este proceso, ha aliviado la situación: "En los últimos diez o quince años llegó un gran flujo migratorio a España. Los inmigrantes que son gente joven, en edad de trabajar, fueron un colchón que suavizó esa caída histórica de la fecundidad. No solo porque trabaje sino porque tienen niños".

El origen de este problema está íntimamente relacionado con los cambios de usos sociales que se han dado en el siglo XX, cuestiones como la incorporación de la mujer al trabajo o el retraso de edad en tener los hijos así como otras cuestiones como la poca incentivación de la natalidad o la ausencia de desgravaciones fiscales. Sánchez apunta otra cuestión importante para entender este descenso abrupto en la natalidad: "Hay un aspecto que no se tiene muy en cuenta, que es que el diseño del estado de bienestar actual desincentiva la fecundidad. Tradicionalmente los hijos cuidaban de los padres, pero cuando se establece el estado de bienestar basado en la atención sanitaria, pensiones… se pierde interés por tener muchos hijos, porque ahora es el estado el que cubre las necesidades que tradicionalmente cumplían los hijos".

La política también tiene su parte de culpa en este proceso de envejecimiento. La visión cortoplacista de la realidad ha hecho que se prime en los presupuestos el cuidado de los ancianos en detrimento del fomento de políticas de natalidad. "En los países nórdicos se hace un mayor esfuerzo en atender las necesidades de la reproducción, hay muchas más ayudas por tener hijos, desgravaciones, guarderías, flexibilidad de las mujeres que quieren ser madres… medidas de apoyo a las familias. Esa es la gran diferencia, porque aquí cuidamos a nuestros ancianos pero no hemos desarrollado una política en favor de la familia", cuenta el profesor Sánchez. "Tomar medidas en favor de la familia, que van a tener consecuencias positivas dentro de varias décadas, no interesa. Resulta más rentable tomar medidas que afecten a los ancianos", prosigue. La prueba de esto último está en la última legislatura, en un torbellino de recortes como el que ha vivido España la única partida que no se ha reducido, la intocable, es la de las pensiones.

Pero las pensiones son insostenibles con el modelo actual. La hucha de la Seguridad Social no alcanza el gasto que se produce hoy en día y se empieza a hablar de dirigir a los presupuestos un porcentaje de esa partida. Algún sociólogo, como el prestigioso Paul Demeny, van más allá y proponen soluciones más rupturistas, casi radicales, para darle la vuelta a la situación.

Paul Demney propone que los niños voten y que la seguridad social beneficie a quienes tienen hijos

Demeny, en un artículo para la revista de demografía Population Studies, propuesto novedades como el voto infantil. En su idea los padres tendrían tantos votos como hijos menores de edad tuviesen. Esto compensaría el peso demográfico de la tercera edad y llevaría a los políticos a valorar de otra manera las políticas para incentivar la natalidad.

También considera necesaria una modificación en el estado del bienestar, cambiar las dinámicas para que la contribución de las personas a la seguridad social vayan dirigida en una buena parte a los padres jubilados. Es decir, un jubilado con tres o cuatro hijos tendría en su vejez más ingresos que uno que no hubiese tenido descendencia. Esto serviría para aminorar los efectos perniciosos que ha tenido el estado de bienestar en la evolución demográfica.

España es uno de los países del mundo más envejecidos, no es cosa de esta semana, el problema llegó mucho antes. Los cambios son necesarios, el sistema no fluye con normalidad cuando no hay nuevas generaciones.

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