El humor es un arma subversiva. Lo sabía Chaplin cuando estrenó 'El gran dictador'. Lo hizo Ernst Lubitsch con 'Ser o no ser'. Insistió Roberto Benigni con 'La vida es bella'. ¿Y quién no ha esbozado una sonrisa con los 'Malditos bastardos' de Quentin Tarantino?
En todos esos filmes, una de las tragedias más desmoralizantes de nuestra historia -el nazismo y su terrible consecuencia final, el Holocausto- era el punto de partida para la chanza y la sátira. En 'Ha vuelto', uno de los dictadores más sanguinarios de la historia se convertía en protagonista de su propia película, en la que defendía con vehemencia sus postulados nazis en un país multicultural y tolerante. Nadie pensaría, sin embargo, que lo que el director judío David Wnendt pretendía con su ácida cinta era reírse de las víctimas que Hitler dejó por el camino. Con sus disparatadas declaraciones, el dictador se convertía en una estrella mediática cuyo mayor mérito era ocupar zappings. Se convertía, al fin y al cabo, en un chiste andante sobre cuya ridiculez volvían a reflexionar los alemanes.
Nadie pensaría que lo que el director judío David Wnendt pretendía con 'Ha vuelto' era reírse de las víctimas de Hitler. El dictador se convertía en un chiste andante sobre cuya ridiculez volvían a reflexionar los alemanes
A su modo -y salvando las distancias para evitar falacias de Godwin-, el vasco Borja Cobeaga podría emular lo hecho por estos directores en un territorio que los españoles conocemos mucho mejor. Netflix ha decidido meterse con él en las aguas pantanosas de la sátira para la producción de 'Fe de etarras', la segunda película original de la compañía de streaming en nuestro país tras '7 años'. Y ha dado el paso consciente de que hacer chistes con ETA puede cerrar, pero también abrir heridas; poner bajo el foco asuntos sobre los que merece reflexionar, pero también hurgar en la llaga; o echar una losa más -en lugar de quitar hierro- sobre una tragedia con la que una parte de la sociedad puede creer todavía que no procede bromear.
Cobeaga ya demostró junto a Diego San José que los españoles querían reírse de los absurdos del nacionalismo con la célebre 'Ocho apellidos vascos'. Ahora, ambos -él como director, San José como guionista- vuelven a desafiar el sentido del humor de todo un país con la historia de un comando de ETA que espera instrucciones de su cabecilla en un piso franco... pero en circunstancias muy particulares. Es el verano de 2010 y los terroristas tienen que mantener el tipo del buen gudari en pleno Mundial de Sudáfrica. Los atrincherados, encarnados por Javier Cámara, Julián López, Miren Ibarguren y Gorka Otxoa, tendrán que convivir con la frustración de los vivas, los cánticos y las vuvuzelas. Una situación rídicula que se aborda con la acidez propia de la comedia negra.
El lanzamiento de un breve teaser de 30 segundos por parte de Netflix abrió esta semana la caja de los truenos en las redes sociales. Algunos celebraban el próximo estreno mientras otros proferían comentarios iracundos contra la productora estadounidense por hacer humor con un tema tan delicado como el terrorismo de ETA. No hay más que pasearse por los comentarios de YouTube o las réplicas de Twitter para hacerse una idea. Se abría, una vez más, el peliagudo debate sobre los límites del humor. ¿Está la sociedad española preparada para hacer chistes con una banda terrorista que asesinó a más de 800 personas?
En 'Fe de etarras', un comando tiene que mantener el tipo del buen 'gudari' mientras convive con la frustración de los vivas, los cánticos y las vuvuzelas del Mundial de Sudáfrica
Aunque las opiniones difieren, varios expertos defienden en conversación con Vozpópuli que la clave para acertar con este tipo de comedias es utilizarlas como una herramienta de análisis. "El humor es un tema muy personal, hay mucha variedad de gustos y protestas siempre va a haber. El problema no es el humor en sí, sino que éste sirva para reflexionar y criticar. Si es así, la gente al final lo aceptará. Si se trata de un humor que no respeta a las víctimas, no lo hará", defiende Santiago de Pablo, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU y autor de 'Creadores de sombras' (Tecnos, 2017), un estudio sobre el tratamiento de la historia de ETA en el cine.
"Si se pone el acento en un piso franco y en desmitificar y reírse de, y no con, sí que puede ser una propuesta positiva", sostiene De Pablo. Con él coincide Valeria Camporesi, docente de Historia del Cine en la Universidad Autónoma de Madrid. "Lo que hay que juzgar es si una película representa una aportación inteligente o analítica a los fenómenos, ya sea con humor, sin humor, dramatizando o desdramatizando, como ocurrió en el caso de 'La vida es bella', que en su momento generó una polémica sobre si se podía hacer un tratamiento cómico de algunos aspectos del Holocausto. En ese caso, se concluyó que, en el momento en el que una película es coherente y presenta un acercamiento inteligente al fenómeno, tiene dignidad", explica. En lo que "nunca" se debería caer, según la historiadora, es en hacer humor para "contribuir a la confusión".
Desde el punto de vista del humorista, la cuestión parece más sencilla. ¿Si los españoles llevan décadas haciendo chistes de ETA, por qué poner tantas pegas a una comedia sobre el tema? Así lo defiende Darío Adanti, historietista y cofundador de 'Mongolia'. "La sociedad española está preparadísima. De hecho, el humor negro con los dramas que nos pasan a diario es un clásico. Estados Unidos tiene cosas buenísimas, pero se nos ha pegado esa corrección política que no era nada española. Yo llegué a España en el 96 y ya se contaban chistes sobre ETA", defiende el dibujante, argentino de nacimiento.
Adanti aporta otro argumento para ironizar ante la tragedia: la necesidad de desactivar el miedo. "Con el atentado en Las Ramblas se demostró que teníamos unas ganas locas de desacralizar el miedo al terror con los chistes sobre 'El Cordobés'. EITB, con 'Vaya semanita', ya había empezado a hacer bromas con ETA hace muchísimo tiempo. Tú no puedes evitar que haya un grupo terrorista, pero vivir con miedo no tiene ningún sentido y una forma de desactivarlo es con la risa".
Cuando Berlanga hizo 'El verdugo', Franco estaba matando a gente con el garrote vil y nadie se lo tomó como una falta de respeto a los muertos: se lo tomaron como una ironía. Hay cosas que son tan serias que hace falta quitarles peso"
¿Se protesta más o menos ahora cuando surgen proyectos de este corte? Camporesi recuerda que, en la historia del cine, la presión de la censura siempre ha sido determinante. "Últimamente se están creando debates muy encendidos que van un poco en contra de la posibilidad de que se puedan analizar determinados fenómenos", explica, recordando la importancia que tiene el carácter analítico del séptimo arte. Adanti va más allá: habla de "vocación prohibicionista". "Cuando Berlanga hizo 'El verdugo', Franco estaba matando a gente con el garrote vil y nadie se lo tomó como una falta de respeto a los muertos: se lo tomaron como una ironía. Hay cosas que son tan serias que hace falta quitarles peso", sostiene, convencido de que la intención de Cobeaga y su equipo no es la de frivolizar.
Que la mordacidad de 'Fe de etarras' sea más o menos acertada es otra cuestión que juzgará la audiencia. Precedentes como 'Cómo levantar mil kilos' generaron controversia en su momento. Su posible éxito, sin embargo, no se basaba sólo en el fondo, sino también en la forma. Para De Pablo, esta comedia fue "un fracaso absoluto" no sólo porque la sociedad no estuviera preparada para ella... sino porque la película "no era buena". No sólo hay que atreverse a tocar el tema: también hay que hacerlo bien. Por eso, la segunda cinta original de Netflix en nuestro país camina sobre una línea muy fina: puede convertirse en una digna sucesora de la comedia más taquillera de la historia de España o tocar la tecla equivocada ofendiendo al espectador nacional.
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