El Miguel de Cervantes que retrata Jordi Gracia en la biografía La conquista de la ironía no perdió el brazo por una herida de combate; ya se lo había arrancado mucho antes la modernidad que tiraba de él. Así es el hombre que el catedrático de literatura levanta en estas páginas: alguien que vivió fuera de su tiempo porque se dirigía al centro del nuestro; acaso uno que tuvo todas las vidas posibles: soldado, prisionero, recaudador, escritor; aquel que encontró la modernidad en la encrucijada de la ironía.
El Cervantes que llega al lector del siglo XXI en esta biografía es un "iluso escarmentado por la experiencia" y que no por ello pagó su desengaño con el tributo del rencor
El Cervantes que llega al lector del siglo XXI en esta biografía es un “iluso escarmentado por la experiencia” y que no por ello debió tributar su desengaño con el rencor. Escrita sin ficción ni fantasía, pero sí con la invención del novelista que dice no ser, Jordi Gracia revela a Cervantes como aquel que con su Quijote inventó la novela tal y como la conoceríamos, permitiéndonos con ella ser a la vez una cosa y su contrario: entrañables y patéticos, locos e ingeniosos.
Jordi Gracia arranca de la obra y la personalidad de Miguel de Cervantes los 400 años de polvo que nosotros mismos hemos arrojado con paladas de desconocimiento y desinterés. Pero quejas las justas, porque el Cervantes que revela Gracia no es un desvalido ni un incomprendido. Llegó al final de sus días convertido en un superventas. Con una primera edición de 1.500 ejemplares, el Quijote alcanzó una popularidad que incluso retrasó su reconocimiento del clásico que es hoy, asegura el crítico literario y una de las voces más respetadas de la historiografía cultural en España.
El Cervantes que combatió por igual en Lepanto y los escenarios; aquel cobrador del frac del Siglo de Oro; el mismo que, mosqueado con el éxito de Lope, lazó guantazo que devino en guerra…
Acaso el primero que reivindicó a la mujer cuatro siglos antes de que lo hicieran las sufragistas, que fue soldado a la vez que inagotable hombre de letras y que hizo hablar a dos perros cientos de años antes que Walt Disney, el Miguel de Cervantes de este libro se muestra simultáneo: el que combatió por igual en las batallas de Lepanto y las que libró sobre los escenarios con sus primeras obras; el que se ganó la vida recorriendo Andalucía como cobrador de impagos, a la manera de un cobrador del frac del Siglo de Oro; el mismo que, mosqueado por su reinado en el mercado teatral, criticó a Lope de Vega inaugurando con el guantazo del prólogo del Quijote la aspereza que devino en guerra…
Publicada esta semana por Taurus, La conquista de la ironía está escrita con el rigor y la lucidez con la que Jordi Gracia ha retratado a José Ortega y Gasset y Dionisio Ridruejo, pero insuflada además por la vitalidad e inteligencia que tiene su autor al hablar. Una risa de quien pule sus trastadas con la salida ingeniosa del humor; una voz rasposa de fumador; una forma de ser natural, de acercarse a lo complejo sin el tic de la petulancia, esa forma de meter tripa cuando de escribir se trata. Eso, o al menos un gradiente de ese Jordi Gracia, se revela lúcido y honesto en una entrevista elástica –debía durar 30 minutos y alcanzó la hora- en la que caben los cuatro siglos que Cervantes nos llevaba –y nos lleva aun- de ventaja.
"El humor y la ironía son condiciones de la modernidad que se expresa en la novela que está inventando sin saberlo: el Quijote"
-Dice usted que Cervantes es un iluso escarmentado por la experiencia, pero no un hombre ganado por el rencor. Cervantes fue muchas cosas: soldado, fugitivo, recaudador, dramaturgo, novelista ¿Cuántos hombres hay escarmentados en él?
-En Cervantes el escarmiento es la lección, por no por eso hay en él rencor. Lo que procura el escarmiento es una reeducación sobre sus propias convicciones. No son arrepentimientos, sino reevaluaciones que lo convierten en alguien más moderno, mucho más libre de los prejuicios en los que había crecido. Cervantes se postula como alguien con dogmas de fe muy firmes, el que defiende la fe católica y el imperio. Ese es el Cervantes de la juventud, el de Lepanto, el de las canciones en favor de la armada que ha de conquistar Inglaterra, el de La Galatea. El escarmiento no significa que abandone sus convicciones, sino que consigue otros modos de hacerlo. De ahí el humor y la ironía, que son condiciones de la modernidad expresada en la novela que él está inventando sin saberlo y que es, claro, el Quijote.
-Su punto de partida en este retrato es la ironía. ¿Qué es lo moderno en ella: acaso lo ambivalente, la existencia de una que verdad puede ser una cosa y su contrario?
-Cervantes usa la ironía para entender la naturaleza humana. El humor le permite reconocer que hay verdades simultáneas e irreconciliables, que uno puede ser ejemplar y conmovedor y a la vez patético e invisible. Somos las dos cosas, no una; todos tenemos a la vez comportamientos de Sancho y de Don Quijote, situaciones que existen paradójicamente. Nos conmueve la buena fe de Don Quijote y al mismo tiempo nos resulta patética su impotencia. Eso nos obliga a colocarnos en el juicio en el que nada es blanco o negro. Esa es una de las reeducaciones fundamentales de Cervantes.
"El humor le permite reconocer que hay verdades simultáneas e irreconciliables, que uno puede ser ejemplar y conmovedor y a la vez patético e invisible"
-Asegura que Cervantes llegó a ser una especie de cobrador del frac, que incluso se le fue la mano recaudando. Por eso la reclamación que lo lleva a la cárcel. ¿Qué ocurrió exactamente? ¿Fue Cervantes objeto de una inspección fiscal? ¿Cobró de más?
-Sí, era una especie de cobrador del frac, porque realmente hacía eso: cobrar los atrasos de otros en los pagos. En sus cuentas, y eso no está muy claro, había desfases. El problema es que la documentación que podía aclararlos desapareció hace muchísimos años. Que hubo errores, los hubo. Pero en qué medida son imputables a Cervantes, eso no lo sabemos. Hay un libro del Tribunal de Cuentas donde explora muy minuciosamente el asunto y de donde no se deriva una intencionalidad en el desajuste. Lo que sí se comprueba es la cantidad de rectificaciones. Son errores contables, sumas mal hechas, incluso contra él. En algunas ocasiones asegura que había cobrado más de lo que en verdad había recaudado.
-En Cervantes conviven el verdadero soldado y el inagotable hombre de letras, afirma. ¿Cuál es el origen de esa doble naturaleza?
-Ese era el ideal de caballero. El verdadero soldado era el ilustrado, como Garcilaso de la Vega. Diego Hurtado de Mendoza forma parte de ese modelo que inspira la vida juvenil heroica de Cervantes en un momento en el cual el asedio del musulmán y el turco son determinantes. De ahí la batalla de Lepanto a la que Cervantes va a luchar con la mayor convicción. Eso está documentado en el tono de La Galatea y su teatro de juventud, que es político y combativo, pero también por los testimonios de los soldados con los que luchó y los prisioneros con los que cató cautivo entre 1575 y 1580. Aseguran que fue un militante de la convicción cristiana. Organizó cuatro fugas de Argel y en casi todas estuvo a punto de perder la vida. En su supervivencia había convicción: un cristiano no podía ser humillado por el musulmán. Su misión era salvarse.
"Organizó cuatro fugas de Argel y en casi todas estuvo a punto de perder la vida. En su supervivencia había convicción: un cristiano no podía ser humillado por un musulmán"
-¿Por qué la urgencia con la que Cervantes se vuelca a escribir el Quijote a partir de 1600? ¿Qué tipo de prisa lo invade?
-Cervantes no tenía prisas, se estaba divirtiendo, al fin. Esa 'escritura desatada' nace de esa pareja, Sancho y Don Quijote, que le permite hablar de cualquier cosa: desarrollar burlona y compasivamente un anecdotario, una sucesión de gags cómicos y que al mismo tiempo le permiten contar la extravagancia del mundo sin tener que elaborar grandes aventuras. En el Quijote de Cervantes la fantasía y lo excepcional está a la vuelta de la calle.
-Sobre el Quijote hay algo tragicómico, incluso atávico. La primera edición salió llena de erratas.
-Involuntariamente es una metáfora de la rareza de ese libro: no se lo toma nadie en serio, ni siquiera los impresores, que hacen una chapuza de edición.
-Habla usted de una primera tirada de 1500 ejemplares. Era mucho tanto entonces como hoy.
-Es mucho, sin duda. Pero hay que entender que el editor veía en el libro un éxito comercial. Es lógico. Tenía que competir con la segunda parte del Guzmán de Alfarache, que había sido el verdadero éxito comercial. En ese momento, Francisco de Robles sólo está pensando en el negocio. La literatura de entretenimiento era minoritaria, eso hay que tenerlo en cuenta en una época en la se publicaban sermones y libros de doctrina católica. En ese contexto, sí es verdad que 1.500 ejemplares era una tirada significativa, sobre todo si consideramos que el Quijote tuvo que reimprimirse de inmediato. Según Francisco Rico se imprimieron muchos más ejemplares, cerca 1.800. Más adelante se hizo otra reimpresión. El Quijote fue un éxito editorial continuado.
"Al editar 1.500 ejemplares del Quijote de Cervantes, Francisco Robles sólo está pensando en el negocio"
-Cervantes fue un escritor de obra tardía pero no de vocación tardía. ¿Tenía que ser tantos y tan distintos hombres para convertirse en el Cervantes del Quijote?
-El Cervantes autor del Quijote es el que comienza a contemplar menos dogmáticamente los valores y convicciones que tuvo en su juventud y que a los 50 años comienza a entender la vida de otro modo. Aunque la experiencia militar y de cautivo no desaparece nunca de su memoria, incorpora vivencias nuevas que lo determinan, como sus días de funcionario real en Andalucía, donde entró en contacto con una vitalidad viscosa como la de Sevilla. Piense que no hubo capital como así en toda Europa. Tenía aquellos elementos fascinantes, extravagantes, cómicos, subversivos… Todo eso lo irá incluyendo en Las novelas ejemplares y finalmente el Quijote. De ahí que cuente con tantísima naturalidad la conversación entre dos perros, la vida de una gitanilla o las peripecias de dos gofos. Lo hace porque lo ha visto, lo ha vivido, lo ha oído.
-Cervantes está fuera de su tiempo, porque que se dirige al centro del nuestro, dice usted. Pensemos en la pastora Marcela. Una mujer como ella era inconcebible en 1600 e incluso antes, porque usted propone que ella proviene de La Galatea.
-Es una hipótesis y hay que formularla con cautela, pero por qué Marcela no puede venir de esa Galatea que Cervantes no pudo seguir escribiendo porque el género de la novela pastoril se le había hecho viejo. Cervantes está inventándose esa cosa que nadie sabe exactamente qué es: un artefacto que puede incluir cualquier modalidad literaria de su tiempo. A lo mejor, esa Marcela que aparece en el Quijote es la continuación de una Galatea cuya segunda parte Cervantes no podía escribir de la misma forma, porque ya era un libro antiguo, de otro tiempo. Y es entonces cuando aparece el Quijote, un libro donde no hay ninguna lealtad u obediencia a las formas literarias tradicionales sino la libertad explosiva, y al mismo tiempo naturalísima, de urdir una trama donde cabe todo. Eso es el primer Quijote.
"¿Por qué Marcela no puede venir de esa Galatea que Cervantes no pudo seguir escribiendo porque el género de la novela pastoril se le había hecho viejo a él también?"
-Hay un elogio general del primer Quijote, pero el segundo es de una potencia tremenda. ¿Estamos equivocados los que preferimos la segunda parte del Quijote?
-Es comprensible, porque tiene un nivel de vértigo experimental que tiende a fascinar a los lectores de literatura moderna. Es lógico que nos gusten más esos 20 capítulos del Quijote en donde desmonta la superchería de Avellaneda al meter a un personaje suyo dentro de su propio libro. Eso convierte en absolutamente real al propio Don Quijote. Esa operación es bestial. Piense que el segundo Quijote en verdad trata del primero. Es una novela que habla sobre otra.
-El primer ejercicio de metaliteratura tal y como la conocemos.
-Sí, pero que va más allá de lo que ha sido casi cualquier otra metaliteratura posterior. Eso sí: sin petulancia o sobreactuación sino con la naturalidad de las cosas que van ocurriendo, como si nadie estuviese por detrás inventándolo todo.
"Cervantes piensa narrando. El modo de enunciar el mundo nunca es el sermón ni la prédica, sino la representación de lo real"
-¿Es Cervantes más un narrador que un dramaturgo?
-Cervantes piensa narrando. Su modo de enunciar el mundo nunca es el sermón ni la prédica, sino la representación de lo real. Cervantes no escribe con la intención de demostrar algo, sino para reflejar la diversidad de afanes, sentimientos, conductas y perspectivas. En lugar de forzar a lo real para demostrar algo, Cervantes lo que hace es colonizar lo real a través de la ironía. La ficción no sirve para probar cosas, sirve para contarlas y eso lo sabía muy bien Cervantes.
- ¿Cuál fue el punto de inflexión del Cervantes persona que explotaría en el Cervantes autor?
-El quiebre aparece en ese hombre que a los 50 años se encuentra solo. Han muerto todos sus amigos. No queda nadie de quienes fueron sus colegas de vida literaria en la corte en la que escribió La Galatea. Tampoco quedan los soldados, ni los mandos ni los héroes de Lepanto y hasta muere Felipe II. Estamos a finales del siglo XVI. Todos los demás son más jóvenes que él: Lope lo es, Góngora también, Quevedo es un niño. Cervantes es el superviviente de otra época y es ahí donde aparece el punto de inflexión para engendrar el Quijote. Hablamos de 1598. De ahí proviene el famoso soneto satírico, aquel que dice ‘Voto a Dios que me espanta esta grandeza…’. Ahí encontramos a la vez lo ridículo y admirable, porque todos somos a la vez dos cosas: entrañables y patéticos, ridículos y admirables. Ese es el primer síntoma del Cervantes que está engendrando el Quijote. Ese el punto de inflexión, además de la cárcel, claro –Jordi Gracia saca a pasear una risa carrasposa y ocurrente-.
"Cervantes es el superviviente de otra época y es ahí donde aparece el punto de inflexión para engendrar el Quijote"
-Andrés Trapiello suele decir que, de vivir en la actualidad, la primera edición del premio Cervantes se lo habrían dado ni a él sino a Lope de Vega… ¿Qué piensa?
-El primero que dijo eso fue José María Valverde, hace ya muchísimos años y en tono de broma, pero está muy bien repetirlo porque es tremendamente irónico. Claro… Yo no estoy tan seguro de que sea cierto. Es una frase que nos deja muy contentos pero sobre la que habría de colocar una irónica… –Jordi Gracia da una palmada sobre la mesa, como quien hace un descubrimiento-… ¡Exacto! Una mirada irónica de Cervantes sobre esa frase –continúa Gracia con su risa estertórea de fumador-. Como somos muy amigos, podré decirle a Trapiello: ‘Andrés, te desmentí! Apliqué la mirada irónica de Cervantes a tu propia frase'. ¿A que está bien? -pregunta orgulloso, como si sacara brillo a su propia trastada-.
-A propósito de las amistades y sus quebrantos, en los odios entre Lope y Cervantes, ¿quién comenzó primero?
- El primero que habla del valor de la escritura de Lope en público es Cervantes en La Galatea. En ese momento Lope está empezando, tiene poco más de 20 años. No es el dramaturgo de éxito en el que se convertiría. A partir de ahí se mantiene durante años la amistad. El problema comienza cuando en el prólogo del Quijote y sobre todo en el final, Cervantes no calla la antipatía que ha ido cogiendo a la comedia nueva que hace Lope, no tanto porque sea un mal invento sino porque está excluyendo cualquier otro posible modo de escritura dramática del mercado. El asunto se debía en parte a los empresarios del teatro. ¡Sólo querían contratar cosas como las que escribía Lope o que fueran de Lope! Es como cuando la gente protesta por la moda de la novela policiaca. A Cervantes le cabrea que la comedia nueva que coloniza el espacio teatral sea la de Lope, que se salta las normas del teatro clásico. Y eso lo dice Cervantes… ¡que en el Quijote está pasando por alto todas las formas literarias tradicionales!
"A Cervantes le cabrea que la comedia nueva de Lope que coloniza el espacio teatral es la que se salta las normas del teatro clásico. ¡Lo quien por alto las formas literarias tradicionales!"
-De la lectura de su libro se intuye que Cervantes era muy celoso de la técnica de su propia escritura. ¿Su verdadera genialidad está en la forma y no necesariamente en el fondo?
-Ese es un elemento capital y muy llamativo. Cervantes siempre hace que alguno de sus personajes evalúe la naturaleza del carácter artificial del relato, el modo en el que está armado. La inquietud y la lucidez de Cervantes por la dimensión formal, técnica y de artesanía del relato es absoluta. En La Galatea llega a interrumpir un soneto para despertar la intriga y el suspense. En el Quijote algunos de los errores de la primera edición tienen que ver con el hecho de que a última hora Cervantes cortó trozos e introdujo relatos divertidos, también para crear suspense. Pero hay más: usa cambios en el punto de vista y recursos literalmente cinematográficos. Cervantes ya usaba la cámara subjetiva. Acostumbraba a no adelantar más allá de lo que el personaje puede saber, como la violación que relata en una de las novelas ejemplares desde la perspectiva de la muchacha. Ella reconoce la habitación en la que ha sido violada a ciegas, tocando los objetos, porque todo está en penumbras.
-Cervantes tiene una excepcionalidad que invita, pide a gritos, que seamos escépticos. ¿Es posible que Cervantes sea una creación colectiva, una superposición de reescrituras, un personaje hecho con otros?
-Entiendo a qué se refiere y en ese sentido simpatizo con el planteamiento de su pregunta... Mantenemos una cierta reserva prudente y lógica hacia un retrato excesivamente complaciente de Cervantes. Porque nos parece demasiado excepcional. Y mantengo esa misma reserva, lo que al mismo tiempo no puedo negar es que un señor que intenta fugarse cuatro veces de Argel y que los testigos que tenemos repiten que fue ejemplar, que no delató a nadie, que siempre se echó encima las culpas. Esto es verdad o al menos ese perfil de Cervantes está documentado. ¿Nos resulta increíble que además de todo, Cervantes fuera moralmente excepcional? Pues mala suerte. El problema es nuestro. Quizá no hay incongruencia que un ser como este, con la ética del coraje y la convicción, sea el mismo que va a fraguar el Quijote. ¿Por qué no ha de ser así? ¿Acaso porque preferimos mirar a Cervantes con el brillo del escepticismo cínico moderno? ¿Es más elegante? Pues va a ser que no. En esta ocasión nos equivocamos.
"En la ironía se detecta el valor de anticipación de Cervantes como creador de algo tan nuevo como la novela y que se vería tiempo después Con el Tristam Shandy"
-Voy a insistir en la idea del Cervantes escarmentado por la experiencia, porque lo padece incluso después de muerto. De lo contrario, ¿por qué el símbolo, el hecho de hasta sus huesos se hayan extraviado? ¿Por qué padece la invisibilidad, el desconocimiento?
-Cervantes no ha desaparecido nunca del primer lugar del respeto y del consumo literario ni en España ni en Europa. En el mundo Occidental no ha pasado ninguna etapa en la que Cervantes haya sido devaluado, infravalorado o incluso desconocido. Otra cosa es que la primera biografía de Cervantes apareciera un siglo y medio más tarde de su muerte, pero eso tiene que ver también con el hecho de que el éxito y la consagración de Cervantes fue fundamentalmente popular y tardía. Sólo en los diez últimos años de su vida aparece en la escena pública. Se convierte en autor de una novela muy popular que lee todo el mundo. Fue eso lo que no le permitió convertirse un clásico respetable desde el primer momento. Eso ha sido una conquista del propio tiempo moderno, que es el que reconoce en Cervantes a un precocísimo anticipador de los valores de la modernidad como espacio anti dogmático, anti sectario, algo que entiende con el humor e ironía.
-Ahí está el espíritu y el título de la biografía, otra vez: la conquista de la ironía…
-Sin ella no hay modernidad ni comprensión cabal de la condición humana. Ahí es donde se detecta el valor de anticipación de Cervantes como creador de algo tan nuevo como la novela y que se vería tiempo después por ejemplo con el Tristam Shandy, de Laurence Sterne, durante el siglo XVIII.