Huelga decir que la erupción de un volcán, aunque solo sea por lo extraordinaria que resulta, es un caramelo televisivamente hablando. Las cámaras enfocan momentos apocalípticos casi inéditos en España. Un abanico de posibilidades periodísticas para ofrecer esas imágenes que son también historia. De todas esas opciones, no me negarán que la más lamentable está siendo ver a algunos periodistas que recuerdan a Frodo subiendo los últimos tramos del Monte del Destino, en el corazón de Mordor, lugar imaginario e inolvidable de El Señor de los Anillos.
Sobran ejemplos. El caso más llamativo es el de Pedro Piqueras, que estaba cerca de la lava cuando algunos trozos de esa masa informe de fuego, roca y ceniza se desprendieron y cayeron cerca del intrépido presentador de Informativos Telecinco. Un reportero de Cuatro, casi podía palparse el calor en su rostro, informó junto a la colada que arrasa todo a su paso. Susanna Griso también apareció a pocos metros del mortífero reguero que estos días copa los contenidos televisivos. Carlos Franganillo fue inmortalizado huyendo del fuego. Y un largo etcétera.
Todo suena muy épico, claro, pero no por ello deja de ser un sinsentido. No era necesario este circo periodístico. Entre otras cosas porque las imágenes de este volcán en erupción -esas sí históricas, eso es innegable- constituyen ya un material informativo bastante impactante. Al igual que los testimonios de todas esas personas que están asistiendo a la lenta destrucción de sus hogares. Sin embargo, casi todas las cadenas han enviado allí a sus primeras espadas para que lo cuenten de cerca. ¿Por qué este castigo?
Existe una suerte de consenso en el mundo televisivo sobre la necesidad de que los presentadores de noticiarios tengan que desplazarse hasta el lugar de los hechos en momentos de suma trascendencia. Esto, si se mira fríamente, resulta bastante discutible
Existe una suerte de consenso en el mundo televisivo sobre la necesidad de que los presentadores de noticiarios tengan que desplazarse hasta el lugar de los hechos en momentos de suma trascendencia. Esto, si se mira fríamente, resulta bastante discutible, porque si se celebran las elecciones en Estados Unidos, por poner un ejemplo habitual, los espectadores no necesitan para nada que Ana Blanco lo cuente desde Washington. Como tampoco necesitan ahora que los citados Piqueras o Franganillo o Silvia Intxaurrondo lo cuenten desde La Palma. Para eso están los corresponsales o, en su defecto, los enviados especiales. No se puede poner en duda que lo mejor para una cobertura informativa es tener a periodistas sobre el terreno. Lo dudoso es que tengan que ir allí precisamente los presentadores.
¿Por qué los bustos parlantes de los telediarios tienen que salir del plató como enviados a estas coberturas televisivas? ¿No es suficiente con que otros periodistas de la cadena estén allí y conecten en directo para contar sobre el terreno sus sensaciones? ¿Qué aportan en realidad Griso, Piqueras, Franganillo, Intxaurrondo o cualquier otro presentador con su presencia en La Palma? ¿Acaso padecen supuestos peligros por estar más cerca del volcán y ello hace mejores sus trabajos periodísticos? ¿Son realmente necesarios los numeritos junto a las coladas de lava?
Todas esas preguntas conducen a una única respuesta: el tiempo absurdo en que vivimos. Porque solo en esta época de la búsqueda perpetua del like, la primacía del selfie y los egos averiados puede creerse, entenderse o defenderse que los espectadores necesiten ver a esos rostros célebres jugándose el tipo -es un decir- junto a la lava. Estamos, en el fondo, ante el mismo mecanismo mental por el que cuando hay una nevada algunos periodistas tengan que aparecer como muñecos de nieve. Algunos, que debemos ser muy antiguos, todavía creemos que los periodistas no son ni deben ser la noticia. Ni en La Palma ni en Mordor.
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