Vaya por delante la evidencia de que nadie nos pone una pistola en el pecho para que abramos una cuenta en Gmail, que formemos parte del noventa y pico por ciento que utiliza su buscador, que usemos un smartphone, tablet u ordenador basado en Android o que aprovechemos las fantásticas ventajas de Google+, Maps, Earth y resto de innumerables propuestas que la gran Google pone a nuestra disposición. De hecho, es digno reconocer que esta compañía ha cambiado la vida de las últimas generaciones, en términos generales, para bien. Y casi siempre gratis. También es una de las empresas donde desde el más Vicentito de la clase hasta el revoltoso compulsivo aspira a trabajar, por aquello de, leyenda urbana o no, lo del horario libre, los buenos sueldos, el libertinaje en la indumentaria, etcétera.
Dicho esto, la “intachable” Google comete muchos errores, pero si uno se fija no trascienden periodística ni socialmente tanto como los de cualquier otra compañía. Microsoft –y a veces Apple- aún se pregunta por qué cuando un producto suyo falla o no agrada tanto como suponía, miles de legiones de lobos feroces se lanzan sobre ella al olor de la sangre.
En enero de este año, Gmail se cayó; esta vez el batacazo fue importante. No solo las cuentas personales ni enviaban ni recibían mensajes (no pasa nada, repetimos que nadie está obligado a usar Gmail), pero si las cuentas empresariales también se ven afectadas, el prisma cambia. A mediados del mes pasado, Google Talk y Hangouts también estuvieron interrumpidos durante un tiempo, con un evidente perjuicio para sus cientos de millones de usuarios. Con otros servicios también ha habido suspensiones temporales varias. Sinceramente, son minucias anecdóticas perfectamente comprensibles.
Una de sus últimas propuestas en el apartado hardware se llama Chromecast. Es un pequeño dispositivo con forma de pendrive que lo conectas al puerto HDMI de tu tele y puedes ver en ésta lo que tengas en la pantalla del smartphone o tablet asociado al primero. Sin duda, una fantástica idea, y que funciona muy bien, pero es que, nos retractamos, no puedes ver en pantalla grande todo lo que tengas en tu móvil/tablet. Solo determinados servicios que son, curiosamente, propiedad de Google, además de otros de diferentes empresas que oportunamente vayan pasando por caja. Decepción al canto. Dicho esto, sólo cuesta 35 euros…
Glass sí, Glass no…
Pero llegamos al complicado asunto de sus Google Glass. Mira que le han llovido críticas desde que se conocieron detalles del proyecto. A modo de resumen, es un gadget con forma de gafas que muestra a tus ojos –y sólo a ellos- datos sobre lo que te rodea en plan realidad aumentada y permite hacer búsquedas de información, navegar por Internet o hacer vídeos y fotos. Además, obedecen a comandos de voz. La propuesta es tan interesante como revolucionaria, pero las citadas críticas residen en que se tocan aspectos tan sensibles como la privacidad. El quid es que las Glass permiten hacer casi lo mismo que te ofrece un smartphone, pero mientras que el resto del orbe puede advertir que estás usando un móvil con sólo mirarte… ¿estarías tranquilo si en un baño público el que orina a tu lado lleva unas Glass y, de repente, te echa una mirada en sentido descendente? De hecho, el propio Congreso de EEUU remitió a Google una serie de preguntas en este sentido.
Algunos establecimientos de aquel país prohíben la entrada a personas que las lleven puestas, pero fuentes de Google comentan con sorna que "quedarte de pie en la esquina de una habitación mirando fijamente a la gente mientras las grabas con Glass no te va a hacer ganar ningún amigo". Por otra parte, Google también ha confirmado que sus criaturas con forma de gafas no son aptas para todo el mundo y podrían causar problemas de visión, dolores de cabeza y estrés de ojos.
Diversos aspectos demuestran que se trata de un producto con importantes inconvenientes de cara a sus potenciales usuarios. El hecho de empezar su venta (15 de abril, 1.080 euros al cambio) exclusivamente en EEUU, sólo para determinados ciudadanos, sin informar sobre cuándo se pondrán a la venta de manera universal y con muchas dudas alrededor, no genera buena imagen. Lo que nadie le reprochaba a Google, el pecado de la prepotencia, comienza a asomar. Decepcionante. Pero ya se sabe, nadie nos obliga a llevar esas gafas.
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