Apalabrados es el Scrabble o Intelect -lo de juntar letras para formar palabras y conseguir puntos-, transformados en un juego para móviles o tablets para el que se usan los deditos y cuyos seguidores se cuentan por millones.
Soy adicto desde hace apenas unas semanas. Estuve a punto de desistir de sus encantos justo el primer día cuando, con 20 partidas simultáneas, varios jugadores me colaron palabros que no figuran en el diccionario de la RAE, que tendría que ser, en principio, el ‘juez’ que define si los términos son aceptados o no, pero no es así. Según figura en la propia aplicación, “los diccionarios para cada idioma se basan en los diccionarios abiertos y se completan con palabras que nuestro equipo de desarrollo decide que mejorarán el juego”. Espero que, al menos, los jugadores sepan que juegan con palabros que no existen en la realidad y no los utilicen en su vida cotidiana.
En este sentido de deformación del lenguaje por la vía de la tecnología, varios amigos y un familiar dedicados a la docencia me cuentan que en las redacciones, trabajos textuales, deberes, exámenes e, incluso, en las intervenciones orales, muchos de sus alumnos hablan y escriben palabras tal y como lo hacen en sus muros de Facebook, SMS, tweets y emails en general, bajo el principio de la economicidad de caracteres y tiempo. Es lo de “ke” en lugar de “que”, “tien” por “tiene” o “salu2” cuando pretenden que se lea “saludos” (eso si tienen la cortesía de saludar…).
Son los mismos que, según algunos científicos, están determinado que las generaciones humanas futuras presenten unos pulgares de longitud algo mayor que la media que tienen los nuestros. Ese crecimiento viene motivado porque los estiramos continuamente para llegar a las teclas de las pantallas táctiles y manejar los mandos de las consolas. La genética, responsable de que nuestro cuerpo se adapte a las necesidades y hábitos de cada era, se ocupará del resto.
Quién sabe si algún transformador del lenguaje actual por la vía tecnológica o, quizá, un desarrollador de Apalabrados llegará a sentarse en los sillones de la RAE. En su misión de fijar, limpiar y dar esplendor a nuestro tesoro que es el español, a sus aportaciones las llamará enriquecer el idioma. Y el resto de compis le darán el OK con sus pulgares bien largos.
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