Televisión

Hollywood se apodera de 'Juego de Tronos'

Lo facilón, el 'fan service' y cierta previsibilidad han inundado muchas escenas de la última entrega de la séptima temporada de la serie de fantasía. La superproducción de la HBO es una bestia indiscutible en lo referente al espectáculo... aunque, por desgracia, ha perdido gran parte de esa capacidad sorpresiva que la hacía única.

Ya lo dijo Ned Stark a su hermano Benjen: nada de lo que se diga antes de la palabra "pero" tiene valor alguno. Podemos alabar a alguien, citar todos los pros de un determinado asunto o mostrarnos parcialmente a favor de una determinada tesis; pero, a la postre, lo que vamos a resaltar son los defectos, los contras, las reservas. Nos excusamos, en definitiva, antes de verbalizar algo desagradable, algo que tememos expresar por miedo a ser demasiado contundentes. Demasiado ingratos. 

La teoría del honorable Señor de Invernalia podría aplicarse a la propia evolución de 'Juego de Tronos', una serie que continúa siendo una de las grandes producciones de su tiempo, capaz de amasar hordas de seguidores y de ofrecernos un tremendo espectáculo. Una creación multimillonaria levantada por grandes talentos y de innegable calidad. Pero en la que, por desgracia, se ha perdido profundidad; en la que los acontecimientos ya no resultan orgánicos, sino impostados; y en la que una narración que antaño resultaba ingeniosa y original ha acabado viéndose aplastada por la pesada losa de las teorías de un fandom al que, parece, se intenta complacer a toda costa.

**Atención: a partir de aquí hay spoilers**

La temporada más breve de la serie puso este lunes punto final a la que es ya la penúltima entrega de la historia fantástica adaptada por David Benioff y D. B. Weiss. La finale a cargo de Jeremy Podeswa se ha convertido en el capítulo más largo de la serie -con 81 minutos de duración- y, como buen broche narrativo, ha cerrado numerosos arcos y marcado las líneas de la siguiente temporada -un nuevo heredero al Trono de Hierro, un frente norte en el que los acontecimientos se precipitan, una Cersei que se atrinchera-. 

Cersei Lannister (Lena Heady) y su hermano Jaime (Nikolaj Coster-Waldau) en la finale de la séptima temporada.

Pero también ha dejado un regusto amargo por sus resoluciones facilonas, golpes de efecto predecibles y romance hollywoodiense, defectos que sólo se han visto compensados por lo que mejor sigue sabiendo hacer la producción de la HBO: ofrecernos un espectáculo de fantasía sin parangón y aderezarlo con algunos grandes diálogos que han sido el contrapeso de complejidad frente a las luces estroboscópicas.

Toda una temporada, no obstante, no puede considerarse salvada por varios diálogos potentes y un puñado de escenas con un impacto emocional verdaderamente trabajado -como el conflicto entre los hermanos Lannister, la lucha de Daenerys y sus consejeros porque ésta no acabe siguiendo los pasos del Rey Loco o los reencuentros Stark-. El shock value característico de 'Juego de Tronos' nunca fue solo eso: hilaba con conflictos de largo recorrido y con personajes con múltiples aristas. Ahora, el impacto se ha perdido porque esta esencia se ha apartado en beneficio del desenlace facilón. 

El 'shock value' característico de 'Juego de Tronos' nunca fue solo eso: hilaba con conflictos de largo recorrido y con personajes con múltiples aristas. Esta esencia se ha apartado en beneficio del desenlace facilón

'El dragón y el lobo' ha tenido muchas virtudes, entre ellas, saber desenmarañar varios agujeros de guion de forma coherente. Ha sabido poner fin, entre otras cosas, a la disparatada trama del zombie en Desembarco del Rey, al artificioso conflicto tejido entre Sansa y Arya Stark y a la incomprensible vuelta atrás de Jaime Lannister, acontecimientos cuya verosimilitud se ha visto sólo salvada por las interpretaciones del reparto. ¿Quién se creería la involución y vuelta a empezar de Jaime si no fuese por Nikolaj Coster-Waldau? ¿Hasta dónde nos parecería lógico que Cersei pudiese tener algún deseo de quedarse embarazada si no fuese por la maravillosa Lena Heady?

¿Quién se creería la involución y vuelta a empezar de Jaime si no fuese por Nikolaj Coster-Waldau? ¿Hasta dónde nos parecerían lógicos los deseos de Cersei si no fuese por la maravillosa Lena Heady?

Sorpresa agradable ha sido el nuevo renacer de Theon Greyjoy, un alma en pena interpretada por el infravalorado Alfie Allen que, tras despojarse de todos sus miedos y ayudado por el perdón de su hermano, ha vuelto a demostrar que es un personaje redondo. Otro arco que ha brillado es el del propio Tyrion Lannister (Peter Dinklage), semi-oculto en la anterior temporada, que no ha caído completamente en el buenismo de los Jons y las Daenerys, regalándonos todo lo que hace interesante a un personaje real: errores, dudas, incertidumbres y un estupendo diálogo con su hermana mayor, ante la que se presenta con la certeza de que podría salir sin cabeza. Porque lo que está muerto no puede morir, y si no, que se lo pregunten a Sansa (Sophie Turner) y su esperadísima revancha contra Meñique (Aidan Gillen), al que, como buena pupila, ha superado en astucia.

Adiós, tragedia; hola, Jonerys

Quizá el punto más controvertido de este último episodio, que aplasta la esencia del material original, es la decisión de caer en brazos del Jonerys. Temido por unos y adorado por otros, el romance entre Jon Snow y Daenerys Targaryen se ha convertido en el tópico de la temporada, en la forma más facilona de establecer una alianza entre ambos personajes y, en definitiva, en el giro argumental más obvio de la historia de 'Juego de Tronos'.

Muchos argüirán que ya era hora de que algunos de los personajes preferidos del público conozcan la dicha, o que en una saga llamada 'Canción de hielo y fuego' no hay mejores representaciones de ambos extremos que Jon y Daenerys. Puntos válidos que, sin embargo, chocan con la certeza de que el guion parece haber salido de comentarios de barra de bar, con una falta de originalidad que debería sonrojar a Benioff y Weiss.

Temido por unos y adorado por otros, el romance entre Jon Snow y Daenerys Targaryen se ha convertido en el tópico de la temporada, en la forma más facilona de establecer una alianza entre ambos personajes

No se trata de negar evidencias. En 'Juego de Tronos' tenía que producirse un enfrentamiento entre los hermanos Lannister, era perentorio que se vengase la memoria de los Stark traicionados, muchos reencuentros resultaban lógicos y el encuentro entre el hielo y el fuego iba a ser ineludible. También era obvio, tanto en la serie como en las propias novelas, que los días del Muro estaban contados. La verdadera guerra -la que se librará entre la vida y la muerte- iba a llegar. Y esto es, al fin y al cabo, una fantasía. No todo podían ser intrigas políticas.

Pero -volvemos al inicio- en una ficción de esta envergadura no se pueden permitir salidas fáciles ni inconsistencias que ponen en suspenso la credibilidad. Algunos de los momentos presenciados en este capítulo reafirman que ésta ha sido la temporada de las oportunidades perdidas. De la oportunidad de mostrar a Cersei la verdadera amenaza de forma orgánica -quizá en el campo de batalla-, sin celebrar una cumbre a la que difícilmente habría accedido si de verdad hubiese caído presa de la locura. De hacer caer a Meñique de una forma menos obvia, impropia de él pese a su amor por la hija de Catelyn Stark. De enfrentar de un modo realista al Rey de la Noche con Jon Snow -¿de verdad hay algún asomo de verosimilitud en la escena de la isleta?-. Y de descubrirnos, de paso, la verdadera identidad del bastardo norteño con un gusto similar al de la revelación inicial de su origen.

Ejemplo ideal es, por eso, la torpe conversación entre Bran y Sam, en la que se renuncia a la elegancia a la hora de resolver un misterio que cientos de fans daban por hecho. Un diálogo obvio, directo y simplón, que -con todas las reservas- parece haber sido escrito por principiantes, denosta la capacidad narrativa de las visiones del joven Stark y parece enviar un mensaje al espectador: "¿Qué más da cómo lo hagamos, si os va a gustar igual?" 

Bran Stark (Isaac Hempstead-Wright), antes de revelar a Sam Tarly (John Bradley-West) lo que sabe del origen de Jon Snow.

La vagancia llega hasta el punto de caracterizar a Rhaegar Targaryen prácticamente como a su hermano Viserys, una muestra del gusto por lo facilón en el que se recrea una ficción que parece que ya no necesita cuidar los guiones para triunfar. Un detalle que, aún así, sigue contrastando con la belleza de las localizaciones escogidas por el equipo de producción, el cuidado por la fotografía, que ha brillado durante toda la temporada -en este episodio, la mano tras el primer copo de nieve en el sur ha sido de Gregory Middleton-, y la estupenda banda sonora de Ramin Djawadi.

Por desgracia, a esta séptima entrega le han sobrado los peros: ha estado repleta de inconsistencias temporales y espaciales -más allá de las necesarias elipsis-, personajes a los que se despoja de profundidad, salvaciones milagrosas, 'escuadrones suicidas' exclusivamente destinados al aplauso fácil y, en fin, todo un cúmulo de decisiones gratuitas e incoherencias que los productores han intentado cubrir con fuego, sangre y un abultado presupuesto que ha hecho que 'Juego de Tronos' siga dominando el podio de la espectacularidad, con un trabajo técnico casi siempre impecable. Pero -de nuevo- eso no fue lo que enganchó a millones de personas a esta historia. En la octava y última temporada, ¿nos tendremos que conformar con otra superproducción de Hollywood?

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