"Es ese momento en el que se le empieza a perder el respeto a alguien. Deja de ser una persona y pasa a ser un objeto con el que divertirse, al que empujar, pegar y tratar mal". Es la forma en que Jesús, un estudiante de segundo de la ESO, establece la frontera entre lo que es acoso y lo que no. La definición del bullying se discute desde hace cuatro décadas, cuando el psicólogo sueco Dan Olweus comenzó a estudiar la violencia entre iguales en la escuela.
Pero, en líneas generales, se trata de agresiones físicas o psicológicas crueles, injustificadas y repetitivas, que lejos de ser un conflicto puntual, tienen un componente de premeditación. Además, los ataques son apoyados por aquellos que los presencian. "El grupo que acosa se alimenta del silencio y de las risas de los demás", explica Javier, un trabajador social que sufrió acoso homofóbico durante dos años en un instituto valenciano.
"Cuando hablamos de acoso grave estamos hablando de chicos que se levantan por la mañana pensando que van al infierno. De chicos que entran en clase sabiendo que van a ser vejados o excluidos; que se van a reír de ellos; que les van a tirar los libros y que no van a contar para nada", explica el psicólogo José Antonio Luengo.
Sin perfil definido
¿Se acosa más al menos agraciado físicamente o al que es diferente? Los expertos aseguran que las particularidades de cada niño no son determinantes sino que sólo incrementan las posibilidades de convertirse en objeto de acoso. "Es un mito decir que las víctimas de acoso ‘algo tienen’ o ‘algo son’ previamente", advierte el psicólogo Iñaki Piñuel. Los agresores, en cambio, sí que presentan rasgos más definidos que sus víctimas: "Son niños que proceden de situaciones de violencia intrafamiliar, o de una situación técnica de abandono, por la cual los padres han omitido la tarea de dar cobertura emocional y poner límites".
"Es un mito decir que las víctimas de acoso ‘algo tienen’ o ‘algo son’ previamente"
Por su parte, el grupo de compañeros posee una importancia decisiva en el proceso. "Sabemos que si en una clase los testigos dan un paso adelante, protegen a la víctima y se enfrentan a los agresores, la violencia desaparece o se minimiza de una manera significativa", enfatiza Luengo. Sin embargo, "los instigadores saben que una forma de obtener poder social es machacar a un compañero y obtener la admiración que siempre produce la violencia", recalca Piñuel. Por eso, muchos optan por ponerse del lado del agresor, para intentar evitar convertirse en sus víctimas.
Heridas invisibles
La violencia física es la más mediática. Sin embargo, ese tipo de ensañamiento se complementa con el hostigamiento, las coacciones, la exclusión y la manipulación. Las heridas externas y los moratones son únicamente las marcas visibles de los golpes recibidos. Pero el estrés postraumático, la depresión, la pérdida de autoestima, los cambios de personalidad, las somatizaciones, la ansiedad, e incluso las tendencias suicidas son consecuencias directas del acoso imposibles de percibir a simple vista.
"Hay estudios que dicen que la violencia que ejerce un igual sobre un igual deja más secuelas que las que provoca la violencia que un adulto ejerce sobre un niño. Y si no se trata desde un primer momento, puede generar traumas en la vida adulta", explica la directora del Teléfono de ANAR (900 20 20 10), Leticia Mata. Según su último informe, elaborado junto a la Fundación Mutua Madrileña, "las llamadas por casos de acoso escolar atendidas en 2015 crecieron un 75% frente al año anterior".
Las víctimas terminan, por lo general, aceptando una imagen negativa de sí mismas. Y de ser niños felices pueden pasar a ser pesimistas, desconfiados y frágiles o transformarse en personas agresivas, conflictivas o asociales. En ciertos casos, la situación que viven es tan dramática que desemboca tristemente en el suicidio, como los casos de Jokin, Mónica, Carla o Alán.
¿Cómo actuar?
el problema a tiempo no es sencillo. En primer lugar, porque los propios alumnos tardan tiempo en ser conscientes de su situación. "El niño que sufre acoso escolar, inicialmente tiende a guardar silencio", explica Mata. Muchas veces "se creen que es una situación puntual y que ellos van a poder resolver. Y no lo cuentan en casa por no preocupar", añade.
Por eso el apoyo paterno es fundamental a la hora de atajar el problema. Todo depende de la confianza que exista entre padres e hijos. "Para los padres y madres es complicado saber lo que está pasando en las aulas. La información llega la mayoría de las veces por los propios hijos o por hermanos o compañeros del centro educativo", reconoce José Luis Pazos, presidente de la confederación de Padres CEAPA.
“Es importante trabajar con el niño a nivel psicológico esa culpa que siente, esa baja autoestima, hacerle ver que esto no sólo le ocurre a él. Que se puede salir de esa situación, que no tenga miedo”, recalca Mata. Pero de nada sirve actuar con la víctima, si no se atiende también a su verdugo. "Si simplemente resolvemos el proceso con una falta muy grave y una medida disciplinaria, no estamos llegando al ojo del huracán, que es la incapacidad de esos chicos para darse cuenta de que hacen sufrir a otros", indica el psicólogo Luengo, que forma parte del Equipo de Apoyo contra el Acoso puesto en marcha por la Comunidad de Madrid.
Las pistas del acoso
Sin embargo, si el niño se resiste a contar lo que le pasa, los expertos recomiendan estar atentos a ciertos patrones de comportamiento que pueden ayudar a los progenitores a intuir que su hijo puede estar sufriendo acoso: "Empiezan a somatizar dolores extraños y afecciones que no tienen origen médico. A la vuelta del fin de semana o de las vacaciones, el niño desarrolla estrategias para no ir a actividades extraescolares o fiestas de cumpleaños, inventándose todo tipo de excusas”, explica Iñaki Piñuel.
"Hay que diferenciar lo que es un conflicto de convivencia de menores de lo que es una situación de acoso escolar"
Una vez que el caso está identificado, es necesario tomar medidas para evitar que vaya a más. Lo primero es contactar con el centro educativo para que active el protocolo correspondiente. Aunque los expertos recomiendan precaución: "Hay que diferenciar lo que es un conflicto de convivencia de menores de lo que es una situación de acoso escolar. Aunque cuando hay casos graves, es necesario denunciar porque son un delito”, advierte la Coordinadora del Plan Director de la Policía Nacional, que imparte conferencias preventivas a padres y a alumnos de los centros.