La sociedad ha vuelto a ganar el pulso. ¡La banca es mala! El sentimiento es colectivo. Entre la sociedad, pero también entre los jueces. Da igual el ámbito. De primeras instancias en lo contencioso-administrativo, del Supremo e incluso entre los magistrados europeos del Tribunal de Luxemburgo. Los fallos sociales contra el sistema financiero son una moda que traspasa nuestras fronteras. ¡La banca es mala! El mantra ya no hay quien se lo quite al sistema financiero. Se ha ganado el sambenito durante la crisis. Las entidades han cometido suficientes tropelías en estos últimos años como para que les quede cosido el adjetivo. Pero el reparto de culpas en el caso de las cláusulas suelo debe extenderse a todos. A los notarios, como depositarios de esa fe pública, en este caso, como intermediarios entre los buenos y los malos. Pero también a nosotros, a la sociedad, que apela a su analfabetismo financiero (real en muchos casos y fingido en otros) como vía para que sea reparado el perjuicio.
Cuenta el consejero delegado de un banco que, tras la sentencia del Supremo de mayo de 2013, que condenaba a BBVA, Abanca y Cajamar a eliminar desde entonces los suelos de sus hipotecas, recibió la llamada de un importante notario del levante español exigiéndole la eliminación de su cláusula suelo. El argumento esgrimido fue la mala comercialización del producto y que entre las decenas de páginas del papel timbrado de su hipoteca aparecía una cláusula suelo. La llamada también incidió en el carácter abusivo de la cláusula puesto que ante la bajada extrema del euríbor, como ha sucedido en estos últimos años, su hipoteca quedaba topada por un tipo mínimo, siempre superior a los precios marcados por el comportamiento del mercado. La contrarréplica del CEO fue contundente. “¿Entonces quieres decirme que has estado dando fe pública de contratos que no sabes cómo funcionan ni qué significan?”. El notario, a día de hoy, sigue pagando una hipoteca con suelo.
Cóctel de las cláusulas suelo
La historia resume el explosivo cóctel de las cláusulas suelo. Un producto que ha puesto de manifiesto que la sociedad, los ciudadanos y las familias, en definitiva, se enfrenta al contrato financiero más importante de su vida sin ese mínimo asesoramiento que si ejecuta en otras compras menores: vehículos o qué decir de la tecnología. El analfabetismo financiero resulta ser asimétrico. Sí entiende, sin embargo, cuando el contrato resulta favorable (las preferentes y su 7% de interés anual es un buen ejemplo de ello) pese a que la letra pequeña o no tan pequeña del producto (en el caso de las preferentes, el carácter perpetuo) conlleve un riesgo evidente. Porque la banca, como cualquier otro negocio, no regala duros a dos pesetas. Y ante la falta de cultura financiera, el mejor guía es el sentido común. ¿Cómo era posible que si los depósitos se remuneraban en entornos del 2-2,5% otro producto pudiera ofrecer, sin ningún tipo de riesgo, al 7%? Y más después de firmar un documento en el que se acredita tener cierta pericia en el mundo financiero. Raro, raro, ¿no?
Pero volvamos a las cláusulas suelo. Las estadísticas del colegio de notarios aseguran que un futuro hipotecado gasta únicamente 30 minutos en la notaría el día de la firma de su futura vivienda. Medida hora para leer la escritura, plantear dudas (en caso de haberlas), estampar la firma y salir con las llaves de su vivienda en el bolsillo. Dejemos de emplear 30 minutos en la hipoteca que nos ata 30 años. La hipoteca no es solo negociar unas cuantas condiciones particulares, es mucho más que eso y requiere dedicarle un tiempo que hasta ahora muy poca gente gasta. Y, de forma especial, requiere una obligación de Perogrullo: entender lo que se firma. De nuevo, las estadísticas nos saca los colores. Apenas un 10% de los futuros hipotecados plantea una duda al notario. De ese 10%, apenas otro 10% decide posponer la firma ante la duda o contradicción reflejada en la escritura hipotecaria. Datos que convierten la firma hipotecaria más en un acto emocional que racional.
La complicidad de los notarios
Los notarios han sido cómplices de esa alarmante permisividad de los hipotecados, reconvertidos, muchos de ellos, en afectados ante el inusual comportamiento del euríbor. Conforme al artículo 25 de la Ley Orgánica del Notariado, el notario dará fe de haber leído a las partes la escritura íntegra; y el artículo 193 del Reglamento Notarial añade que se entenderá que la lectura es íntegra cuando el notario hubiera comunicado el contenido de la escritura con la extensión necesaria para el cabal conocimiento de su alcance y efectos, atendidas las circunstancias de los comparecientes. ¿Se imaginan las explicaciones del aludido notario levantino?
Estas cláusulas no pueden recibir un “tratamiento impropiamente secundario”
Pero los notarios no sólo deben explicar a los futuros hipotecados el contenido de su escritura sino también exigir a la entidad bancaria los deberes de transparencia a los que obliga la ley. Así, es necesario que la información suministrada al cliente le permita percibir que la cláusula suelo puede incidir en el contenido de su obligación de pago. Por ello, estas cláusulas no pueden recibir un “tratamiento impropiamente secundario” y venir “enmascaradas entre informaciones abrumadoramente exhaustivas que dificultan su identificación por el prestatario". La Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios es clara: “El empresario está obligado a una especial llamada de atención sobre ella (cláusula suelo), lo que podrá hacerse destacándola por su ubicación separada, su impresión en distinto tamaño o color de letra, su subrayado o por el empleo junto a las cláusulas de símbolos que llamen la atención, como una mano roja apuntándola (la red hand rule característica de los contratos anglosajones), una calavera o una señal de stop”.
Ahí es donde ha entrado la mala praxis de muchas entidades. En la redacción de unos contratos hipotecarios donde las cláusulas suelo se han escondido entre decenas de renglones cargados de formalidades que incitan a una lectura vertical. Sin señales de stop, calaveras, manos acusatorias, negritas o letras mayúsculas que advirtieran de la situación. Ese ha sido el gran pecado de la banca. Un pecado que arrastra una factura de más de 4.000 millones que obligará a dejar en los huesos las cuentas de resultados de este 2016. El impacto vendrá a ser la cuarta parte del beneficio del sector, pero si tenemos en cuenta su actividad en España, esos más de 4.000 millones se elevan al 50% de las ganancias.
Una digestión pesada pero posible
El golpe es duro, sin duda. Pero el sector está en condiciones de digerirlo, aunque ello obligue a determinadas entidades a acabar el año en pérdidas. En cualquier caso, no será necesario ningún tipo de rescate público, como ha deslizado irresponsablemente algún político desde que se conoció la sentencia del Tribunal europeo de Luxemburgo. La banca asumirá la factura total de las cláusulas suelo, mientras empieza a pagar condenas por las hipotecas multidivisas. Otro producto aderezado de una mezcla explosiva: la irresponsabilidad de algunas entidades para comercializar hipotecas en yenes o francos suizos a auténticos analfabetos financieros que perjuraron ser expertos en el mercado de divisas en las épocas en las que dejar de pagar en euros suponía reducir el principal del préstamo a la mitad. Entonces, se les puso cara de listos. Ahora, en épocas de vacas flacas, llega el lamento. ¡La banca es mala! Ya saben.
@miguelalbacar