Imagine un mundo en el que unos científicos descubren una herramienta que revoluciona la investigación genética, pero en el que el lío por los derechos legales impiden su aplicación plena. Esto es lo que está sucediendo con la revolucionaria técnica de edición genética CRISPR-Cas9, según denuncian Jorge L. Contreras y Jacob S. Sherkow en un artículo de la revista Science publicado este jueves.
En términos generales, lo que denuncian los autores es que el modelo de patentes y dicen las legales elegido por las instituciones que hicieron los descubrimientos “podría crear rápidamente un cuello de botella en el uso de la tecnología CRISPR para descubrir y desarrollar potentes terapias en humanos”. Las instituciones a las que pertenecen sus creadores se apresuraron a crear empresas spin-off para sacar provecho del posible desarrollo de la técnica, que a su vez se atribuyen los derechos para ceder el uso de esa herramienta a terceros o limitarlo. Por muy grandes que aspiren a ser estas compañías subrogadas, la capacidad para investigar hasta en 20.000 genes humanos les desborda y están actuando como tapón para que otros equipos avancen en terrenos que no suelen ser rentables para las empresas privadas, como enfermedades raras o males endémicos de países pobres.
“Han cercenado en origen la innovación y desarrollo de ideas alternativas”
Para Lluís Montoliu, investigador del CNB-CSIC y uno de los pioneros en el uso de CRISPR en España, la clave está en la política de las grandes universidades/centros de investigación que hay detrás de las solicitudes de patentes genéricas de la técnica y su decisión de establecer licencias exclusivas con unas pocas empresas que tienen un tamaño limitado. “Para estas empresas”, explica a Next, “es imposible desarrollar todo aquello para lo cual han obtenido la licencia en exclusividad, de modo que han cercenado, en origen y probablemente de forma irreversible, la innovación y desarrollo de ideas alternativas o vías paralelas en otras empresas”.
En las principales licencias subrogadas para el uso de CRISPR que han revisado los autores del articulo en Science, la institución que mantiene la patente se ha reservado la exclusiva de utilizar el desarrollo de terapias basadas en CRISPR sobre cualquiera de los 20.000 genes que componen el genoma humano. “Dado que ninguna empresa sola sería capaz de desarrollar, probar y comercializar estas terapias”, escriben, “las empresas que reciben la licencia subrogada son autorizadas y se espera de ellas que pasen sus derechos a otras”. Esto crea una cadena de decisiones que, en opinión de Montoliu, va camino de bloquear la aparición de nuevos usos innovadores de estas herramientas.
“Algunas empresas han decidido no usar CRISPR por el complejo entramado de patentes y licencias en exclusiva”
“Me consta que diversas empresas que usan tecnologías de genómica funcional han decidido estratégicamente no usar CRISPR, por la indeterminación e inseguridad jurídica y por la imposibilidad de obtener acuerdos ventajosos con los propietarios iniciales de las patentes”, relata Montoliu, “y han optado por seguir usando técnicas tradicionales, cuyas patentes ya han caducado y son de dominio publico ahora”. Esto, a su juicio crea una situación “ridícula”, en la que empresas biotecnológicas, que deberían estar pugnando por desarrollar aplicaciones beneficiosas para la sociedad con las últimas herramientas conocidas para la edición génica (como las CRISPR) se ven forzadas a obviar su utilización ante el panorama aciago y el complejo entramado de patentes y licencias en exclusiva. “Unas licencias”, explica, “de las que no forman parte ni es previsible que logren formar parte (a no ser que acepten acuerdos leoninos poco atractivos para los inversores)”.
Para Javier de la Cueva, abogado especializado en Propiedad Intelectual y Nuevas Tecnologías, el asunto también tiene connotaciones éticas, en cuanto a que la cesión en exclusiva incidiría en el desarrollo de la ciencia y en la igualdad. “Imaginemos que el bisturí hubiera sido patentado y sólo se hubiera permitido a una minoría de cirujanos utilizarlo en exclusiva”, asegura. “Es evidente que se hubiera impedido el desarrollo de la cirugía y, además, se hubiera privilegiado a una minoría de la humanidad frente a la mayoría”. En su opinión, el modelo elegido para el desarrollo de CRISPR es un “mal paso” para universidades e instituciones públicas de investigación, “un paso que consiste en cerrar el conocimiento, alejándose así de su función de transferirlo a la sociedad, que es para lo que deben servir”.
“Imaginemos que el bisturí hubiera sido patentado y sólo se hubiera permitido a una minoría de cirujanos utilizarlo”
Los autores del articulo de Science urgen a las instituciones como la Universidad de California Berkeley o el MIT (poseedoras de estas patentes) a que reconsideren el uso que están haciendo de estas licencias y se pongan de acuerdo para cambiar de política y facilitar que otros actores puedan competir y desarrollar técnicas terapéuticas. “Es un problema muy gordo”, resume Montoliu, “y quienes tienen en su mano hacerlo deben recapacitar y revisar, en lo posible, los acuerdos otorgados alegremente de exclusividad de utilización de unas herramientas en los que es obvio que las empresas licenciatarias es imposible que puedan aportar soluciones para todos y cada uno de los genes, para todas y cada una de las enfermedades”. En este sentido, está seguro de que los tribunales tendrían algo que decir cuando se presenten las primeras reclamaciones por patentes excesivas, demasiado genéricas e inoperativas que limitan la libertad de acción de otras empresas del sector, y quizá rozan la competencia desleal.
Referencia: CRISPR, surrogate licensing, and scientific discovery (Science)