En el año 2012 el trabajo de David Carrier, de la Universidad de Utah, generó cierta controversia al afirmar que los humanos somos seres fundamentalmente violentos y que esta violencia ha moldeado algunas partes de nuestra anatomía como las manos, para favorecer la formación de puños con las que golpear a los rivales. "El papel que ha jugado la agresión en nuestra evolución no ha sido suficientemente apreciado", aseguraba Carrier. "Si una postura del puño proporciona una ventaja, las proporciones de las manos también pueden haber evolucionado en respuesta a la selección para la capacidad de lucha, además de la selección de destreza", insistía.
Esta vez han utilizado los brazos de ocho cadáveres para sus pruebas
Para reforzar su hipótesis de que nuestras manos evolucionaron para dar puñetazos, Carrier analizó los golpes propinados por una decena de voluntarios a un saco de boxeo, tanto con el puño como con la mano abierta y calculó la fuerza ejercida en cada impacto. Con aquellos datos, aseguraba, quedaba demostrado que "la mano es nuestra arma anatómica más importante" y que la capacidad de dar puñetazos pudo tener un papel muy relevante en la evolución. Tres años después, Carrier y su equipo vuelven a la carga en la misma revista, Journal of Experimental Biology, y publican un experimento sobre el mismo asunto en el que han ido más allá: han utilizado los brazos de ocho cadáveres para realizar una prueba de fatiga y golpear con ellos cientos de veces tanto con la mano abierta como con el puño cerrado.
El artilugio utilizado por Carrier para probar la resistencia de los brazos recuerda un poco al doctor Frankenstein. Su equipo colocó los miembros en una pequeña base y los sujetó una serie de hilos de pesca conectados a músculos y tendones, de modo que podían colocar la mano del cadáver extendida o en forma de puño con dos variaciones: reforzada (con el pulgar haciendo de contrafuerte de los otros dedos) o sin reforzar (con el pulgar extendido). Para ajustar las posiciones y la tensión de los hilos, los investigadores utilizaron las clavijas de una guitarra.
El objetivo era conocer qué huesos reciben mayor desgaste con los impactos
Cada una de estas manos nos llevó alrededor de una semana de trabajo", relata Carrier. "Primero teníamos que diseccionarla para exponer los músculos, aplicar distintas tensiones y conectar los hilos con todos los tendones para controlar la posición de la muñeca, el pulgar y los otros dedos". Seguidamente, los científicos pusieron las manos de los cadáveres a golpear una superficie cientos de veces, con la mano abierta, con el puño reforzado y sin reforzar. Su intención era descubrir - como en una prueba de fatiga de los cajones de Ikea - qué huesos reciben mayor desgaste con los impactos y qué posición es anatómicamente menos costosa para golpear a un rival.
Tras varios días golpeando, explica Carrier, "nuestros resultados sugieren que los humanos pueden golpear con seguridad y un 55% más de fuerza con un puño armado que con un puño sin armar, y con el doble de fuerza que con la mano abierta". Los huesos que más se dañaban, como sucede en las peleas, eran los metacarpos, pero la posición del dedo reforzando el puño mejoraba el índice de daños. En su opinión, estos datos pueden ser la pista de cómo la destreza manual - con un alargamiento de los dedos y una separación del pulgar - evolucionó de forma simultánea y compatible con la capacidad de asestar puñetazos.
Otros biólogos, sin embargo, se siguen mostrando muy escépticos respecto a esta hipótesis, pues consideran que el principal motor fue la habilidad manual y que la capacidad de golpear fue una coincidencia. Tampoco están seguros de que la violencia fuera tan determinante, cuando precisamente los Homo sapiens se caracterizan por su capacidad de cooperar. Carrier asegura que el cráneo de nuestros ancestros también evolucionó para soportar mejor estos golpes, pero los escépticos señalan los rasgos de los humanos modernos y la presencia de una nariz vulnerable como elementos que contradicen la idea de Carrier. Además, indican, la capacidad de manejar objetos hizo cada vez menos necesario utilizar el puño desnudo, cuando se podía atacar a los rivales con otras herramientas como palos o lanzas.
Referencia: Dead men punching (Universidad de Utah/ Journal of Experimental Biology)