No viajamos en burro, sino en coche. Y lo hacemos por caminos asfaltados, no por pistas forestales. Cada vez usamos más el correo electrónico y menos los buzones a pie de calle. Hace años que no tocamos un carrete fotográfico y redactamos textos en ordenadores, no en máquinas de escribir.
No construimos renglones con pluma, sino con lápiz o bolígrafo. Y cada vez leemos menos periódicos en papel y más en Internet, que iluminamos con bombillas, no con velas.
La fregona ya llevaba unos años entre nosotros pero mi abuela tenía atravesado ese invento del diablo. "Si no se friega de rodillas, el suelo no queda bien", decía.
El hombre ha llegado donde está gracias al conocimiento, a su manera de utilizarlo para mejorar su vida. Y le ha preocupado siempre conservarlo para que quienes vengan detrás puedan seguir haciendo girar el mundo. Somos la consecuencia de quienes nos precedieron, la esperanza de quienes vendrán.
Siempre ha sido una obsesión poner a disposición de los demás esos pensamientos, cautivos en la sesera de genios irrepetibles, para seguir hacia adelante. Para mejorar. Pensamientos que primero se cincelaron en piedra, luego mancharon pergaminos y posteriormente se editaron en libros. Ahora electrónicos.
No deja de ser curioso el desprecio con el que algunos tratan esta nueva forma de leer que tantas satisfacciones aporta si se sabe utilizar. Un libro electrónico puede albergar varias veces la biblioteca de Alejandría. Para buscar un tomo no hay que caminar por pasillos interminables. Cuando se duda de una palabra, un diccionario automático nos explica su significado al instante, y se pueden compartir su contenido en redes sociales para que el alcance de la cultura, del conocimiento, sea mayor, más universal.
Me causan cierta hilaridad, eso sí, las hordas gafapasteras de barbas perfiladas, diríanse de velcro, que se alimentan del rechazo a lo nuevo. Que suben cuestas empujando bicicletas sin cambios porque da más prestancia que subirlas dando pedales, usando platos y piñones.
Es cierto que es algo abrumador. Tan abrumador como lo era hace años ver el corazón de un muerto latir vivo en otro pecho. Bendita tecnología. Gracias a Dios, las nuevas generaciones, que son quienes tienen ahora el testigo evolutivo, tienen normalizado el libro electrónico, Internet, las pantallas táctiles. De hecho, ya estudian con libros digitales.
Me causan cierta hilaridad, eso sí, las hordas gafapasteras de barbas perfiladas, diríanse de velcro, que se alimentan del rechazo a lo nuevo. Que suben cuestas empujando bicicletas sin cambios porque da más prestancia que subirlas dando pedales, usando platos y piñones.
"Prefiero pasar páginas, el olor del papel viejo y disfrutar de una estantería llena de libros. No es lo mismo leer en un eBook", dicen. Cómo explicarles que La Isla del Tesoro no cambia por que se muestre en uno u otro formato. Cómo hacerles entender que los olores y sensaciones son más intensos y reales cuando se cuentan en renglones, y que da igual que sean de tinta o digitales.
Decía un buen amigo que su abuela se acicalaba como un domingo de misa cuando encendía la televisión para ver las noticias. "No quiero que me vea con estos pelos el presentador", le aseguraba a su nieto. No comprendía la tecnología, pero la respetaba.
Si hablamos de romanticismo, me confieso culpable, claro. En mi casa hay muchos libros en papel. Si reposo en el sofá de casa, emplato alguno encuadernado y lo paladeo con gusto. Si estoy en la cama, le pongo los cuernos con el libro electrónico, por aquello de que no hay obligación de encender luces que despierten a quien da sentido y aroma a mis sábanas.
Decía un buen amigo que su abuela se acicalaba como un domingo de misa cuando encendía la televisión para ver las noticias. "No quiero que me vea con estos pelos el presentador", le aseguraba a su nieto.
No comprendía la tecnología, pero la respetaba.
Lo mismo que el octogenario que me encontré hace unos días leyendo un eBook en un parque. Sí, octogenario, oyen bien. Y sí, un eBook. "Yo, que soy de leer, valoro mucho poder agrandar la letra y llevar tantos libros en tan poco espacio", reconocía desde su silla de ruedas.
Sigan acudiendo a barberías de otro siglo, de sillas rotatorias y brazos acolchados, de navajas afiladas. A mí me encanta disfrutarlas, pero desde el escaparate. Prefiero afeitarme con una maquinilla eléctrica. Y para leer, siempre elegiré lo que más enriquezca y aporte, lo que me resulte más cómodo en cada momento. No es bueno ponerse límites.
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