Hacia las 20.30 UTM del 9 de febrero de 1992, Tomás Feliu abrió los ojos por la llamada de su compañero de viaje. Hacía apenas unas horas que habían salido de la isla de El Hierro en el globo Ciudad de Huelva rumbo a América y la situación no dejaba de torcerse. “¡Qué pasa, qué pasa!”, preguntó sobresaltado. “Pasa que hay que ponerse el traje de agua y el salvavidas”, le espetó Jesús González Green. Ambos estaban inmersos en una tormenta que se había formado sobre el Atlántico en cuestión de minutos y les había atrapado en su interior. El aguacero empezó a calar la barquilla y a añadir un sobrepeso al globo que les acercaba peligrosamente al mar. “Oíamos el ruido de las olas y los vientos eran de 80 km/h. Tan fuertes que por momentos se apagaba el quemador. Mientras yo preparaba los aparatos y daba el aviso por radio, a Jesús no se le ocurrió otra cosa que contarme un chiste. Y debía de ser muy malo, porque ya no lo recuerdo”, explica Feliu.
En su casa de Madrid, y acompañado de sus perros, González Green sí recuerda el chiste que les sirvió para recobrar el ánimo y reconducir la situación. ““Estuvimos a punto de caer al mar”, explica el veterano aventurero y periodista. “A la velocidad a la que íbamos, si la cápsula hubiera golpeado con una ola habría sido como chocar con una roca”. La salida de El Hierro ya había sido precipitada, de madrugada y obligados a prescindir de parte de la carga para soltar lastre y poder remontar el vuelo en medio de los fuertes vientos. Su objetivo, preparado meticulosamente durante cuatro años, era conseguir completar por primera vez el vuelo en globo sobre el Atlántico de Oeste a Este siguiendo la ruta de Colón aprovechando los vientos alisios. La ocasión, en pleno quinto centenario del descubrimiento de América, había servido para recabar apoyos y atención mediática. Para conseguirlo necesitaban una situación meteorológica muy concreta, un anticiclón y una borrasca sobre el sur de Europa que generaran una corriente de viento hacia el sur que les llevaría a Cabo Verde y de allí por la autopista de viento hasta isla Margarita. Sin embargo, a las primeras de cambio, el cielo les había sumergido en un infierno de lluvia y viento. Y allí, mientras achicaban agua para que el globo no se fuera abajo, González Green contó su chiste malo que les hizo estallar en carcajadas: “Van dos en un globo y se pierden, y le preguntan a unos que están abajo que dónde están. Y los de tierra responden: en un globo”.
“El buen humor de Jesús fue imprescindible en las crisis más graves”, recuerda Feliu. La buena relación entre ambos fue, de hecho, una de las claves para que consiguieran sobreponerse a varias situaciones en las que podrían haber perdido la vida en mitad del océano. Jesús había sido el instructor de vuelo de Feliu en los 80, hasta que éste se convirtió en el mejor piloto. “Luego me ganaba siempre, pero yo le decía que tenía mucha suerte”, bromea González Green. “Es verdad que el purasangre de la competición era yo y Jesús era el más aventurero”, reconoce Feliu. “Durante las guardias yo me dedicaba a controlar el rumbo, casi sin mirar al exterior, y en su turno Jesús disfrutaba del paisaje. Yo podría haber hecho el viaje en el sótano de un garaje”, confiesa. Para González Green, la mejor virtud de Feliu era su olfato para detectar las corrientes que surcan el cielo a distintas altitudes y que les podrían llevar en una dirección u otra. “Le daba el fresco en este lado de la cara y sabía si íbamos a ir por aquí o por allá”.
La idea de cruzar el Atlántico por primera vez en dirección Oeste-Este había germinado en la cabeza de Feliu unos años antes. Les precedían cuatro intentos fallidos y varios vuelos exitosos en la dirección contraria. “Los primeros habían sido los americanos con el «Double Eagle ll» y nosotros queríamos devolver la visita”, relata Feliu. “La dificultad que hay en el hemisferio norte es que vamos un poco a contracorriente. La circulación general de los vientos es de este a oeste y solo los alisios nos llevan en dirección “contraria”, con características muy concretas que obligaban a un vuelo más complejo y técnico”. “Ir con los alisios significaba ir cerca del mar, y eso quiere decir que te encuentras todos los meteoros, las tormentas, los vientos… todo”, resume González Green. De hecho, el meteorólogo de la misión, José Luis Camacho, les forzó a permanecer en el seno de la tormenta y volar bajo, porque de haber subido a más altitud para evitarla habrían perdido el rumbo y se habrían metido en otra peor. “Nos explicó que la corriente de arriba nos llevaría a África y allí nos esperaba un cumulonimbo que mide 24 km, y a esa altura no hay quien viva como no sea con un traje de astronauta”; recuerda Green.
La lluvia seguía cayendo y a González Green le entraba el agua dentro del chubasquero cuando manejaba el quemador. “Aquí globo aerostático Ciudad de Huelva llamando. Eco Charlie nueve tres siete llamando. Si hay alguien a la escucha, adelante, por favor…”, repetía Feliz por la radio. Al cabo de un rato, en mitad de aquella oscuridad tormentosa del aparato salió una voz: “Aquí Iberia vuelo 985 en vuelo Madrid-Buenos Aires, adelante, globo Ciudad de Huelva”. Le explicaron al piloto que estaban en un globo en mitad del Atlántico, rumbo a América, y no lo podía creer. “En esa situación el tipo va y contesta: ‘¿me repites, macho?’. No podía creerse que estuviéramos allí, pero se desvió para pasar por encima de nosotros y darnos la situación gracias al radar”, explica Feliu. “Al rato nos contó que habían localizado un mercante alemán que se comprometía a venir a buscarnos si dejábamos de emitir y que tardaría unos 20 días. Por último nos dijo que por el radar veíamos que estábamos en el borde de la perturbación y que si aguantábamos saldríamos. Y aquello nos ayudó a seguir. Estuvimos 9 horas más dentro de la tormenta, pero si nos llega a decir la verdad nos tiramos al agua”.
“Todo lo que pudo fallar falló”, recuerda González Green
Después de una gran lucha y sufrimiento, Feliu y González Green consiguieron salir del cúmulo y, tal como les había predicho el meteorólogo, estaban en plena corriente de los alisios en tiempo récord. Pero como en toda aventura, los problemas no habían terminado. “Todo lo que pudo fallar falló”, recuerda González Green. “La tormenta nos hizo deslastrarnos más de lo necesario”, cuenta Feliu. “Llevábamos 287 cosas a bordo antes de la tormenta y tenían un valor en la escala del tiempo. Lo teníamos todo planificado, hasta el boli era de plástico porque cada gramo cuenta allí arriba. Pero en la tormenta empezamos a tirar de todo sin pensarlo y luego pasó que el globo tenía mucha menos carga y subimos casi a 6.000 metros en muy poco tiempo. Esta es una situación realmente peligrosa, porque no eres consciente y te va entrando como una borrachera”. De hecho, en la grabación que hizo González Green para TVE se ve a Feliu caer inconsciente por la falta de oxígeno. “Podríamos haber subido mil metros más y nos asfixiamos los dos”, advierte. “Llevábamos una botella para 20 minutos y nos poníamos la máscara aunque sabíamos que de allí no salía nada. Y luego supimos que la válvula de corona, que permite perder gas y altitud, se había quedado precintada con las prisas de la salida y no funcionaba”.
ESQUEMA PERFIL
En los siguientes días el viaje continuó con unas subidas y bajadas de altitud tremendas tanto de día como de noche. “Durante el día el sol calienta el gas y el globo sube mucho”, explica Feliu, “Y de noche se enfría y cae, por lo que encendíamos el quemador para darle unas calorías y que no se estrellara en el agua”. Alertados de la posibilidad de subir demasiado y perder el conocimiento, los dos viajeros ingenieros un sistema para ganar peso y quedarse más abajo durante el día. Lanzaron un cabo atado a un recogedor en forma de embudo que les frenaba contra el agua y luego recogía una carga extra de unos 20 kilos para contener el ascenso. “Lo que pasa es que falló”, cuenta González Green. “Había tanto viento y metía tanta tensión que la cuerda - una cuerda de alpinismo que aguantaba 3.000 kilos - se rompió y pasó por encima de la barquilla. Y podría haber roto el quemador y habernos dejado allí, en medio del agua”.
Después de aquel juego de subidas y bajadas, el quinto día de navegación, en plena noche, ambos observaron unas luces rojizas sobre el mar, demasiado grandes para ser barcos. “¡Eran las plataformas petrolíferas de Trinidad y Tobago!”, recuerda con emoción González Green. Acabábamos de empezar a disfrutar el vuelo y ya habíamos llegado a América, dos días antes de lo previsto”. Su intención era llegar a isla Margarita y aterrizar allí tal y como habían previsto en los planes trazados junto a Camacho. “Pero entrando ya en el golfo de Paria llegó una brisa del norte y nos llevó a Venezuela, sobre el delta del Orinoco que es el peor sitio por el que se puede entrar, porque son 600 km de pantanos”, prosigue. “Allí no hay carreteras y hay decenas de aviones perdidos, imposibles de localizar entre la vegetación”. “Cuando empezamos a bajar vimos que lo que parecía una gran pradera eran en realidad unos árboles altísimos y estaba todo inundado. Si aterrizas allí el globo se lo tragan los arboles y allí no te encuentra nadie”. A aquellas alturas de viaje, y casi sin dormir, el cansancio hizo mella sobre los dos aventureros y cuando les pidieron localización por radio para ir a buscarles se pusieron a mirar durante largos minutos en los mapas en lugar de tirar directamente del GPS. Finalmente, localizaron un claro y con la ayuda de un helicóptero que salió desde Caracas para acompañarlos, aterrizaron al borde mismo de la selva, donde - como en una película - fueron recibidos por los niños de poblado La Esperanza.
FOTO LLEGADA
“Habíamos cruzado el Atlántico en globo y la primera vez en aquella dirección, parecía el final de una novela fantástica”, recuerda Feliu. “Esa noche, ya en el hotel, nos despertó una llamada a las 6 de la madrugada. ‘Hola, Tomás. Soy Juan Carlos, rey de España’, me dijo la voz. Y
me dijo una frase que realmente pienso que es así: ‘habéis escrito una pagina de oro en la historia aeronáutica de este país’. Y es verdad que nosotros hicimos algo que nunca se había hecho, y que detrás de nosotros ha habido otros tres intentos que tampoco lo han conseguido y el nuestro era el cuarto”. “El estar una noche con las nubes, la luna, a 5.000 metros sobre el mar, es una sensación que no se olvida”, asegura González Green. “Hacemos estas cosas porque forma parte del espíritu investigador de los humanos, por eso subimos montañas o vamos a la Luna, porque están ahí”. “En el fondo”, confiesa Feliu, “el globo es el método de transporte mas inútil que hay, porque sabes a qué hora despegas pero no sabes dónde irás ni a qué hora llegarás ni cuánto durará el viaje. Es un viaje a ninguna parte pero que importa muy poco, porque vas donde te lleve el viento y no hay sensación que lo pueda igualar”.