Política

El triste y solitario final de la 'lideresa' que quiso reinar

A la tercera, dimisión. Aguirre representó una era en el PP. Su final ha sido abrupto y triste. Envuelta en el escándalo, rechazada por muchos de los suyos, ha tenido que tirar la toalla. El último respiro político de la última liberal del PP.

A la tercera, finalmente, fue la vencida. Esperanza Aguirre, 65 años, tres décadas en primera línea de la política, abandona de nuevo un cargo forzada por las circunstancias. Un final aciago, quejumbroso para una trayectoria brillante, vencedora, arrolladora y popular. "La gente me quiere", solía decir cuando paseaba por las calles en actos públicos. Era cierto. Castiza y noble, nieta de conde y condesa consorte, Aguirre se escaba de l cliché de lo establecido en nuestra fauna política nacional. 

Ministra de Cultura en el primer Gobierno de José María Aznar, presidenta del Senado y, finalmente, en 2003, saltó a la presidencia de la Comunidad en un trance polémico y ruidoso conocido como 'el tamayazo', en el que, súbitamente, dos diputados socialistas optaron por pasarse 'al enemigo'. Dos mayorías le revalidaron en ese puesto hasta que en 2012 se produjo su primera renuncia a 'la primera línea de la política'.

Le gustaba escuchar lo de la 'Thatcher española', todo genio y carácter, firme y ambiciosa. Quizás ella hubiera preferido ser Churchill. En cualquier caso, su ambición se orientaba hacia el vértice, a las alturas, al sillón de la presidencia del Gobierno, al que no logró llegar. Protagonizó un intento frustrado, en el convulso congreso de Valencia de 2008, cuando un Mariano Rajoy herido tras su segundo tropezón electoral, ofrecía sígnos de debilidad. Amagó y no dio. Aguirre, espoleada por algunos compañeros y algunos medios, pensó en dar el paso al frente, presentar batalla al líder herido. No lo hizo. Arenas y Camps rodearon el presidente y le relanzaron en la cúspide de la formación. 

Desde entonces, sus relaciones con la cúpula del PP han atravesado por todo tipo de tormentas, enfrentamientos, tironeos y hasta guerras. Rajoy apreciaba su valía pero no le apreciaba demasiado. Pero Aguirre conseguía mayorías absolutas, ese salvoconducto para cualquier político que le permite mantenerse en el puesto, que le blinda de los ataques y la asechanzas. 

Turbulencias y dimisiones

Rajoy llegó a la Moncloa en 2011, con casi doce millones de votos a sus espaldas. Un año después, comenzó el declinar de la 'lideresa', envuelta enj sustos, líos, escándalos y sobresaltos. Desde entonces y hasta ahora, ha protagonizado dos dimsiones, por distintas razones y de distintos cargos. El 17 de septiembre de 2012 lo hizo como presidenta de la Comunidad de Madrid, en un paso que produjo por entonces enormes sorpesas. Dejó el puesto a Ignacio González, ahora detenido por la 'operación Lezo'. Aguirre habló entonces de "una enfernedad seria" y el deseo de "estar más cerca de los míos" a la hora de explicar su sorprendente decisión. 

Menos sorpresa produjo su anuncio de que abandonaba la presidencia del PP de Madrid, en febrero de 2016, ya que or entonces ya había estallado el caso Púnica, había sido detenido Francisco Granados, otro de sus más estrechos colaboradores, y en la dirección de Génova ansiaban su salida para afrontar un renovación produnda de las estructuras regionales. Aguirre quedó en el Ayuntamiento como jefe de lña bancada del PP, y la dirección del PP madrileño se le encomendó a una gestora con Cristina Cifuentes al frente.Un año después, en el congreso autonómico del PP, Cifuentes resultó confirmada en el puesto, luego de superar a un sólo precandidato en unas primarias primarias. 

Aguirre ha sido uno de los más importantes 'animales políticos' de la derecha en los últimso veinte años. Gestionó con eficacia su periodo al frente de la Comunidad de Madrid. Ahora se ha sabido que fueron tiempos de esplendor envueltos  la podredumbre y las trampas. El final de su carrera, penosamente, ha resultado penoso y triste. Asfixiada por los escándalos que proliferaban a su alrededor, pese a que ella reivindique, con razón, que nunca ha sido objeto de acusación o investigación judicial, ha tenido que irse por una puerta estrecha, pequeña y oscura. 

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