Fue uno de esos momentos televisivos que anidarán para siempre en las retinas de millones de españoles. Ocurrió este martes por la noche en Televisión Española. En el segundo programa de la novena edición de Masterchef era expulsado José María, al que no le salió bien el cocinado de un pollo pero que volvió a ser un ejemplo de superación y de calidad humana. Su caso, ya contado aquí en tiempo y forma por la compañera Beatriz Téllez de Meneses, explica por qué este talent show no sólo sigue arrasando sino que también continuará en esa línea unos cuantos años más.
No descubrimos secreto alguno al afirmar que Masterchef es uno de los mejores productos televisivos que pueden degustarse en España. Pero además historias como las del eliminado de esta semana enriquecen el formato. El secreto no está en que las vivencias del joven sean trágicas, que lo son y producen estupor, por cierto, sino la clave está en cómo trata el programa un asunto como este.
Unos cuantos meses atrás, con motivo de la final de la edición precedente, explicábamos aquí algunas claves por las que Masterchef triunfa. Hablábamos entre otras cosas de la identificación de los espectadores con los concursantes, del buen hacer de ese jurado eterno o de la importancia de un buen casting de participantes. Todo ello y más se aunaba en el caso del joven expulsado esta semana.
La historia de José María es terrible, pero no por ello el programa cayó en la tentación lacrimógena y, lo más importante, tampoco por ello el jurado incurrió en favoritismo alguno
El joven José María ha tenido muy mala suerte en su vida. En la primera gala del programa fue desgarrador escuchar de su propia boca que no conoce a su padre, que su madre es toxicómana, que perdió a su hermana o que la persona que le ha criado, su abuela, sufre ahora una enfermedad degenerativa. Terrible. Pero no por ello el programa cayó en la tentación lacrimógena y, lo más importante, tampoco por ello el jurado incurrió en favoritismo alguno.
En la prueba de eliminación José María fue el peor. Y, como consecuencia, fue expulsado. Así de sencillo, aunque no fuera fácil su adiós, claro. Jordi Cruz, Samantha Vallejo y Pepe Rodríguez actuaron con la justicia necesaria en un talent show como este. Esto no es baladí, ni mucho menos, en estos tiempos televisivos donde la espectacularización y el amarillismo son tan habituales a la hora de contar las vivencias de determinados personajes, sean tan conocidos como Rocío Carrasco o tan desconocidos como los participantes en todos esos realitys infumables.
Despellejar y triturar a los seres televisivos está de moda pero no es obligatorio. Muchos de ellos disfrutan con ese trato indigno que reciben porque a cambio llenan sus cuentas corrientes. Y la dignidad, que no puede comprarse, está en las personas como este José María
El programa de TVE nos demostraba este martes, en suma, que es posible emocionar y seducir a los espectadores -conquistarlos, al cabo- sin necesidad de utilizar a los personajes como si fueran carnaza. Despellejar y triturar a los seres televisivos está de moda pero no es obligatorio. Muchos de ellos disfrutan con ese trato indigno que reciben porque a cambio llenan sus cuentas corrientes. La dignidad, que no puede comprarse, está en las personas como este José María. No se hará rico y famoso. Y no será un instagramer que encandile a miles de seguidores. Pero será siempre un tipo íntegro. No porque haya sufrido, sino por cómo se comporta. Ojalá más personas así fueran las protagonistas de la tele.
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