En España, una democrática avanzada y moderna en teoría, los políticos se inmiscuyen y acaban decidiendo las grandes decisiones corporativas, pese a sus continuas protestas de independencia. Ha ocurrido siempre y el caso Bankia-La Caixa; La Caixa-Bankia, no ha sido una excepción. La unión entre ambas entidades estaba acordada, con el visto bueno de ambos presidentes, Rodrigo Rato e Isidro Fainé. Una operación en la que, sobre el papel, ganaban todos, pero la exigencia de Artur Mas de un grupo resultante con adn catalán la echó por tierra. Si Rato no iba para mandar, rompía la baraja.
Así lo asegura Mariano Guindal, en el anexo a su libro Los días que vivimos peligrosamente, de Editorial Planeta. En dicho post scriptum, el periodista revela pasajes que, en su mayor parte, son obtenidos en conversaciones directas con los protagonistas de la historia.
El capítulo añadido llega por necesidad: su libro versa sobre una historia que todavía se está desarrollando, como es la actual crisis financiera española. Es la segunda parte de El declive de los dioses, de la misma editorial, que narra la historia económica moderna de España y todo apunta que deberá haber un tercer volumen que culmine la trilogía, con la salida de la crisis de España, si es que llega algún día.
Rato se entrevistó con Fainé a en diciembre del pasado año con vistas a la fusión de ambas entidades financieras, en un momento complejo, en el que su casa ya había solicitado ayudas al FROB y ya había sido intervenido el Banco de Valencia. El propio ex presidente de Bankia declara en el libro que “a mí se me garantizó primero la copresidencia y después la presidencia única. Otra cosa es que me lo creyera”. Eran momentos en los que parecía haber buena sintonía con Fainé, aunque el ex ministro de Economía enseguida se dio cuenta de la envergadura y dificultad de la operación.
“Había que cerrar cuatro mil oficinas y despedir a veinte mil trabajadores y eso habría costado a la nueva entidad fusionada siete mil millones de euros, que no eran de fácil obtención”.
Aun así, en las postrimerías del pasado año, esta unión parecía certificada. En el Parlamento español, Vicente Martínez-Pujalte (PP) y Josep Sánchez-Llibre (CiU), decían que “está todo hecho... salvo algunos flecos”.
Se acabó
Sin embargo, a finales de enero de este ejercicio, Rato comunicó a Mariano Rajoy que todo había terminado definitivamente. Al parecer, Artur Mas era muy partidario de la fusión, pero siempre que fuera una operación catalana, presidida por un hombre de La Caixa y, por supuesto, con sede catalana.
El grupo resultante, que superaría en España con claridad a Santander y BBVA, debía ser catalán. Mas, que no por ejercer un nacionalismo cada día más cerril carece de inteligencia, recordaba a la perfección lo ocurrido con el BBVA hace algo más de 10 años, cuando el pez chico (Argentaria) se comió al más gordo (el súper BBV).
Francisco González, con Rodrigo Rato como valedor, ‘purgó’ la nueva entidad de vascos. Las tradicionales familias de Neguri fueron expulsadas con deshonor, merced a la revelación de unos planes de pensiones privados depositados en paraísos fiscales, y hoy, la sede vasca del BBVA no es más que un bonito ornnamento, que le permite a Euskadi recibir el pago de impuestos y que se celebre la Junta Anual en el Palaco Euskalduna. Pero nada más. El País Vasco no tiene la menor influencia en el BBVA, que es uno de los mayores bancos del mundo. La Generalitat no estaba dispuesta a que la creación del coloso Caixa-Bankia se tradujera en la marcha de la entidad catalana a Madrid.
Así que el mensaje de Artur Mas fue claro: si se hace esa operación, cuando acaben las copresidencias, el presidente único deberá ser Juan María Nin, número 2 de La Caixa, procedente antes del Sabadell. Rato no estaba dispuesto a pasar por ese aro en su vida.
Otros cargos
Fainé intentó salvar la operación in extremis, buscando engatusarle con la presidencia de Repsol o alguna otra salida profesional de su altura, pero Rato no tragó ni por asomo... entre otras cosas, porque el presidente de la petrolera, Antonio Brufau, enemigo histórico de Fainé, iba a dar las mínimas facilidades a esa operación, evidentemente.
Rato regresó a sus cuarteles con la intención de retomar la andadura en solitario, pero la suerte ya estaba echada. La entidad aguantó unas semanas más, pero el 7 de mayo dimitió su presidente, siendo intervenida poco después.
Echando la mirada atrás, no falta quien dice que la fusión podría haber cambiado el destino de Bankia y tal vez el de Rodrigo Rato, pero el encaje político era casi tan complicado como cuadricular el círculo.
Lo que ocurrió después es conocido ya por todos, desgraciadamente: España ha pedido un rescate bancario y se resiste a pedir uno togal. Merece la pena terminar de leer el libro con el anexo y enterarse de qué ha ocurrido entre bambalinas .